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domingo, 25 de enero de 2009

La Empatía con los Procesos Frágiles.

SOBRE LA EMPATÍA CON LOS PROCESOS FRÁGILES:
Hacen falta dos para bailar el tango.

GREET VANAERSCHOT.

Erps-Kwerps, Bélgica.


“It Takes Two to Tango: On empathy with fragile processes” en Psychotherapy: Theory, Research, Practice, Training, Vol. 41, No. 2, 112–124, 2004.

http://www.er.uqam.ca/nobel/d222307/PSY5860_H07

Traducción: Luis Robles Campos (*).
Resumen: Este artículo trata sobre la manera problemática de experienciar y relacionarse llamada proceso frágil. Este proceso frágil, que es central en clientes con trastorno de personalidad limítrofe y narcisista, se describe desde un punto de vista teórico centrado-en-el-cliente/experiencial. Desde esta línea de aproximación, se examinan las posturas psicoanalíticas que hacen entendible cómo los clientes desarrollan tal estilo frágil de proceso. Se hace referencia al punto de vista de D.N. Stern (1985) sobre el desarrollo del sentido de sí mismo y del mundo interpersonal del infante para diferenciar detalladamente el proceso frágil y para ofrecer especulaciones acerca de las raíces de su desarrollo. Finalmente, se discuten las maneras empáticas de intervenir que probablemente sean útiles con diferentes tipos de procesos frágiles.



Este artículo se enfoca en el proceso de interacción empática que puede tener lugar con clientes que tienen trastorno de personalidad limítrofe y narcisista. Estos clientes son conocidos por usar las llamadas defensas arcaicas, tales como la escisión y la identificación proyectiva (Derksen & Groen, 1998; Kernberg, 1975). Los terapeutas a menudo encuentran difícil entender los sentimientos de estos clientes, terminan en forcejeos, y se sienten frustrados y derrotados en sus esfuerzos terapéuticos. Desde un punto de vista teórico centrado-en-el-cliente/experiencial, la manera de ser problemática que es central con estos clientes se entiende como la incapacidad de permanecer en contacto con la propia experiencia. Esta manera deficiente de experienciar es llamada proceso frágil (Warner, 1991, 1997, 1998).

En este artículo intento describir este proceso frágil. Me refiero al punto de vista de Stern (1985) sobre el desarrollo del sentido de sí mismo y el mundo interpersonal del infante con el fin de diferenciar en profundidad el proceso frágil y para ofrecer especulaciones sobre las raíces de desarrollo de este proceso. Más aún, esta visión proporciona un marco en que la utilidad de diversas maneras empática de intervenir que son normalmente usadas por los terapeutas centrados-en-el-cliente /experienciales puede clarificarse. Basándome en mi comprensión de la manera de experienciar de estos clientes, también considero maneras empáticas de intervenir y responder que probablemente sean útiles.


Las características y el desarrollo del proceso frágil y las intervenciones empáticas dinamizadoras de proceso.

Proceso frágil.

Aunque los modos de experienciar limítrofe y narcisista son una ligadura estructural, prefiero no hablar de una estructura limítrofe o narcisista. En cambio, elijo hablar de maneras de experienciar limítrofe o narcisista, porque una persona puede padecer de estas maneras deficientes de experienciar en ciertos dominios de su vida, sin tener el diagnóstico según el Manual de Diagnóstico de Desórdenes Mentales (DSM-IV-TR; Asociación Americana de Psiquiátrica, 2000). Es más, esta aproximación está más en línea con la visión de proceso centrada-en-el-cliente/experiencial sobre la personalidad y el cambio de personalidad. La terapia centrada-en-el-cliente/experiencial considera que el proceso de cambio en psicoterapia involucra un proceso de ligadura estructural y experienciar rígido que cambian a un experienciar fluido e interaccional. El experienciar es visto como un proceso de dar significado afectivo a las interacciones de uno con el ambiente (Gendlin, 1970, 1996; Greenberg & Van Balen, 1998; Watson, Greenberg, & Lietaer, 1998), y los terapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales apuntan a diagnosticar maneras deficientes de experienciar en el aquí-y-el-ahora de la interacción e intentan intervenir de una manera que potencie el experienciar (Greenberg, Rice, & Elliott, 1993). Por lo tanto, la psicoterapia facilita el crecimiento personal al ofrecer una relación que tiene impacto experiencialmente dinamizador sobre las maneras de experienciar deficientes, ligadas estructuralmente, y rígidas. Entonces la pregunta es la siguiente: ¿Qué maneras de experienciar caracterizan a estos clientes cuándo los clínicos abordan sus síntomas desde una perspectiva centrada-en-el-cliente /experiencial? En el trabajo de Warner (1991, 1997, 1998) y Swildens (1988), encontré una respuesta a esta pregunta. Como dije antes, una manera problemática de experienciar que frecuentemente se encuentra con estos clientes es el proceso frágil. Tiene las siguientes características: Estos clientes a menudo tienen dificultades para focalizarse en su propio experienciar y para sostenerlo en su atención y por lo tanto tienen dificultades en permanecer en contacto con él.

La manera de experienciar de estos clientes se caracteriza por dificultades en la regulación de la intensidad del experienciar. Por consiguiente, problemas esenciales son experimentados a niveles muy altos o muy bajos de intensidad. La inhabilidad de enfocar el propio experienciar o experienciar a un nivel bajo de intensidad es percibido por la persona como sentimientos de vacío, vaguedad, depresión, desvitalización, o como un sentimiento "gris". Reacciones personales privadas internas son percibidas como “tenues sombras emocionales, como hilos de experiencia que apenas pueden cogerse y sostenerse" (Warner, 1991, pág. 2). Sentimientos de un alto nivel de intensidad son experimentados como abrumadores e incontrolables y por lo tanto, a menudo, atemorizantes. A menudo, los clientes desean fuertemente ser confirmados acerca de la validez de sus sentimientos.

Clientes con un proceso frágil encuentran difícil tomar el punto de vista de otra persona mientras permanecen en contacto con su propia experiencia. Entender el punto de vista de otra persona parece implicar la destrucción de su propia experiencia. Consecuentemente, estos clientes tienen severas dificultades para convivir con el reconocimiento de diferencias psicológicas. Es casi imposible para ellos permitir y aceptar diferencias en las experiencias entre ellos y los otros, y son incapaces de vivir “sin entender a los otros". Obviamente, estas dificultades se traducen en una seria amenaza para la estabilidad de las relaciones de estos clientes. Las relaciones a menudo son experimentadas como un esfuerzo por conservar la propia vida interna. Estos clientes parecen dudar si sus experiencias tienen el derecho a existir. Es probable que ellos perciban cada reflejo inexacto de sus sentimientos o cualquier sugerencia para ver las cosas un poco diferentes como una negación de su derecho para existir como una persona con su propia vida interna privada significativa. Comentarios del terapeuta a modo de consejo útil o que se usan para generar insight generalmente son una razón para que el cliente interrumpa el contacto con su experienciar interno. Clientes en un proceso frágil de alta intensidad son proclives a interpretar esto como un esfuerzo del terapeuta para destruir su experiencia, lo que los puede llevar a arranques de rabia. Para el terapeuta, parece como si la rabia del cliente fuera irracional e incomprensible y ciertamente no en proporción a las perturbaciones triviales del proceso de terapia.

Estos clientes son sumamente dependientes de otros para que les regulen y les afirmen su experiencia para la adquisición o mantenimiento de un sentimiento más estable de identidad. Por lo tanto, aquéllos otros son idealizados. Al mismo tiempo, hay un miedo intenso de volverse dependiente del otro debido al abandono, la manipulación y el control; y la negación y la destrucción de la propia experiencia por parte del otro está siempre entre las posibilidades; por consiguiente, el otro es devaluado.

Estos clientes tienen un frágil concepto de sí mismos: incoherente, con contradicciones o aparentemente coherente pero con partes escindidas y por lo tanto inestable (Swildens, 1988). Esto es el resultado entendible de lo anterior, ya que la capacidad de sostener la experiencia de modo que pueda ser explicada es un importante precursor de la capacidad de desarrollar una imagen compleja e integrada de uno mismo y de los otros.

Finalmente, los clientes pueden estar involucrados en un proceso frágil con respecto a ciertos aspectos o dominios de su mundo experiencial, mientras que respecto a otras áreas u otros problemas, su experienciar puede ser mucho más sólido e interaccional. Más aún, las personas pueden experienciar un proceso frágil a niveles variados.


La empatía como una oferta relacional dinamizadora del experienciar.

Un entendimiento empático del mundo fenomenológico interno del cliente es importante tanto para implementar las actitudes terapéuticas esenciales como para poder intervenir de una manera que potencie el experienciar. Esto es cierto para todos los clientes pero sobre todo para esos clientes que, debido a su inestabilidad emocional, cognoscitiva, relacional y conductual, continuamente ponen la relación terapéutica a prueba. Eckert y Biermann-Ratjen (1998) formulan la regla siguiente: "aférrate a tu consideración incondicional con toda tu fuerza" (pág. 357). Esto hace claro que entender la dinámica interna y el significado de los síntomas no es un lujo sino una parte necesaria de la terapia para que el terapeuta sea capaz de reforzar el experienciar del cliente. En publicaciones anteriores, di énfasis a las capacidades dinamizadoras del experienciar que la interacción empática ofrece (Vanaerschot, 1993, 1997; Watson, Goldman, & Vanaerschot, 1998). Describí la empatía como una manera de interactuar, originada en el propio proceso de resonancia empática del terapeuta, y que tiene un proceso con efecto dinamizador en el proceso de experienciar del cliente en aquellas áreas donde el proceso del cliente se ha estancado o no se ha producido adecuadamente. En mi opinión, las intervenciones empáticas dinamizadoras del experienciar combinan varios focos de atención que ofrecen diversas posibilidades para el tratamiento terapéutico de clientes con procesos frágiles. Estos focos de atención son (a) el contenido de la experiencia, (b) la manera en que ocurre la experiencia, y (c) la "manera-de-estar-con" el terapeuta. Estos tres focos de atención están interrelacionados. Ellos caracterizan la actitud de escucha del psicoterapeuta centrado-en-el-cliente/experiencial y son implementados en diversas intervenciones empáticas. Además, los clínicos necesitan modelos de abordaje que hagan entendible cómo los clientes desarrollaron tal mundo experiencial y que puedan ofrecer indicadores de guía para implementar las actitudes centrales en intervenciones facilitadoras de proceso.


Modelos de abordaje psicoanalíticos.

Al buscar modelos de abordaje apropiados, los clínicos necesitan prestarles atención a varios autores psicoanalíticos que han desarrollado visiones teóricas sobre la naturaleza y la historia de desarrollo de los trastornos de personalidad limítrofe y narcisista (Van Gael, 1996). Los describo aquí resumidamente.

Kernberg (1975) vio la patología limítrofe, en esencia, como un problema de separación e individuación. Él situó el desarrollo del desorden en la sub-fase de reaproximación de la fase de la separación-individuación según lo descrito por Mahler (1972). Un predominio de introyecciones negativas impide la integración de las representaciones negativas y positivas del sí mismo y del objeto y de los afectos positivos y negativos. La escisión previene la destrucción de los afectos positivos y las representaciones positivas del sí mismo por parte del objeto negativo. La visión de Kernberg da poco espacio a la influencia de las interacciones entre el niño y sus cuidadores pero considera la agresión que se moviliza en el niño como el primer factor patógeno, aun cuando esta agresión surja como una reacción a frustraciones tempranas severas, traumas, o perturbaciones del ambiente (Kernberg, 1994).

Otros autores psicoanalíticos, como Masterson y Rinsley (1975), Adler y Buie (1979), y Kohut (1971) consideraron que las interacciones con los cuidadores primarios son lo más importante en el desarrollo del desorden. Masterson y Rinsley también situaron el desarrollo del desorden limítrofe en la sub-fase de reaproximación Ellos dieron énfasis al conflicto entre dependencia y autonomía que se desarrolla en reacción a la actitud del cuidador primario que premia la dependencia y castiga la autonomía y la separación. Este conflicto lleva a las correspondientes representaciones del sí mismo y del objeto. Adler y Buie consideraron el desorden limítrofe como resultado de un fracaso empático más global del ambiente paternal. La ausencia de un "ambiente maternal lo suficientemente bueno" evita (perturba) el desarrollo de la memoria evocativa. Por consiguiente, en situaciones estresantes, el niño no es capaz de mantener una memoria internalizada sólida del objeto de la buena-madre y regresa a la memoria de reconocimiento. Esto explicaría la necesidad excesiva de ser contenidos (y la dependencia resultante) así como los furiosos esfuerzos manipulativos para asegurarse la atención y el compromiso de los otros. Los frenéticos esfuerzos del cliente por prevenir el abandono y el sentimiento de vacío insufrible que aparece cuando está solo son considerados como el rasgo más central de la patología limítrofe. Adler (1997) sostuvo que, cuando los clientes limítrofes mejoran, ellos evolucionan hacia un desorden de personalidad narcisista; ambos desórdenes parecen estar caracterizados por una estructura “limítrofe” de personalidad similar.

Kohut (1971) finalmente atribuyó el desorden de personalidad narcisista a fallas en el proceso de individuación, a saber, en el desarrollo de un sí mismo cohesivo. Para recobrar el equilibrio narcisista de la fase del narcisismo primario - un balance que es perturbado por la frustración inevitable de la satisfacción de necesidades - el niño crea dos imágenes que juntas forman el sí mismo nuclear: la imagen del sí mismo grandioso y la imagen del padre idealizado. Los objetos del sí mismo son necesarios para el sí mismo nuclear para desarrollarse en un sí mismo adulto con ideales y ambiciones realistas. Los objetos del si mismo son, en esencia, funciones de regulación emocional que son puestas a disposición del niño por el cuidador primario y que son experimentados por el niño como una parte de su propia persona, sobre la cual el niño tiene tanto control como sobre su propio cuerpo. Como resultado de pequeñas e inevitables desilusiones en el objeto del sí mismo -tales como, por ejemplo, el cuidador primario como un otro regulador de la emoción -el objeto del sí mismo y sus funciones serán internalizas. La incapacidad parental para crear un ambiente sostenedor empático que esté sintonizado con las necesidades del niño, para que las desilusiones masivas en el objeto del sí mismo no ocurran, lleva a un pobre y deficiente internalización de las funciones del objeto del sí mismo. En el tratamiento psicoterapéutico, el terapeuta se pone a si mismo a disposición del cliente como un objeto del sí mismo. Al nombrar e interpretar las inevitables pero bien-equilibradas, y por lo tanto, soportables desilusiones en el objeto del sí mismo, se promueve una transformación de las funciones del objeto del sí mismo en una estructura psicológica.

Estas teorías vertieron alguna luz en una serie de importantes contenidos y características del mundo fenomenológico interno de clientes con un proceso frágil, así como también sobre sus maneras de experienciar y relacionarse: la escisión dentro de los afectos positivos y negativos y las representaciones del sí mismo y del objeto; preocupándose por la dependencia, la autonomía, y el abandono; cayendo en la dependencia como un esfuerzo frenético para prevenir abandono; sintiendo vacío como resultado del abandono; y poseyendo una memoria evocadora deficiente para explicar esto. Entonces, la idea de que el pobre desarrollo del sí mismo nuclear vulnerable en un sí mismo adulto es causado por la falta de cuidadores empáticos que permiten ser usados como una clase de "ego-auxiliar"; da como resultado, que el cliente sigue necesitando al otro como un objeto del sí mismo a un grado excesivo.

En el párrafo siguiente, apunto a integrar las características descritas arriba dentro de un marco teórico centrado-en-el-cliente/experiencial.


Modelos de abordaje psicoanalíticos vistos desde una postura centrada-en-el-cliente /Experiencial.

Los psicoterapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales consideran estos contenidos y características de experiencia - descritas por autores psicoanalíticos -como descripciones valiosas y exactas de los contenidos relevantes y de las maneras problemáticas de experienciar y relacionarse de estos clientes. Sin embargo, los psicoterapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales difieren de los terapeutas psicoanalíticos en su interpretación del significado de estos fenómenos dentro de la dinámica del desorden y el proceso terapéutico. Por lo tanto, desde un marco de referencia centrado-en-el-cliente/experiencial, la escisión o la incapacidad para manejar la ambivalencia se entiende como una característica del proceso frágil y no como una forma de defensa, como Masterson & Rinsley (1975) y Kernberg (1975) lo entendieron. El problema principal de los clientes con un proceso frágil no tiene tanto que ver con una incapacidad para integrar buenos y malos afectos e imágenes en una gestalt, sino con la incapacidad de sostener y permanecer en contacto con su experiencia. Esta capacidad de sostener la experienciar es, como previamente se mencionó, una condición importante para y precursor de la habilidad de desarrollar una imagen integrada de uno mismo y de los otros. Por lo tanto, es importante dar soporte al cliente en su manera frágil de experienciar, ayudando a que el cliente sostenga su experiencia sin caer en intensidades extremas, es decir, ayudando al cliente a continuar la experiencia lo suficiente para sentir el significado de ésta y ser capaz de explicarla en palabras. Los clientes en un proceso frágil son proclives a idealizar a sus terapeutas y otras personas en general cuando ellas están exitosamente conectadas con su proceso frágil. Por otro lado, cuando su terapeuta u otras personas los malentienden o cuando ellas se desconectan del experienciar frágil del cliente, es probable que los clientes se pongan sumamente rabiosos con ellas porque se sienten maltratados y traicionados. La alternante idealización y devaluación del terapeuta, que es entendible debido a la desconexión del terapeuta, es probable que sea experienciada como un esfuerzo por destruir o negar su derecho de existencia, un fenómeno que comprensivamente lleva a un arranque de rabia o una defraudante interrupción del cliente de su propia experiencia, y también a una interrupción del contacto con el terapeuta. Reacciones extremadamente positivas o negativas son por lo tanto características de un cliente que está en medio de un proceso frágil.


El desarrollo del proceso frágil.

Desde un punto de vista centrado-en-el-cliente/experiencial, la habilidad de conectarse a la experienciar y explicarla en palabras u otros símbolos se desarrolla a través de la interacción con cuidadores cuidadosos, empáticamente sintonizados, y aceptantes. Rogers (1959) consideraba que el infante nacía con un sistema motivacional inherente, al cual llamó tendencia actualizante. Esto significa que toda la conducta es un esfuerzo determinado por actualizarse a sí misma. El infante también es capaz de evaluar sus interacciones con el ambiente, usando la tendencia actualizante como criterio. Este proceso de valoración organísmica forma la base para tomar decisiones. En la visión de Gendlin (Depestele, 1995; Gendlin, 1970, 1996), es un substrato corporal organizado, pre-perceptual y pre-verbal donde se forman significados sentidos y desde donde los significados explícitos surgen. Él consideró la tendencia actualizante como una capacidad innata para la interacción, e implicaría que una persona tiene dispuesta la capacidad de sentir implícitamente su interacción con el mundo y los otros, para sentir su significado implícito, atenderlo, para sostenerlo en su atención, explicarlo, y permitir que su conducta sea dirigida por él. Este proceso es llamado experienciar (experiencing). Cuidadores aceptantes, cuidadosos, y empáticamente sintonizados son necesarios para conservar y desarrollar este experienciar organísmico. En un desarrollo saludable, el niño internaliza la capacidad de sostener el sentido corporal implícito en su atención en niveles moderados de intensidad. A fin de hacer esto, el niño desarrolla la capacidad de modular la intensidad de su experienciar a través de las interacciones con los cuidadores primarios. Sin embargo, el infante también necesita confirmación, validación, y apreciación; esta necesidad puede entrar en conflicto con, e incluso desplazar, la tendencia actualizante y el proceso de valoración organísmica. Una actitud altamente condicional de los cuidadores implica el riesgo de que el niño se desconecte de su experiencia organísmica y la reemplace con condiciones de valor internalizadas desde otros. Cuando este es fuertemente el caso, el niño no mantiene, ni desarrolla externamente, la competencia para sostener su experiencia con atención reflexiva para que pueda llevarse más allá en significados explícitos.

Para los adultos con un estilo frágil de experienciar, este desarrollo saludable se ha perturbado o no ha tenido suficientemente lugar. Esto se traduce en una fuerte necesidad de contar con otros seguros, confiables, y empáticamente sintonizados que puedan sostener la fragilidad de su experienciar. Sin embargo, esta dependencia es muy riesgosa debido a que las experiencias tempranas de estos individuos con sus cuidadores primarios les han llevado a menudo al rechazo y a la destrucción de su experienciar y a más desregulación afectiva. La hipótesis centrada-en-el-cliente/experiencial sobre el desarrollo de maneras saludables y deficientes de experienciar puede diferenciarse detalladamente con las ideas de Stern (1985) acerca del desarrollo del sí mismo.


La visión de Stern sobre el desarrollo del mundo interpersonal del infante.

Stern (1985) desarrolló una teoría sobre la experiencia subjetiva de los infantes y los niños pequeños, basada en hallazgos observacionales y de investigación experimental de la psicología del desarrollo. Él describió el progreso de la experiencia en términos del desarrollo sucesivo de cuatro diferentes formas de experiencia del sí mismo o sentimiento de uno mismo, a los que llamó sentidos de sí mismo. Cada sentido de sí mismo está ligado a una forma específica de experiencia interpersonal o "manera-de-ser-con", qué Stern llamó dominios de relacionabilidad. A continuación, describo la postura de Stern brevemente.

Un primer sentido de sí mismo, el sí mismo emergente, que se desarrolla entre el nacimiento y aproximadamente los 2 meses de edad. En esta fase, el infante experimenta el proceso de formar relaciones entre experiencias sensoriales aisladas y eventos previamente no relacionados, como la formación de esquemas sensoriomotores tales como dedo-pulgar-a-la-boca. El infante experimenta el empezar a ser una organización, así como el resultado de ello. El sentido de un sí mismo emergente es la experiencia del proceso y el producto de emerger o formar organización. Los infantes parecen experienciar un mundo de unidad perceptual; su experiencia es unificada y global, y su percepción es amodal. La percepción amodal se refiere a una capacidad innata de tomar información recibida en una modalidad sensorial y trasladarla a otra modalidad sensorial. Como tal, la información es experimentada de una manera que transciende distintas modalidades sensoriales en una clase de experiencia unificada, global, y supramodal. El infante experimenta sensaciones, percepciones, estados internos, y acciones de una manera directa e inmediata en términos de intensidades, formas, patrones temporales, vitalidad y afectos categoriales y, finalmente, la experiencia subjetiva del placer y displacer. Los afectos de la vitalidad se refieren al surgimiento o disminución de intensidades; los afectos categoriales son afectos de una cualidad distinta, tales como enojo, pesar, ansiedad, y excitación. El mundo experiencial del infante por lo tanto se vuelve organizado. El parecido entre el concepto del experienciar organísmico de Rogers (1959) y el punto de vista de Gendlin (1970) sobre el sustrato corporal del experienciar es notable. Para Gendlin, el cuerpo es visto como creando significados sentidos. Como Depestele (1995) lo describe: "la formación (de significado sentido) es la actividad del cuerpo mismo" (pág. 364).

Entre aproximadamente el segundo y sexto mes de edad, un sentido de un sí mismo nuclear se está desarrollando para el infante. Esto se refiere a: (a) un experienciar corporal del sentido de autoridad sobre las propias acciones y de la no autoridad sobre las acciones de los otros: auto-agencia; (b) una experiencia corporal de un sentido de ser un todo físico no-fragmentado, que es el sitio de la acción integrada: auto-coherencia; (c) patrones experienciales de cualidades internas de afectos, junto con otras experiencias del sí mismo: auto-afectividad; y, finalmente, (d) experienciar un sentido de continuidad con el propio pasado que involucra un sentido de "estar siendo" y eso permite cambiar mientras todavía se siente que uno sigue siendo el mismo: la historia de uno mismo.

El periodo entre los 2 y los 6 meses es, según Stern (1985), el período de vida más exclusivamente social. El cuidador primario reacciona hacia el infante de un modo que es generalmente hablando de una manera exagerada y preferente estereotipada. "Hablar como bebé" es un bueno ejemplo de este tipo de conducta social por parte del cuidador: Cada palabra se reitera muchas veces con mínimas variaciones en las características paralingüísticas. Los mismos característicos "temas con mínimas variaciones" también aplican a expresiones faciales repetitivas o juegos de contacto corporal. Esta repetición con mínimas variaciones en varios canales sensoriales hace posible para el infante identificar qué es invariante y qué es específico en sí mismo y los otros. Al mismo tiempo, estas conductas exageradas que llaman la atención son útiles regulando el nivel de excitación del infante a fin de mantenerlo en un nivel soportable: ni demasiado alto ni demasiado bajo. El propio infante también regula su nivel de excitación, por ejemplo, mirando al cuidador o, por el contrario, apartando su mirada. Esto se traduce en que el infante gana experiencia regulando su propio nivel de excitación y en regular, a través de señales, el nivel de estimulación de su cuidador respondiente. Al mismo tiempo, el infante gana la experiencia de estar con otro que le ayuda a regular su nivel de excitación. El otro es experimentado como un otro que le regula.

Diversas experiencias del sí mismo como actuar, el experienciar afectivo interno, y la coherencia física, cuando aparecen en episodios de varias interacciones interpersonales de diferentes tipos, se integran y se representan en una forma generalizada en la memoria episódica, como representaciones de interacciones que están generalizadas (RIGs). Estas RIGs son al mismo tiempo representaciones de experiencias de estar con un otro regulador (o desregulador). Estos recuerdos episódicos son recobrables siempre que uno de los atributos de las RIGs esté presente, por ejemplo, el sentimiento de hambre, que trae a la mente la interacción que empieza con sentirse hambriento y termina con el sentimiento de satisfacción después de haber sido amamantado. Los recuerdos reactivan la experiencia vivida. Siempre que una RIGs de estar con alguien se activa, el infante encuentra una compañía evocada: la experiencia de estar con un otro regulador. Esto significa que, incluso en este nivel de experiencia corporal del sí mismo, cada experiencia del sí mismo está refiriéndose al mismo tiempo a un manera-de-estar-con otro.

En el periodo aproximado entre los 7 y 15 meses, un sentido subjetivo de sí mismo empieza a surgir. En este periodo, el infante encuentra que las experiencias subjetivas internas, como prestar atención a algo y experienciar intenciones y estados afectivos, pueden ser compartidas con otra persona. Es la sintonía afectiva del cuidador lo que da lugar a este darse cuenta. La sintonía afectiva se refiere a la conducta verbal y no verbal del cuidador en línea con esos aspectos de la conducta del niño pequeño que refleja su estado afectivo interno. En particular, se reflejan los cambios en las intensidades del afecto, por ejemplo, mientras juega el niño pequeño le pega la mesa con un objeto mientras la madre acompaña esto verbalmente, diciendo "!bum... bum!" Sus palabras reflejan la cadencia del golpeteo así como el placer y la excitación del niño pequeño. La sintonía afectiva da sentimientos principalmente a través de una modalidad sensorial que es diferente de la conducta a la que se sintoniza. En este periodo, el niño pequeño aprende qué parte de su mundo experiencial interno privado se puede compartir y cual no. Los estados afectivos que nunca fueron sintonizados se experimentarán a solas, aislados del contexto interpersonal de experiencias compartibles.

Entre aproximadamente los 15 y 24 meses, el sentido verbal de sí mismo empieza a surgir. Adquirir el lenguaje hace posible compartir partes conocidas del experienciar sentido con algún otro. Por consiguiente, se produce un sentimiento de conectividad y cercanía emocional con ese otro. Sin embargo, las palabras también pueden producir una diferencia entre como la experiencia se vive y se siente en contraste con cómo se representa verbalmente. El significado, entendido como la conexión entre el conocimiento sentido del mundo y las palabras que lo representan, es desde el punto de vista de Stern (1985) el resultado de una negociación entre el padre y el niño. Los significados son, en esencia, significados compartidos; ellos son únicos para cada par niño-padre. La relación entre el experienciar y la palabra es un proceso, un ir e venir continuamente entre la experiencia y la palabra. Esta declaración concuerda bien con el punto de vista de Gendlin (1970; 1996). El lenguaje puede representar la esencia de la experiencia y puede capturar la belleza global de la experiencia. Sin embargo, las palabras también pueden representar la experiencia global pobremente, sólo parcialmente, o de una manera disgregada, y por lo tanto, fraccionando la experiencia global amodal. Los terapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales llamarían a esto, usando la perspectiva de Gendlin, una manera reducida de experienciar. Finalmente, algunas experiencias no pueden retratarse en palabras.

Estos cuatro sentidos de sí mismo y los correspondientes dominios de relacionabilidad permanecen intactos a lo largo de la vida y siguen activos como distintas formas de experienciar la vida social y el sí mismo. Asuntos como la autonomía, el apego, y asuntos de confianza que tradicionalmente se conectan con una fase distinta del desarrollo, tienen la oportunidad de ser un asunto relevante, y ellos toman forma en cada uno de los dominios del sí mismo. Hay períodos sensibles para la formación de cada uno de los dominios del sí mismo, pero una vez que todos los dominios están disponibles, no hay ninguna certeza que cualquiera de los dominios tomará preponderancia durante cualquier periodo de edad particular. Los dominios se hacen más elaborados durante el desarrollo. Ellos permanecen abiertos, y los eventos de vida son simultáneamente experimentados en cada uno de los dominios; aún más, hay un movimiento interrelacionado entre experiencias en dominios diferentes. Mientras que todos los dominios del sí mismo y de relacionabilidad serán afectados por cualquier evento, es probable que uno esté más severamente comprometido y no sólo requerirá más atención durante la psicoterapia sino que además probablemente necesitará la atención inicial para que el cambio psicoterapéutico pueda ocurrir. Por lo tanto, se espera que una violación o el maltrato físico severo a un joven o en la edad adulta tendrá un fuerte impacto en el sentido del sí mismo nuclear y esa atención inicial tiene que ser dada al dominio del sí mismo nuclear y a la relacionabilidad nuclear.

Esta teoría encaja con el punto de vista centrado-en-el-cliente/experiencial acerca del ser humano como un ser viviente social y orientado a la realidad que organiza y forma experiencias basado en una interacción sentida con el ambiente. La descripciones de Stern (1985) sobre los sentidos de sí mismos pre-verbales y los dominios de relacionabilidad soportan y diferencian en profundidad la hipótesis centrada-en-el-cliente/experiencial de un proceso experiencial-interaccional, organísmico, implícitamente funcionante y auto-dirigido. Además, ofrece un punto de vista basado en el desarrollo sobre cómo el infante diferencia sus capacidades interaccionales innatas y organísmica, dentro de una manera saludable de experienciar, lo que implica una interacción flexible entre los diferentes sentidos de sí mismo: una interacción organizada y corporalmente sentida con el mundo, que produce significados implícitamente sentidos que son, en una interacción subsiguiente, llevados más allá dentro de significados explícitos como palabras y conducta.


El proceso frágil y los dominios de sentido de sí mismo y de relacionabilidad.

La teoría de Stern (1985) ofrece un marco para diferenciar con más precisión el proceso frágil y para la tarea de diagnosticar diferentes clases de maneras frágiles de experienciar. El proceso de diagnóstico en que el terapeuta centrado-en-cliente/experiencial está comprometiendo no se refiere a la actividad de diagnóstico tradicional promulgada desde una posición aislada y observadora, sino que parte desde una actitud empática (Greenberg et al., 1993). No es un diagnóstico de estados o rasgos estables sino una sintonía empática a la naturaleza constantemente cambiante de los estados afectivos, procesos, manera y estilo de experienciar, y expresión de los clientes. Este proceso de diagnóstico le permite al terapeuta identificar maneras disfuncionales de experienciar o dificultades específicas de procesamiento experiencial, así como las intervenciones que probablemente sean facilitadoras de proceso. Para diferenciar efectivamente el proceso frágil, los clínicos necesitan entender el punto de vista de Stern sobre los desórdenes de personalidad. Stern consideró los desordenes de personalidad como el resultado de patrones de interacción específicos, acumulativos y perturbadores que caracterizan la relación entre el infante y sus cuidadores y que permanecen presentes en el curso del desarrollo posterior. La experiencia concreta del cliente en el aquí y el ahora y su manera-de-estar-con el terapeuta es la suma y la integración de la experiencia del cliente en cualquier momento particular en todos los cuatro sentidos de sí mismo y dominios de relacionabilidad. Como es el caso para todas las experiencias, en experiencias del proceso frágil, todos los dominios están envueltos, pero es probable que uno de ellos esté más severamente dañado, y este terminará coloreando el proceso frágil. Además, requerirá más atención psicoterapéutica, y probablemente demandará la primera atención para proceder en la psicoterapia. Un proceso de diagnóstico exacto y específico de las maneras problemáticas de relacionarse y de experienciar que un cliente tiene en la relación en el aquí-y-ahora con el terapeuta, junto con una identificación del dominio de sí mismo que se ha comprometido severamente, apunta a y ofrece insight dentro del tipo de intervenciones terapéuticas relacionales orientadas al experienciar que probablemente promoverán el experienciar. Así, varios tipos de intervenciones empáticas que los terapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales usan, a menudo sobre una base intuitiva, pueden situarse en un marco de referencia comprensible y coherente.


Sintonía empática e intervenciones empáticas dirigidas hacia los procesos frágiles en diferentes dominios del sí mismo y de relacionabilidad.

Sintonía e intervenciones empáticas dirigidas hacia el proceso frágil del “sí mismo nuclear”.

Los clientes en un proceso frágil, sobre todo los clientes con desórdenes de personalidad limítrofe, a menudo experimentaron severas carencias empáticas en el dominio del sí mismo y de la relacionabilidad nuclear. A menudo ellos tuvieron una historia de abuso sexual severo y múltiple y otras formas de violencia física a una edad temprana. Ser dañado en el sí mismo nuclear significa ser dañado en: (a) la experiencia corporal de ser el iniciador y el autor de la acción y el sentimiento, (b) en el sentimiento de coherencia y límites corporales, y, finalmente, (c) en el sentido de continuidad, de "estar siendo". Así, problemas de autonomía en el dominio de tener un sentido de sí mismo nuclear es probable que se relacionen con síntomas como una falta de iniciativa y una falta de sentimiento de control, especialmente en el caso de interacciones físicas. Posiblemente, la anorexia podría entenderse como un problema de autonomía en el nivel corporal, a saber, en el sentido de límites corporales y en el sentido de ser el autor de las acciones. Por ejemplo, una cliente con anorexia nerviosa describió el cuidado maternal que ella experimentó como centrado en la comida: "¡Mi madre está llenando mi boca con comida!"

Un sí mismo nuclear complicado ofrece un contexto para el entendimiento de la necesidad de algunos clientes en un proceso frágil de controlar substancialmente los arreglos de las sesiones (por ejemplo, ¡cuando la sesión debe acabar!), de mostrar sensibilidad extrema por los cambios en el esquema y el diseño del cuarto de la terapia, o de pedir cambios en la hora y el día de las citas. La necesidad de controlar aspectos del ambiente que es relevante al sí mismo va de la mano con una falta de manejo experimentada sobre la propia conducta, reacciones emocionales, y sensaciones. Esto es entendible dado que las tres siguientes experiencias forman tres aspectos de una única experiencia global e indivisible: Primero, la experiencia corporal de un sentido de ser un todo físico no fragmentado, con límites, que es el centro de la acción integrada; segundo, la experiencia corporal de un sentido de autoridad sobre las propias acciones y de no ser el autor de las acciones de los otros; y, finalmente, el sentido corporal de ser el centro de patrones experienciales de cualidades internas de afectos, junto con otras experiencias del sí mismo. Por lo tanto, para los clientes con un proceso de sí mismo nuclear frágil, la necesidad de controlar el ambiente y la ansiedad de no tener ningún control sobre su propia conducta van de la mano. Para crear un ambiente de trabajo seguro, el terapeuta debe hacer la situación terapéutica predecible, manteniendo cuidadosamente los límites del contexto terapéutico y evitando cambios innecesarios.

Los clientes con el estilo de procesamiento de un sí mismo nuclear frágil parecen no tener ningún sentido de que los sentimientos y las reacciones emocionales originadas dentro de ellos son parte de sus experiencias. En cambio, las emociones son experimentadas como algo que les ocurre, como algo de lo cual ellos no son dueños o autores. Las emociones que surgen a menudo se convierten inmediatamente en reacciones conductuales, y ellos las experimentan como si todo esto pasara fuera de sí mismos. A veces, esto puede llevarles a experimentarse como dementes, lo cual es una experiencia muy aterradora. Por ejemplo, una cliente consideró que fue un giro importante en terapia que ella pudiera mantener sus reacciones emocionales dentro de ella misma por una larga cantidad de tiempo, como si sus sentimientos se hubieran vuelto más de ella, todo esto como resultado de su reciente adquirida habilidad de pensar sobre ellos para luego decidir lo que quiere hacer sobre ellos. "Es como si ahora yo reaccionara más por mi misma - lo siento antes de darle forma. Antes, yo solía decir cosas o solía reaccionar contra las cosas y era como si pasaran fuera de mí o fuera de mi control". Pienso que es importante intervenir de una manera que haga comprensible la reacción interna o externa incomprensible o no asumida, relacionándose con ella con una reacción apropiada (por lo menos en contenido, no necesariamente en intensidad) a la situación concreta. Alternativamente, en casos en los que los clientes tienen miedo de volverse "locos", yo les digo que las personas se refieren a los sentimientos o a las conductas como raras o locas cuando ellas no las entienden pero que si ellas fueran capaces de entenderlas, seguramente parecerían ser significativas y sensatas.

A menudo, los clientes con un proceso de sí mismo nuclear frágil no tienen éxito en permanecer con su experienciar (entendido como sensaciones afectivas internas) por el tiempo suficiente para encontrar significando en él o para verbalizarlo, ya sea porque las sensaciones son demasiado intensas o, por el contrario, porque no lo son suficientemente. Parece como si estos clientes no hayan desarrollado RIGs o interacciones internalizadas con un otro regulador para estos dominios del experienciar para los que tienen un estilo frágil de procesamiento. En la medida que los clientes desarrollan la habilidad de mantenerse en contacto con su proceso frágil y con la ayuda de sus terapeuta, ellos se sentirán muy dependientes de sus terapeutas durante algún tiempo, y a veces para un periodo largo. Puede ser necesario incrementar la frecuencia de las sesiones o hacer uso de una clase de objeto de transición (por ejemplo, un objeto del cuarto de terapia que les rememore al terapeuta) para estrechar el espacio entre dos sesiones sin que el cliente pierda el sentimiento de conectividad.

Clientes que tienen un proceso de sí mismo nuclear frágil a menudo temen que si permitieran la ocurrencia de los afectos incontrolables y rechazados que les sobrevienen, tales como rabia o ansiedad, les conducirían a conductas destructivas o a la desintegración. Como resultado, estos afectos rechazados son reemplazados por ansiedad y confusión. Lo que es necesario, en mi opinión, es un delicado balance entre un envolvimiento empático y estar presente de una manera aceptante, por una parte; y por otro lado, indicar auténticamente los propios límites y los límites de la relación terapéutica. Por consiguiente, el terapeuta debería estar alerta a lo que puede aguantar o no; el terapeuta no debe estar sobre-involucrado, pero tampoco debería desconectarse emocionalmente. Es más, el terapeuta debería estar dispuesto a permitir que sus límites sean conocidos por el cliente. Así, a través de la confrontación con los límites del terapeuta y de la relación terapéutica, el cliente puede darse cuenta de la lucha relacional que está instigando, así como también puede darse cuenta de sus propios sentimientos internos, para que pueda tomarlos como significativos y sensibles y como aspectos de su propia vida psíquica.

Ya que los terapeutas no son súper-hombres o súper-mujeres, ellos necesitan el apoyo de colegas para mantener esta lucha dentro de ellos y en interacción con el cliente dentro de límites terapéuticos razonables. Más aún, realizar charlas preparatorias con el cliente sobre cómo limitar eventualmente sentimientos de enojo extremos e ingobernables y las conductas destructivas durante la sesión, así como hacer distintos arreglos sobre esto, puede proporcionar la seguridad que se necesita para que el cliente contenga la experiencia amenazante. También, nombro situaciones que aparentemente parecen contener estímulos extremos y que pueden llevar a la impulsividad y pérdida de control; y discuto con el cliente cómo puede evitar estas situaciones, al menos por el momento.

El recuerdo de experiencias traumáticas en el dominio del sentido de un sí mismo nuclear puede ser considerada como una forma (principalmente disociada) de re-experienciación. Las experiencias entran en la memoria episódica cuando son vividas, esto es, como sensaciones, percepciones visuales, olores, estados afectivos, acciones y pensamientos que ocurren en alguna relación temporal, física y causal de modo que ellas constituyen un episodio coherente de experiencia. La sintonía empática sobre este nivel corporal y físico de experiencia es apropiada en principio. Los reflejos de contacto pre-verbales, descritos por Prouty (1998), según mi experiencia, a menudo son muy eficaces y útiles. La "Pre-Terapia" de Prouty describe intervenciones que son útiles en desarrollar o restaurar el contacto psicológico. Él distinguió cinco respuestas muy literales y concretas que funcionan bien con los niveles pre-expresivos de comunicación y conducta de los clientes. Los reflejos situacionales desarrollan o restauran el contacto del cliente con una situación o ambiente. Los reflejos faciales ayudan a restaurar el contacto afectivo, y los reflejos corporales pueden ayudar al cliente a entrar en contacto con lo que está expresando a través del cuerpo. Luego están los reflejos palabra-por-palabra que ayudan a restaurar el contacto comunicativo, y finalmente, están los reflejos reiterativos que se basan en el principio del re-contacto: se repiten los reflejos de contacto que tuvieron éxito produciendo una respuesta. La regulación de la intensidad de la experiencia también es aconsejable, sobre todo en un nivel primario, por ejemplo, permitiendo que su presencia sea conocida hablando con una voz suave y calma y con un ritmo sosegado, o reduciendo la distancia física entre uno mismo y el cliente, y por lo tanto, estando muy alerta a los signos del cliente y usándolos como retroalimentación para encontrar una distancia que ofrezca seguridad al cliente , una distancia en la que el terapeuta se percibe pero no parece amenazante para el cliente.


Sintonía e intervenciones empáticas dirigidas hacia el proceso frágil del “sí mismo subjetivo”.

Los clientes con un estilo frágil de proceso a menudo han perdido una sintonía empática con su experienciar subjetivo. Los clientes que han experimentado carencias empáticas en el dominio del sí mismo subjetivo y de relacionabilidad intersubjetiva a menudo se sienten muy inciertos acerca de si su mundo interno de experienciar tiene el derecho a existir. Esto los hace muy vulnerables en sus esfuerzos por permanecer con su experiencia y para atenderla de manera aceptante. Para hacer esto, los clientes temporalmente necesitan la ayuda de un otro empáticamente sintonizado y, como resultado, ellos pueden sentirse muy dependientes del terapeuta en esta fase de la terapia.

Para entender la manera-de-estar-con de estos clientes, así como sus reacciones a las intervenciones del terapeuta, el terapeuta necesita comprender que estos clientes pueden haber experimentado diferentes tipos de carencias empáticas o una falta de sintonía empática. Stern (1985) describió diferentes formas de fracasos de la empatía en el dominio de la relacionabilidad intersubjetiva.

Es rara una falta casi total de sintonía empática y aparece sólo en situaciones extremas, por ejemplo, en el caso de una madre que está padeciendo una enfermedad psiquiátrica severa, como psicosis o estados depresivos severos. En estos casos, la madre está emocionalmente disponible de manera insuficiente, aunque ella siga cuidando del bienestar físico del infante. Los clientes que experimentaron una carencia severa de sintonía empática a menudo se sienten vacíos interiormente; ellos tienen el sentimiento de que no hay nadie dentro, o ellos tienen el sentimiento de que son tan malos que nadie los quiere. Esto puede estar acompañado por experiencias de solitariedad que sólo pueden aliviarse a través de la proximidad física; de modo que, estar solo puede ser literalmente insoportable. La proximidad física, una experiencia del sí mismo nuclear, es la única manera de experimentar contacto o relacionabilidad que estos clientes conocen como satisfactoria. Ellos no conocen la soledad, porque ella implica experiencias de presencia y ausencia del compartir intersubjetivo de vivencias. En un ejemplo de esto, un cliente solía telefonearme regularmente, sólo para oír mi voz en la maquina contestadora. Ella decía, "Necesitaba oír su voz. Tuve miedo que ya no existiera más, que desapareciera, que se desvaneciera y que dejara de existir para mí". Esta dependencia extrema tiene que ver con el hecho de que la relación terapéutica es, en ese momento en la vida del cliente, la única relación en la que su experiencia frágil es validada. Esto es difícil de encontrar en las relaciones adultas "normales" del cliente, ya que la tendencia del cliente a percibir cualquier equivocación como un posible ataque, hace difícil para sus amigos confirmar la experiencia sumamente vulnerable y frágil de éste. Esa es la causa por la cual los clientes con un proceso frágil a menudo tienen dificultades para mantener relaciones estables. Para ponerlo en palabras de Warner (1991), "Es como si el terapeuta sostuviera una máscara de oxígeno para clientes que pasan el resto de la semana esforzándose en respirar " (pág. 9). Por lo tanto, puede ser necesario buscar maneras de ayudar a que el cliente estreche el tiempo entre sesiones -tales como permitir el contacto telefónico o permitir que el cliente tome algo del cuarto de terapia - y eventualmente, aumentar la frecuencia de las sesiones. Por ejemplo, en periodos difíciles, una cliente mía se llevó a casa un pequeño cojín del cuarto de terapia. Después de unas semanas, ella lo trajo de vuelta y diciendo que tenía que ponerlo durante algún tiempo en el cuarto de terapia para que absorbiera el olor de allí de nuevo. Mientras la cliente mantuvo el cojín en casa por demasiado tiempo, absorbió el olor de su propio hogar y así "no funcionó más," cuando ella lo usaba.

Algunos clientes parecen haber experimentado una sintonía selectiva, tales como sobre-apreciación de entusiasmo a expensas de estados más depresivos. Tales experiencias les condujeron a la creencia de que los sentimientos de entusiasmo parecen ser casi la única manera de experimentar contacto intersubjetivo. Por lo tanto, se hace entendible por qué algunos clientes a menudo fingen un entusiasmo inauténtico o exagerado, considerando que sus sentimientos depresivos no pudieron ser compartidos. Las experiencias de sintonía empática selectiva a menudo forman el comienzo del desarrollo de un sí mismo falso: Esa parte de la experiencia interna que se ha aceptado y se ha compartido será utilizada para contactarse con otros. Para ponerlo en los términos Rogers (1959), el niño ha desarrollado condiciones de valor. Aunque estos sentimientos no pueden compartirse, todavía pueden determinar la conducta del cliente, por ejemplo, a través de la auto-mutilación o los intentos suicidas. Ser sensible a estas experiencias que apenas pueden mostrarse y que, por lo tanto, están estancadas en un proceso frágil, es muy importante. Por ejemplo, el terapeuta puede decir, "Usted está diciendo esto con mucho entusiasmo y realmente creo que usted está contento con eso. Al mismo tiempo, también puedo percibir algo más en su historia, algo que no parece tan alegre. ¿Puede sentir ese pequeño algo? Intervenciones directivas de proceso, como, "He notado que algo lo aflige. Está bien tenerlo en cuenta, para permanecer con eso un momento", también pueden ser útiles. Una vez que este algo puede mostrarse a si mismo un poco, el terapeuta puede hacer uso de reflejos evocativos, imágenes, y metáforas para consolidar y confirmar las experiencias frágiles del cliente. A veces los clientes pueden estar en el medio de un proceso frágil de baja intensidad mientras están en contacto con su terapeuta, pero luego pueden sentirse agobiados por estos sentimientos una vez que ellos dejan al cuarto de terapia.

La desintonía es, según Stern (1985), una tercera forma de fracaso de la sintonía empática en el dominio de la relacionabilidad intersubjetiva. Las desintonías son intensos esfuerzos por alterar la experiencia del infante o niño, para ajustarlo en la dirección que el cuidador desea, por ejemplo, al reflejar más fuertemente la intensidad de las experiencias, de manera sistemática. Esas desintonías crean incertidumbre dentro del niño acerca de sus sentimientos y sobre la evaluación del niño de sus propios sentimientos y los de los otros, produciendo un caso de "No sé realmente lo que estoy sintiendo". Los clientes cuyo proceso de experienciar está compuesto por tales acumulativos incidentes de desintonías estarán inclinados a buscar a otros para asistir su experiencia. Por lo tanto, ellos intentarán averiguar lo que el terapeuta quiere que ellos sientan. Si el terapeuta entra en esta trampa, los clientes probablemente dejarán la terapia con decepción y continuarán viviendo con la idea que no hay ninguna alternativa para su existencia decaída, gris, y ligeramente depresiva.

Otra forma de desintonía, según Stern (1985), es el robo emocional. Esto pasa cuando las desintonías se usan no para alterar la experiencia del niño sino para robarla. El cuidador hace esto sintonizándose correctamente a la experiencia subjetiva del niño al principio y luego alterándola gradualmente. Tales experiencias pueden ser percibidas por el niño como intentos por robar su experiencia. Entonces, se vuelve peligroso permitir que alguien se conecte a su estado subjetivo interno porque compartirlo puede llevar a perderlo. La conducta de desintonía del cuidador a menudo tiene que ver con una agenda oculta (por ejemplo, alterar gradualmente la intensidad hacia un nivel más alto que resulta del miedo a que el niño sea como su padre no-lo-suficientemente-dinámico). Es probable que los clientes con experiencias de robo emocional sean altamente sensibles a la más pequeña distorsión de sus experiencias. Ellos pueden reaccionar furiosamente cuando una respuesta no está reflejando exactamente lo que ellos sienten. Ellos también son muy suspicaces y sensitivos hacia la incongruencia desplegada por el terapeuta y están ansiosos sobre las supuestas motivaciones y necesidades secretas del terapeuta. En un caso, un cliente se negó a permitirme grabar nuestras sesiones porque ella no quería que yo necesitara algo de ella de ninguna forma. Otro cliente me reprochó por querer que ella se sintiera bien de modo que yo pudiera verme a mí misma como una buena terapeuta. Yo validé explícitamente tales expresiones de sospecha sobre mis posibles intenciones ocultas como si valieran la pena. Al mismo tiempo, invité al cliente a buscar maneras de verificar la integridad de mis intenciones. Por lo tanto, en tales casos, yo podría decir, "Lo que usted dice es de hecho verdad; usted no puede estar seguro de que yo no tenga intenciones secretas. Y que yo le diga que no es mi intención no cambiará nada. Y usted tiene razón al no creer lo que yo digo simplemente porque yo lo digo. Pero puede ser sensato buscar juntos cómo usted puede conseguir más claridad y certeza sobre mis intenciones o sobre cómo puede protegerse en caso de que mis intenciones no sean lo que parecen". Entonces, yo podría expresar que el cliente puede tener una buena razón para mirar mi involucramiento con sospecha, así dirijo la atención del cliente a explorar su modo desconfiado de ser. También, yo podría decir, "Usted no puede estar seguro si yo tengo intenciones ocultas. Y eso es difícil para usted. Es difícil trabajar conmigo cuando usted no puede estar completamente seguro. Y, de hecho, usted nunca puede estar seguro, no con cualquiera".

Un tipo importante de intervención es el reflejo verbal: Los reflejos de los de los sentimientos expresados. Reflejos literales de las verbalizaciones del cliente de sentimientos significativos pueden ser especialmente útiles y eficaces. Intentar reflejar los sentimientos inciertos o vagos puede ser arriesgado; tales intervenciones deben hacerse explícitamente de una manera tentativa, con el mensaje subrayando que tales reflejos pueden ser incorrectos. Un reflejo de sentimientos que no es lo suficientemente congruente puede producir que el cliente se desconecte de su experiencia con enojo y desilusión. Señalar esta falla empática a menudo es muy útil y suficiente para que el cliente se reconecte a su experiencia. Otros clientes tienden a consentir verbalmente aunque, no verbalmente, se puede distinguir una ligera vacilación. Es importante validar esta vacilación o incertidumbre e invitar al cliente a rechazar explícitamente el reflejo del terapeuta y a atender su propia experiencia para conseguir una respuesta más acertada. Cuando los terapeutas crean espacio para la incertidumbre y para tolerar la ambigüedad y la falta de claridad, se aumentar las oportunidades para que los clientes encuentren sus propias palabras para describir su experiencia.


Sintonía e intervenciones empáticas dirigidas hacia el proceso frágil del "sí mismo verbal".

Por supuesto, las carencias empáticas en el dominio de la relacionabilidad verbal no pueden verse como separadas de las experiencias en los dominios de la relacionabilidad nuclear y la relacionabilidad intersubjetiva. Experiencias que no consiguieron ningún reconocimiento intersubjetivo en el nivel pre-verbal no se volverán objeto de negociación de significado entre el padre y el niño. Probablemente, ellas se mantendrán en aislamiento, incapaces de ser compartidas en palabras, o su existencia será negada para que ellas no estén accesibles a la atención consciente. Las palabras también pueden reflejar pobremente la experiencia pre-verbal global. Como resultado, el auto-concepto del cliente, comprensiblemente, no estará hecho con conceptualizaciones claras del sí mismo que representen verbalmente las experiencias interpersonales cuando ellas están ocurriendo. La totalidad de la experiencia estaría rota. El sí mismo verbal y el auto-concepto son vistos como "verdaderos", y esto resulta en una alienación de la experiencia vivida. Por lo tanto, se hace muy difícil sacar significando de la experiencia, en base a este auto-concepto. Los terapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales están muy bien entrenados y versados para intervenir de una manera que puede reparar la conexión entre la experiencia vivida y las palabras. Esto puede hacerse en dos direcciones: primero, conectando las palabras del cliente con la experiencia vivida. Entonces, puede aparecer que estas palabras no son las más mejores para capturar la complejidad de la experiencia enriquecidamente sino que en cambio están empobreciendo la experiencia original y otras palabras más precisas deberían buscarse. Segundo, el terapeuta puede ayudar al cliente atender la experiencia vivida y buscar palabras que encajen, como esto se hace explícitamente con Focusing. Se promueve un proceso de ir y venir constantemente entre la experiencia corporal vivida y las palabras. La creación de significado toma lugar a través de la búsqueda en conjunto y la negociación, por lo tanto, tanto el cliente y como el terapeuta contribuyen a una comprensión creciente y compartida. Aunque en los dominios de la relacionabilidad nuclear e intersubjetiva es muy importante reconocer al cliente como el único experto en su experiencia, las intervenciones empáticas en el dominio de la relacionabilidad verbal se vuelve más bien una construcción conjunta de significado.


Conclusión.

Trabajar clientes con un proceso frágil significa entender lo que el proceso del cliente necesita en cualquier momento particular para poder proceder. Los terapeutas centrados-en-el-cliente poseen un rico arsenal de intervenciones empáticas y maneras sintonizadas de relacionarse, y esto los vuelve bien posicionados para entrar en el baile frágil, complejo, e intenso con estos vulnerables compañeros de baile.


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Greet Vanaerschot, practicante independiente, Erps-Kwerps, Bélgica.


Este artículo está basado en una lectura presentada en la 6ta Conferencia sobre psicoterapia y consejería centrada-en-la-persona y experiencial realizada en Egmond aan Zee, Países Bajos, Julio-2003. Quiero dar un agradecido reconocimiento a Arthur Bohart y a Germain Lietaer por sus comentarios sobre una versión previa de este artículo.




Correspondencia acerca de este artículo debería dirigirse a Greet Vanaerschot, Donkerstraat 50, 3071 Erps-Kwerps, Bélgica. E-mail: greet.vanaerschot@pandora.be


Dirección precisa del texto original en la web:

http://www.er.uqam.ca/nobel/d222307/PSY5860_H07/Vanaershot%20(2004;%20ajustement%20empathique%20avec%20clients%20%E0%20l%27exp%E9riencing%20empathique%20d%E9ficient).pdf


Traducción: Luis Robles Campos (2009).
Psicólogo, Universidad de Tarapacá, Arica – Chile.
Focusing Trainer acreditado, Focusing Institute, New York.
luisrobles1977@gmail.com
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PSICOTERAPIA CENTRADA EN LA PERSONA/EXPERIENCIAL

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