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jueves, 26 de julio de 2007

Experienciando el Dolor.

Experienciando el Dolor.
Por Juan Prado Flores.
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¡Hola a todos! Hoy me ha venido intensamente que qué desgracia tan grande es haber aprendido a pelearnos con nuestras sensaciones físicas, con nuestros sentimientos y con nuestro cuerpo por portarlas, en lugar de hacernos amigos(as) de ellos(as).Seguramente no los tendríamos por nuestros enemigos si descubriéramos el potencial de desarrollo que encierran y que nos quieren comunicar, regalar.Les comparto una experiencia con el dolor físico y sus extensiones en lo emocional-existencial.Entiendo que esto no resulte creíble fuera de un ámbito de practicantes del Enfoque Bio-Espiritual, porque yo mismo que lo estaba viviendo no lo podía creer.Ahora entiendo un poco más eso de que nos falta por ver “cosas aún mayores.” ¡Un abrazo!Juan Prado.


Experienciando el dolor:


7 IX 02: Me despierta en la madrugada un dolor en el vientre. Es tipo retortijón. Espero que -como otras veces que he tenido leves dispepsias nocturnas-, desaparezca. Al ir en aumento me doy cuenta que esto no me había pasado antes en mis más de 50 años de vida.

Me pregunto si será efecto de lo que cené, pero, ¿por qué si otras veces he cenado más?... Ahora el dolor es más continuo e intenso, como calambre. Decido levantarme y me dirijo al baño por si fuera necesario... El dolor aumenta. Luego pienso que lo que me hizo realmente daño fue lo que comí, pero el dolor no responde a mi interrogatorio médico ni a mis intentos semiológicos, pues sigue aumentando su intensidad.

Empiezo a sentir miedo, entonces pienso: ¿A donde va esto? Siguen las preguntas pero, no hay respuestas. Esto me angustia. No sé qué hacer. Estoy sudando frío, con el abdomen contraído y todos mis músculos en tensión.

En eso viene: “¿Por qué no hablas con tu dolor? Eso le dices a todo mundo que haga, ¿no?” Enseguida viene como ‘respuesta’: “Esto no es para hablar con... es para hacer algo, inyectarte un antiespasmódico, hablarle al cirujano, ¡ir al hospital...!”

Como interrumpiendo esto, me encuentro diciéndole pausadamente al dolor desde algún espacio interior: “Tienes a tu disposición todo mi cuerpo para que te expreses en él como tú quieras”.

Diciéndolo viene algo como una convulsión interior, como si yo mismo hubiera decidido mi fin, junto con cierta admiración y emoción de haber podido hacer y decir lo que hice y dije. Entonces vienen unas palabras que integran un mensaje que de alguna manea aclara las cosas interiores que estoy sintiendo: “impotencia... fragilidad... vulnerabilidad...” Cotejo estas expresiones simbólicas con mi sensación dolorosa y el pánico que para entonces estoy sintiendo, y viene la certidumbre de que expresan extraordinariamente bien la totalidad de esa experiencia (a quienes conocen el Enfoque no les tengo que decir que con todo y lo grave que un símbolo así expresa, ¡se siente bien!). Al ‘resonar’ estas palabras con la sensación sentida viene, en cosa de instantes, una imagen; es como un tonel semitransparente que deja ver el nivel del líquido que contiene mientras éste baja lentamente. Al haber descendido el primer tercio me doy cuenta que lo mismo está sucediendo con el dolor, la angustia, el miedo y la incertidumbre y con cuanto ha estado viniendo de una manera sentida. Al vaciarse el tonel me siento de cabeza a pies relajado, asombrado, tranquilo y ¡sin dolor!

Permanezco allí sin poder creer lo que ha pasado. Mañana pensaré que fue una pesadilla. “Pero ha sido algo real” -me digo-, pellizcándome tiernamente el brazo para corroborarlo yo mismo en ese momento. Me quedo experimentando el cambio físico, mientras sigo constatando (mitad incrédulo, mitad admirado, mitad emocionado) que he estado despierto. Luego me pregunto ¿qué estoy haciendo aquí? Me levanto y al poder caminar, ya sin el dolor, ¡tampoco lo puedo creer! Todavía me digo: “por la mañana no me voy a poder despertar temprano de lo fatigado que quedé”, pero algo me dice que he recibido un gran regalo: Una, dos horas de dolor, me ha hecho saberme, reconocerme, frágil, vulnerable. Y el don maravilloso es que ¡la vulnerabilidad ha sido convertida en confianza sentida, en un bienestar difícil de describir! Me meto a la cama experimentando que he estado y que estoy siendo sostenido desde dentro de mí mismo por algo sobre lo que no tengo ningún control. Con esta sensación me quedo apaciblemente dormido experimentando el don de la vida y el estar viviendo, como regalo.

Por la mañana me levanto con un ánimo que no había sentido antes y con la convicción creciente de no haber tenido control alguno sobre nada durante mi experiencia dolorosa. Y a partir de ese momento puedo decir: bendito dolor que me ha revelado algo de quien yo soy y que no habría podido recibir de ninguna otra manera.

Y lo que me permitió recibirlo fue el haberlo enfocado, dejándolo estar allí, sin tratar de huir de él, de controlarlo, de eliminarlo, de sustituirlo por algo mejor o de negarlo, sino abriéndole y ofreciéndole un espacio en mi cuerpo donde pudiera vivir cómodamente. Mi agradecimiento es inmenso hacia quien descubrió esto, hacia quienes me lo enseñaron y hacia ese lugar de libertad interior donde pudo llevarse a cabo el proceso.

Una sola palabra lo dijo entonces lo ha seguido diciendo mejor: ¡Gracias!

Adendum: Pasaron años hasta que un día viniera que de la misma manera que pude decirle a mi dolor tienes a tu disposición todo mi cuerpo…, puedo decírselo a cualquier cosa que en mi cuerpo es real. Que mi cuerpo puede convertirse en invitación para que las cosas del Espíritu se desenvuelvan en él según el beneplácito del propio Espíritu que “sopla donde quiere…” Esto por supuesto se siente desde un sentir que me dice que lo quiero, que lo deseo, que lo necesito, que es algo a lo que estoy llamado a dejar crecer en mí hasta el infinito.