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jueves, 13 de diciembre de 2007

Nueve Talleres Grupales de Experienciación.


NUEVE TALLERES GRUPALES DE EXPERIENCIACIÓN.


Por Luis Robles Campos.


Segunda Parte del Artículo "La Aplicación del Focusing en Contextos Psicoterapéuticos Grupales".


A continuación se presentan nueve talleres grupales de experienciación dirigidos hacia diversos aspectos de la experiencia o a temas específicos. Estos talleres fueron desarrollados para un programa psicoterapéutico grupal de corta duración (6 a 9 sesiones), sin embargo, pueden ser ejecutados en programas de mayor extensión o aplicarse de manera aislada.

Generalmente, los talleres se inician con alguna breve exposición sobre el tema a trabajar, para luego dar paso al apartado de Focusing propiamente tal. Hay cierta estructura que es conveniente mantener en la realización de cada taller, por ejemplo: dar la bienvenida, realizar una ronda de escucha para saber cómo se encuentra cada participante en ese preciso momento, plantear el tema del taller, realizar algún ejercicio de relajación si es necesario, realizar la actividad de focalización, compartir la experiencia, y agradecer la participación.

La parte de Focusing de cada sesión habitualmente se inicia dirigiendo la atención al interior del cuerpo. Enseguida se propone una pregunta que los participantes deberán realizarse interiormente, por ejemplo: “¿Cómo me siento en este momento?”, “¿Hay algún asunto que necesite atender ahora mismo?”, etc.; para luego focalizar la cualidad de la sensación sentida que se empieza a configurar; si se trata de una sensación grande o pequeña, si se percibe como agradable, desagradable, o tolerable, etc. Inmediatamente después de eso se inicia la experienciación misma, donde se les da a los participantes el espacio suficiente para que puedan compartir gradualmente su experiencia y donde el facilitador realiza la retroalimentación necesaria.

Si el número de participantes es elevado, esto es, superior a ocho personas, las actividades del taller se pueden ejecutar en duplas o en grupos pequeños, siguiendo un esquema sencillo: 1) experienciación, 2) compartir la experiencia y, 3) intercambiar turnos.

Al leer los talleres que propongo se podrá constatar que es relativamente sencillo formular una temática de experienciación en relación a cualquier tema, ajustándose a las necesidades de diversos tipos de grupos con personas con problemáticas muy diferentes.

Los talleres que se presentan son:

1) Re-Inaugurando la relación interna.
2) Despejando un espacio interior.
3) Focalizando un problema.
4) Transformando la crítica interna.
5) Cómo transformar los bloqueos en acción.
6) Re-Estableciendo el contacto con el Otro.
7) Cambiando lo de afuera desde adentro.
8) Renovando el sentimiento hacia la vida.
9) Re-Descubriendo nuestra espiritualidad.


1) Re-Inaugurando la Relación Interna.

Este sencillo pero emotivo ejercicio de experienciación es ideal para iniciar un programa de talleres de Focusing, y es particularmente útil cuando trabajamos con personas que sufren violencia intrafamiliar, depresión, o que tienen algún otro serio problema psico-social; aunque por supuesto, puede resultar beneficioso para cualquier individuo, tenga grandes problemas o no.

En “Re-Inaugurando la relación interna” se trabaja esencialmente con lo que yo llamo “imágenes sugeridas”, haciendo “una invitación para que el cliente se refiera a la sensación sentida… a través de un símbolo que nosotros (los terapeutas) proponemos pero que él mismo va desarrollando” (Robles, 2007). En este caso, se invita a los participantes a desarrollar la imagen de una persona a partir de su experiencia concretamente sentida. Más exactamente, les hago imaginar o suponer que la sensación sentida misma fuera una persona; y a partir de ahí doy sugerencias para establecer una relación e interactuar afectivamente con esa “persona interior”.

Una instrucción clave para desarrollar exitosamente este ejercicio es sugerir a las personas que se permitan formar la imagen de una persona no conocida, ya que de esta forma es más sencillo que aparezcan elementos novedosos acerca de su estado emocional; tomando en cuenta que en ocasiones la evocación de una persona significativa puede entorpecer la capacidad de focalización. Por ejemplo, en una ocasión una mujer sólo podía ver a su hijo que tiene muchas dificultades de salud y no lograba tomar distancia de los sentimientos abrumadores que habitualmente tenía al pensar en él. En todo caso, si algo similar a lo anterior llega a ocurrir a pesar de las instrucciones, resulta oportuno indicarle al participante que se visualice a si mismo frente a la persona significativa y que se centre en cómo se ve a sí mismo.

Las instrucciones usualmente las voy dando de la siguiente manera: “Trata de imaginar que esa sensación fuera una persona”, o “Deja que a partir de esa sensación se forme la imagen de una persona”, “¿Puedes ver cómo es esa persona, qué edad tiene, dónde está, cómo se siente?”

Después de unos minutos, voy consultando qué tipo de imágenes se ha desarrollado, y por supuesto el resultado es bastante creativo: Una mujer de unos cincuenta años me decía: “Una niña columpiándose, pero que teme bajar del columpio”; una persona apenas salida de adolescencia visualizaba: “Un adulto amargado”; otra con muchos problemas me decía: “Veo una mujer joven y tranquila”; otras personas estaban en contacto con: “Una viejita achacosa”, “Una mujer desnuda en una habitación oscura y fría”, etc.

Inmediatamente después, voy dando algunas sugerencias para que los participantes “interactúen” con la persona imaginada, tratando de saber qué siente, cómo se siente, qué necesita, etc.: “¿Puedes permanecer cerca de ella, hacerle compañía?”, “¿Puedes notar cómo recibe tu compañía?” En resumen, se invita a los participantes a desplegar su capacidad de aceptación, contención, comprensión, y empatía sobre esta “persona interior”, o sea, sobre sí mismos. Por ejemplo, cuando doy la instrucción de notar si aquella “persona” necesita algo, luego sugiero: “Ve si puedes darle algo de lo que ella necesita o algo que la haga sentir mejor”, y las personas responden cosas como: “Que le tome la mano y no la deje nunca más”, “Que le preste más atención”, “Que le dé un abrazo”, etc.

Como se podrá suponer, esta clase de interacción con “la persona interior” resulta muchas veces profundamente emotiva, y algunas personas pueden llorar suavemente al tener la experiencia. Por lo anterior, resulta muy conveniente realizar un compromiso para no dejar de atender y acompañar a la persona interior al final de la parte de experienciación.

Los objetivos de este taller es que los participantes desarrollen la capacidad de contactarse con sus sentimientos y de desplegar una actitud auto-contenedora hacia su propia experiencia; o sea, una actitud de Focusing; la actitud necesaria para estar en contacto con su emocionalidad de un modo directo y profundo.


2) Despejando un Espacio Interior.
Despejar un Espacio es uno de los movimientos de Focusing más ampliamente practicado y comentado en la actualidad del movimiento experiencial, teniendo ya casi una identidad propia como técnica psicoterapéutica. Cuando yo lo practico en un contexto grupal, generalmente lo presento con una breve introducción, señalando que se trata de una herramienta muy sencilla y efectiva para reducir estrés y que muchas personas lo realizan en sus vidas cotidianas cuando necesitan sentirse relajadas.

La versión de Despejar un Espacio que acostumbro practicar no es la versión tradicional que incluye el uso de imaginería guiada (Gendlin, 1981b, 1982; Alemany, 1988), con la cual se invita a los participantes a visualizar que “ponen los problemas a cierta distancia”, ya que muchos clientes se muestran incapaces de seguir tales instrucciones. Esta dificultad acerca de Despejar un Espacio puede suceder con frecuencia en un contexto grupal, ya que en tales circunstancias el contacto entre guía y focalizador no es tan personalizado, y por lo tanto, los participantes pueden permanecer sin comunicarla. Por el motivo anterior, la versión que yo realizo excluye las instrucciones de la imaginería guiada, pero pone énfasis en las Técnicas de Relación Interna propuestas por Ann Weiser Cornell (1995) y las sugerencias acerca de “Crear un Espacio” (Making a Space) de Ellen Kirschner (2003, 2007), ambos procedimientos planteados como alternativos al formato tradicional de Despejar un Espacio.

Al comienzo del ejercicio realizo sugerencias para que los participantes se tomen un tiempo para sentarse cómodamente, luego les indico la realización de unas cuantas respiraciones como preámbulo a unos pequeños pasos de conciencia sobre el cuerpo. En estos pasos se invita a las personas a prestar atención a cómo sienten sus piernas, su tronco, sus brazos, etc., distinguiendo sencillamente si allí hay tensión, cansancio, o alguna sensación agradable; como diciendo: “Ah, aquí está tenso”, o “Sí, mis brazos están cansados”.

Después de toda la acción anterior, se invita a las personas a centrar su atención en su interior y se les indica preguntarse: “¿Estoy totalmente tranquila en este momento?”, ¿Me siento totalmente bien ahora mismo?”, para que chequeen cuál es la respuesta que surge desde adentro, y en la mayoría de los casos esa respuesta es: “No, no totalmente”. Es entonces cuando se estimula a los participantes a identificar uno a uno los problemas o preocupaciones que están llevando en ese momento, y que les impiden sentirse de un modo más agradable. Se puede recomendar anotar cada uno de los problemas que están identificando, enfatizando que no es necesario que enlisten todos los problemas que tienen en sus vidas, sino que solamente aquellos que se sienten “ahora mismo”. En esta parte del proceso, se puede utilizar papel y lápiz para anotar cada situación, pensamiento, sentimiento o sensación física estresante que se ha detectado, o bien se puede utilizar el dibujo de la silueta de una persona para que los focalizadores vayan situando cada problema en la parte del cuerpo que la sienten, quizás con algún color que refleje como se siente ese asunto.

Es de suma importancia que las personas no sólo identifiquen qué problemas llevan, si no que también cómo es que se siente cada uno de ellos. Por ejemplo: “Me preocupa que no nos alcance la plata este mes, esto es como algo tenso aquí adentro”; o bien, que identifiquen como ellas se sienten en relación a ese problema: “La enfermedad de mi hija… Siempre estoy alerta sobre eso”. En cualquier caso, es importante motivar a las personas a probar una actitud de “reconocimiento” hacia cada cosa que surge, sin necesidad adentrarse en el problema, y “resonar” si efectivamente las palabras que han elegido para describir cómo se sienten con el problema se ajustan a lo que concretamente están experienciando. Después que los participantes han identificado diversas situaciones estresantes, y han tomado conciencia de cómo se sienten con cada una de ellas, se les invita a distinguir cuál es la nueva sensación que va a apareciendo, la cual por lo general es más agradable, o “despejada” Si no lo es, se dan instrucciones para “desidentificarse” de ella; o sea, para que los participantes diferencien que aquella sensación o sentimiento no es toda su persona, sino que sólo “una parte” de su experiencia, una parte con la cual se pueden relacionar. Todos esos pequeños pasos: “reconocimiento”, “resonar” y la “desidentificación”, constituyen algunos movimientos de las citadas “Técnicas de Relación Interna” de Ann Weiser Cornell.

Ahora bien, si nada de lo anterior resulta del todo efectivo, o bien si el facilitador del taller lo prefiere de todos modos, es posible utilizar los pequeños pasos de “Crear un Espacio” que Ellen Kirschner sugiere. Éstos consisten básicamente en la persona advierta si está presionando la sensación de alguna manera, o si se está enjuiciando a si misma por tener aquel sentimiento, o incluso si está realizando el ejercicio con apuro; para que finalmente pueda darle a ese sentimiento interior todo el espacio y el tiempo que requiere para llegar a transformarse en una sensación espaciosa y agradable. Para lograr esto se puede sugerir: “¿Puedes darle un montón de espacio en tu interior a ese sentimiento?”, o “¿Puedes darle permiso a ese sentimiento para que esté allí sin ningún tipo de presión?”, “Tal vez te puedas tomar un tiempo para estar con eso sin estar ‘mirando el reloj’”, etc., hasta que se logre el efecto de reducción de estrés deseado.


3) Focalizando un Problema.

Esta es la versión grupal y experiencial de la actividad que se realiza de forma espontánea en muchas sesiones de psicoterapia de cualquier orientación: focalizar el significado que una persona tiene acerca de un problema y tratar de llevar ese significado adelante, o de elaborarlo de alguna manera.

“Focalizando un problema” puede ser realizado habiendo o no ejecutado previamente el movimiento de Despejar un Espacio, y se puede practicar varias veces a lo largo del proceso grupal, para centrarse en las dificultades que las personas van enfrentando de tiempo en tiempo. Por supuesto, no es necesario realizar siempre talleres con temas pre-programados.

Se inicia el taller invitando a los participantes a elegir un problema que estén llevando en ese momento y sobre el que necesiten expresarse. Generalmente, yo guío a identificar varios aspectos sobre ese asunto: 1) Qué sienten con él, 2) Dónde lo sienten, en qué parte de su cuerpo, 3) Cómo lo sienten, y 4) Cómo se sienten al tener ese sentimiento. Entonces las personas pueden darse cuenta, por ejemplo, de algo como: “Siento pena, la siento en el pecho, es una pena que está apretada, y me asusta sentirla”. Alternativamente, se les puede sugerir que busquen una imagen que calce con lo que están experienciando, o que busquen otras palabras que describan en mayor detalle ese mismo sentir.

Después de haber realizado las preguntas generales que se mencionaron arriba, se pueden plantear preguntas específicas, como: “¿Qué es lo peor de esta situación para usted?”, “Mientras atiende esa sensación, ¿siente que surge algo nuevo?”, etc. También es posible sugerir preguntas de movimiento, tales como: “¿Qué hace falta en su interior ahora mismo?”, “Si ese problema estuviera solucionado, ¿Cuál sería el sentimiento que tendría?”, “Si ya ha surgido algo de tranquilidad, ¿es posible que la pueda sentir más plenamente?”

Si algún participante no logra llevar adelante el sentimiento que tiene acerca del problema, es recomendable consultar qué clase de relación tiene con el asunto: “¿Te estás presionando de alguna manera acerca de ese problema? Quizás puedas notar si te estás forzando a ser siempre fuerte acerca de aquello o si te estás presionando a resolverlo tu sola y de inmediato”

Es necesario enfatizar sugerencias que alienten a los focalizadores a relacionarse de un modo afectivo, cuidadoso o compasivo con cada sentimiento que surge, para que finalmente logren darse cuenta de nuevos aspectos de su experiencia acerca del problema: “La pena estaba ahí porque no había querido asumir que mi relación de pareja fracaso, necesito dejar que eso pase, no seguir aferrada a la idea que se va a solucionar. Cuando siento que lo dejo ahí, siento que descanso, lo siento de verdad”.

Muchas veces cuando realizo este taller voy anotando en una pizarra las palabras más significativas de aquello que expresan los participantes, así, finalmente es posible visualizar cómo cambió el sentimiento a lo largo del taller.


4) Transformando la Crítica Interna.

Básicamente, se trata de la aplicación del método para psicoterapia individual acerca de la crítica interna propuesto por Mia Leijssen (1998) aplicado en un contexto grupal, aunque pos supuesto también incluye elementos de otros autores (Gendlin, 1996; Hinterkopf, 1998; Weiser Cornell, 2005; McGavin, 2006) que también se han referido de forma específica acerca de este aspecto de la experiencia.

Para dar inicio al taller realizo una sintetizada introducción acerca de la Crítica Interna, partiendo por una sencilla definición: La Crítica Interna es cualquier forma de actuar, cualquier pensamiento o sentimiento en contra de nosotros mismos, que nos impide desarrollarnos, expresarnos libremente y ser felices. Se manifiesta como autocrítica, autoexigencias, pensamientos negativos, u otras formas, y puede producir tensión, desgano, culpabilidad, rabia hacia uno mismo, autoflagelaciones o incluso intentos de suicidio. Su origen se haya en la crítica de figuras significativas a partir de nuestra infancia, en la vivencia de experiencias traumáticas de abuso, o en relaciones conflictivas de nuestro presente.

La parte experiencial se enfoca esencialmente en los aspectos que Leijssen (1998) propone cómo útiles para procesar la Crítica Interna: 1) Identificarla, 2) Desidentificarse de ella, 3) Darle una imagen concreta, 4) Explorar su función pasada y presente, 5) Asignarle un nuevo lugar, y 6) Volver a la parte criticada.

Para identificar un sentimiento ligado a la Crítica Interna se invita a los participantes a realizarse internamente preguntas como: “¿Te sientes totalmente cómodo con tu manera de ser?”, “¿Estás totalmente a gusto con tu cuerpo”?, o “¿Estás totalmente tranquilo con las decisiones que has tomado en tu vida?”. Se da el tiempo para que los participantes chequeen estás preguntas contra su sensación sentida, y en la mayoría de los casos la respuesta que surge es confirma la presencia de aspectos ligados a la Crítica Interna. De inmediato se da la oportunidad para que los participantes se refieran a eso, si lo desean, apareciendo allí comentarios como: “Me encuentro aburrida y fea”, “Siento que he fracasado muchas veces y no me lo perdono”, “No me gusta hablar en público, pienso que lo que voy a decir es tonto”, “Siento que he sido mala mamá”. Estás expresiones pueden ser reflejadas de un modo especial para lograr la desidentificación, nombrándolas como lo que son, sólo una parte de la experiencia de la persona, no toda ella: “Hay una parte de ti que siente que no has sido buena madre”, “Hay un sentimiento en ti que no perdona los fracasos”, “Hay una especie de voz enjuiciante que no te permite hablar en público”, etc.

Darle una imagen concreta a la Crítica Interna es uno de los elementos más valiosos de este taller. Se le puede sugerir a los focalizadores que busquen una figura real o imaginaria que represente como se siente el aspecto crítico en su interior. Yo he tenido la oportunidad de escuchar todo tipo expresiones para esta sugerencia: “Una profesora que me ridiculizó en clases”, “Mi mamá que siempre me pegaba”, “Un puente cortado”, “Mi hijo que murió”, “Yo misma”, “Un mosquito”. En este punto de la actividad se despiertan en los participantes todo tipo de emociones y recuerdos, los cuales son convenientes explorar, al mismo tiempo que se les relacionan con sus dificultades presentes. Así, la persona que mencionaba que le daba vergüenza hablar en público podría notar que su mamá siempre le ha criticado sus opiniones, desde pequeña. La idea es que las personas lleguen a establecer, quizás con la ayuda del terapeuta, algunas conexiones entre el aspecto crítico y su manera de actuar, por ejemplo: “Siempre estoy tratando de decir hacer o decir lo correcto, por miedo a que me critiquen de nuevo”.

Para desentrañar más aspectos de la función presente de la Crítica Interna, también resulta valioso invitar a los participantes a ponerse en su lugar, a acogerla y escucharla, en lugar de rechazarla: “¿Por qué eso necesita ser tan duro contigo, tal vez necesita algo, tal vez le preocupa algo…?” Este tipo de instrucción puede conseguir respuestas como: “Esa parte de mi es así, porque no quiere que me rechacen otra vez”.

La parte crucial del taller viene cuando se dan las sugerencias de poner el aspecto crítico (el cual se ha simbolizado con una imagen concreta) en un lugar adecuado para que no vuelva a resultar tan perturbador; pero ya que las personas pueden estar experienciando de manera tan diferente, es indispensable dar una instrucción amplia: “Ve si puedes colocar esa parte crítica a una distancia o en lugar donde no te haga daño, o donde pueda descansar… Si eso es algo agresivo ve donde sería conveniente ponerlo… Si es algo delicado tal vez necesite un mejor lugar… O si es algo muy tuyo tal vez necesites darle algo…” Así las personas podrán expresar por ejemplo, que han puesto al Crítico en un basurero, o hundido en el mar, o al otro lado de un río; en caso que se tratara de algo agresivo y amenazante. También puede ser que el Crítico sea acogido en vez de sancionado, si se trata de algo muy propio de la persona. O bien, puede ser cobijado en un lugar seguro (“dentro de mi corazón, por ejemplo) si se trata de algo delicado, como el pequeño hijo fallecido de la mujer.

En cualquier caso, siempre es necesario volver a la parte criticada para revisar cual es la nueva sensación que surge; quizás: mayor libertad, perdón, rabia por largo tiempo no expresada, una tristeza más sana, una nueva sensación de energía, etc.

Sin lugar a dudas uno de los talleres más poderosos de los nueve que se proponen aquí.


5) Cómo Transformar los Bloqueos en Acción.

Este taller está basado en las reflexiones de Ann Weiser Cornell (1993) acerca de cómo usar el Focusing para trabajar en aspectos de nuestros hábitos o nuestras decisiones en los cuales nos sentimos estancados o bloqueados. Ella plantea que los “bloqueos de acción” tienen una dinámica particular en la que hay “una parte” de nosotros que “sí quiere” encaminarse hacia la acción y “otra parte que no”; ésta última sería el aspecto de la experiencia que aún no ha sido escuchado y que necesita explorarse, principalmente. Este mismo sencillo planteamiento es el que constituye la introducción de este ameno taller.

Iniciando la parte experiencial de la sesión, se invita a los participantes a precisar un aspecto de sus vidas en los que se sienten particularmente bloqueados y sobre el cual les gustaría trabajar. Se enfatiza que de preferencia elijan actividades que sólo dependan de ellos, que no requieran un gasto económico importante, y que puedan ser realizadas a corto plazo. Por supuesto, inmediatamente se dan ejemplos de actividades sobre las cuales resulta particularmente fructífero trabajar: un programa de ejercicios, una dieta, una postergada visita al médico, la realización de alguna actividad recreativa como un pequeño paseo, o visita a un ser querido, volver a retomar el tejido o la pintura, las visitas a la iglesia, buscar información para realizar algún un trámite de importancia, etc. Como puede apreciarse, todas estas actividades son factibles de llegar a concretar, sobre todo porque sólo dependen de la persona para su realización y no de muchos otros factores externos a ella.

Cuando las personas ya han elegido y comentado sobre cual actividad les gustaría trabajar, hablamos un momento acerca de eso. Si una persona no se puede decidir sobre qué situación trabajar, la invito a elegirla experiencialmente, prestando atención a cual necesita resolver más prontamente. Cuando hablamos acerca de la situación elegida, nunca hago pregunto sobre detalles íntimos, sólo cosas generales como: “¿Cuánto tiempo llevas postergándolo?”, “¿Cómo te hace sentir no haberlo realizado hasta ahora?”, “¿Cómo crees que te beneficiaría llegar a concretarlo?”, etc.

En el momento en que se inicia el Focusing propiamente tal, se invita a los participantes a preguntarse qué hay acerca de la situación en las que se sienten bloqueados, para que obtengan una sensación sentida del asunto y puedan conocer más profundamente que sentimientos les impiden concretar la acción. Cuando esto ocurre, una y otra vez se descubren sentimientos de vergüenza, temor al fracaso o al ridículo, miedo al rechazo, sentimientos de soledad, etc., casi siempre sentimientos que necesitan de compañía y contención, lo cual nos señala que la clave de este ejercicio es ser compasivos hacia esos aspectos vulnerables de la experiencia.

Si los participantes ya están claros acerca de qué clase de sentimientos estaban implícitos en el bloqueo, se les invita a sentir los sentimientos que sí tienen una dirección hacia la acción, para obtener una sensación de energía desde ellos. Después, se les invita a imaginar o sentir detenidamente cómo se sentirían realizando la actividad, para luego sugerirles que determinen experiencialmente un pequeño paso hacia la acción, como poner una nota recordatoria y motivadora frente a la cama, anunciar la visita, buscar información que ayude a salir del bloqueo, o algo similar.

En síntesis, se finaliza el taller realizando una recomendación para hacer un compromiso con uno mismo para no dejar la situación tal cómo estaba (aunque por supuesto la situación ya no es la misma una vez que ha sido explorada experiencialmente).

Se deja en claro que no existe obligación con el facilitador o con el grupo acerca de llegar a concretar la acción, pero que si gustan pueden compartir cualquier avance o sentimiento al respecto en las próximas sesiones. Cuando eso llega a suceder hay resultados diversos, pero la mayoría implican un paso más allá del bloqueo, por ejemplo: concretar la acción, darse cuenta que no necesitan realizar la acción que ellos habían pensado sino algo diferente (“Me di cuenta que no necesito mandarle una carta a mi papá, sólo necesito ser más cariñosa con él, con eso me basta”), o sencillamente visualizar algún aspecto sobre el asunto del cual nunca antes se habían dado cuenta, por ejemplo, una mujer mencionaba que su bloqueo acerca de ir a buscar un trabajo no sólo tenía que ver con un temor a fracasar sino que también con un resentimiento hacia su marido y sus hijos, algo que sentía que debía explorar más detenidamente.


6) Re-Estableciendo el Contacto con el Otro:

La misma estructura del taller anterior puede usarse para trabajar los bloqueos que existen en nuestras relaciones interpersonales. Yo la he aplicado para realizar un taller que titulo “Re-Estableciendo el Contacto con el Otro”, en que las personas se enfocan sobre dificultades tales como: problemas de comunicación en la pareja, trabas para ser más cariñosas con sus hijos, o para ir a más allá de un conflicto con alguno de sus familiares. No es esencial que las personas elijan una relación en la que tengan problemas, también pueden enfocarse en una relación que ya es buena, pero que podría ser mejor, tal vez aún más fluida, más espontánea o más creativa.

La parte experiencial se puede iniciar invitando a los participantes a chequear interiormente si hay alguna relación con otra persona que les gustaría mejorar o profundizar, o si hay alguna incomodidad relacional con alguna persona significativa (familiar, amigo, compañero de trabajo, etc.) que ellos quisieran resolver o sentir de otra forma. Entonces, es posible que las personas digan cosas como: “Siempre he querido agradecerle a mi suegra todo lo que me ha ayudado, me gustaría darle un abrazo, pero al final nunca lo hago, no se por qué”; o “Antes era más cariñosa con mi marido, pero, usted sabe, la monotonía va matando el amor…”

El taller se enfoca a la parte que sí quiere mejorar y profundizar la relación, y también en la parte que se siente bloqueada, a la que le cuesta encaminar la acción. La idea es que los focalizadores logren identificar que sentimientos propios están limitando el desarrollo de la relación. Así, la persona que necesitaba acercarse a su suegra, puede darse cuenta que tiene “una especie de temor”, y que tal sentimiento proviene de la relación con su propia madre, quien siempre le respondía con evasivas o con bromas absurdas cada vez que ella le intentaba dar un abrazo. Mientras que la persona que sentía que la monotonía estaba deteriorando la relación con su marido, tal vez pueda experienciar ahora que esa idea sencillamente no le sirve y que sólo tiene que decidirse y practicar el cariño hacia él, porque su necesidad de acercarse se siente “más grande y más real”; que no lo tiene que analizar tanto.

Sin dudas este es uno o de los talleres más satisfactorios para los integrantes del grupo, porque después de él se sienten con renovadas energías para interactuar con los Otros significativos en sus vidas.


7) Cambiando lo de Afuera Desde Adentro.
También es posible y muy útil ejecutar un taller que facilite el cambio comportamental (lo de afuera) a través de aproximaciones sucesivas establecidas experiencialmente (desde adentro). Gendlin (1996), se ha referido a cómo es posible utilizar el Focusing para decidir pequeños pasos para superar la dificultad de hablar en público o de relacionarse con el sexo opuesto, o algún otro aspecto conductual que necesitemos cambiar para alcanzar cualquier otra meta que nos parezca difícil.

Es indispensable que antes de realizar este ejercicio, el facilitador entregue una pequeña orientación comentando cómo muchas personas se frustran cuando intentan imponerse la consecución de una meta de forma inmediata; y como muchas otras logran sus objetivos dividiéndolos en pequeños pasos que son fácilmente realizables, que esa será el objetivo de la actividad.

Este taller puede ser especialmente útil en un programa dedicado a un problema específico: Adicciones, hábitos alimenticios no saludables, por ejemplo en personas hipertensas o diabéticas, etc., y puede ser ejecutado una vez cada dos semanas o una vez al mes, o en medio de otros talleres, según sea la necesidad.

Un ejemplo de cómo puede funcionar este taller: Una participante puede decidirse a focalizar en su estancamiento para buscar empleo. En el taller para trabajar los bloqueos ya se había dado cuenta que le da miedo fracasar, y que además se siente obligada a permanecer en casa atendiendo a su marido e hijo. Entonces puede que haya resuelto poner carteles recordatorios en su casa, animándose a buscar datos de trabajo; un paso de cambio conductual muy pequeño (pero bastante beneficioso) hacia la meta que desea alcanzar; y en este otro taller se puede enfocar en su sensación sentida para establecer desde ella un nuevo pequeño paso hacia adelante, pudiendo notar que puede ir a la peluquería para arreglar su peinado, y que además puede revisar el ropero para tener lista una tenida con la cual se pueda presentar a dejar un currículum; otros dos pequeños pasos que la dejarían más cerca de su meta.

Resulta conveniente que los participantes vayan chequeando experiencialmente cómo están llevando su proceso de cambio. Por ejemplo, se puede iniciar el taller proponiendo la siguiente pregunta: “¿Cómo me siento hoy con lo que ya he logrado para lograr mi meta?”. Luego, se puede focalizar sobre la motivación presente de los participantes para continuar con su propósito: “¿Cómo me siento en este preciso momento acerca de mis intenciones de seguir avanzando?”. Más tarde se puede enfocar la posibilidad de establecer un nuevo paso de ajuste conductual: “¿Qué puedo hacer ahora para acercarme a mi meta?”, “¿Me siento seguro para realizar este paso?”, “¿Hay algún tipo de temor o ansiedad que me pueda dificultar el logro de este pequeño avance?”, etc.

La idea en este enfoque de cambio conductual es mantener, en la medida de lo posible, una postura centrada-en-la-persona; sin embargo, es posible cooperar con los participantes de una manera más activa, si ellos lo requieren, proponiéndoles algunos posibles pasos que “podrían” ayudarles a acercarse a su meta. Aunque, por supuesto, quienes deben decidir cuál serán en definitiva los pasos a seguir, siempre serán los focalizadores, y en ningún caso quien facilita el taller.


8) Renovando el Sentimiento Hacia la Vida.
Este taller está basado en el trabajo de Eugene Gendlin (1981), Elfie Hinterkopf (1998) y Marine De Freminville (2006) acerca de los “Sentimientos de Trasfondo”; aquellos sentimientos predominantes que las personas tienen acerca de la vida (a lo largo de sus vidas).

Para ejecutar correctamente este taller es necesario comprender que los “Sentimientos de Trasfondo” constituyen una entramada y compleja red de significados que se han configurado con experiencias pasadas, introyecciones de creencias familiares, influencias culturales, y el impacto de realidades socio-económicas (pobreza, falta de oportunidades, etc.). Por ejemplo, una persona puede tener una clara sensación de que la vida es injusta y que, por lo tanto, la felicidad es imposible, ya que ha asociado la posibilidad de una buena vida sólo al porvenir económico. En otro caso, un individuo puede haber interiorizado la idea (muy arraigada en la cultura occidental) que una felicidad más permanente no es posible, y que apenas se puede aspirar a breves momentos de alegría. También puede ser algo tan personal y específico cómo: “Yo me paso la vida pensando en los problemas y en las cosas que me faltan, sin detenerme a disfrutar de todo lo bueno que ya tengo”. Los Sentimientos de Trasfondo, por supuesto, no son algo fijo, pueden cambiar de tiempo en tiempo, dependiendo de las experiencias vitales en la que nos encontremos.

Por lo general, no realizo este ejercicio de experienciación en las primeras sesiones del proceso grupal, si no que siempre lo dejo para el final, cuando los participantes ya han desarrollado su habilidad de focalización. Lo anterior es esencial, ya que muchas personas pueden replicar en el taller una serie de ideas preconcebidas que tiene acerca de la vida, sin atender su proceso experiencial, es cual es más rico y detallado que cualquier idea preconcebida. Por ejemplo, en una ocasión una mujer me decía: “Yo no se que sentido tiene la vida si hay tanta guerra y tanto sufrimiento en el mundo”; lo cual era una frase cliché que había escuchado muchísimas veces probablemente, pero lo que ella experienciaba acerca de la vida era en realidad algo mucho más complejo: “…Ser feliz… Nada más. Eso es todo lo que una quiere, pero de repente a una se le olvida que quiere eso…” Al reflejarle sus palabras, ella se daba cuenta que su Sentimiento de Trasfondo era una necesidad de bienestar no saciada, e incluso muchas veces olvidada. Más tarde ella diría: “¡Es como si ya supiera que tengo hambre, pero se me olvida que tengo que ir a buscar algo para comer!”

La parte experiencial del taller se realiza atendiendo seis pasos o aspectos que pueden ayudar a los participantes a desentrañar un Sentimiento de Trasfondo (De Freminville, 2006): 1) Identificar un sentimiento que tenga la característica de estar “siempre o casi siempre presente”, 2) Advertir cómo nos sentimos con él, 3) Tomar distancia de tal sentimiento (si es necesario), 4) Ver si se relaciona con algo reprimido, o con algo que haya ocurrido concretamente en nuestras vidas, en el pasado o más recientemente, 5) Identificar si ese sentimiento es más bien algo aprendido de otra persona, que en el fondo no nos identifica, y 6) Sentir como sería vivir más allá de ese sentimiento.

Cómo paso preliminar a los seis anteriormente citados, resulta conveniente realizar Despejar un Espacio, para que los participantes puedan ir más allá de sus preocupaciones presentes y puedan identificar un sentimiento más profundo. Enseguida se puede invitar identificar un Sentimiento de Trasfondo y ver cómo se siente: “Ve si hay algún sentimiento que esté siempre o casi siempre presente en tu vida, un ‘Siempre asustado’, ‘Siempre negativo’, ‘Siempre tratando de hacer todo bien’…”, “¿Este sentimiento te da una sensación de inquietud, desgano, energía?... ¿Te puedes relacionar amigablemente con ese sentimiento?”.

Si el sentimiento identificado resulta desagradable o incomodo es posible tratar de tomar cierta distancia de él, chequeando por ejemplo, cómo sería la vida si ese sentimiento no estuviera, o si uno lo puede dejar a un lado por un momento. Si por el contrario, el sentimiento trae consigo una energía vital, invitar a los participantes a sentirlo más plenamente es un movimiento sumamente conveniente.

Para profundizar la experienciación se invita a los focalizadores a notar si el sentimiento que han descubierto está ligado a alguna experiencia del pasado reciente o distante; quizás a alguna experiencia traumática, o a una serie de eventos significativos. Muchos participantes ligan este sentimiento a su historia familiar, al tipo de afecto y comunicación que había con sus padres o con quienes los cuidaban. Por ejemplo, en un taller una mujer me decía que el sentimiento identificado (temor constante), le evocaba una imagen de su niñez, pero que no lograba precisar si se traba de algo que había soñado o que realmente había ocurrido, y que además tal imagen la había tenido muchas veces a lo largo de su vida, de una manera fugaz. Más específicamente, ella se veía cuando era niña, asustada debajo de una mesa. Cuando revisó que había en esa imagen se dio cuenta que siempre se había sentido desprotegida ya que su mamá nunca fue claramente afectuosa con ella. Ahora se explicaba porqué se asustaba cuando se enfrentaba a situaciones nuevas o inesperadas, o cuando tenía que ir en locomoción colectiva o al supermercado.

En otros casos, las personas podrán descubrir que sus sentimientos predominantes hacia la vida son sólo ideas aprendidas de alguien más. Por ejemplo, una participante había interiorizado de la actitud innecesariamente sacrificada de su mamá la siguiente idea: “Todos tienen derecho a ser feliz, menos yo”, y se sentía sumamente conmovida al darse cuenta que actuaba según esa creencia. Para llegar a este punto del taller el facilitador puede preguntar abiertamente: “¿Sientes que ese sentimiento es realmente tuyo o sólo lo aprendiste de alguien más, quizás en tu familia?”, o “¿El sentimiento te identifica plenamente?”, “¿Cómo se siente tu cuerpo cuando tienes este sentimiento, es algo que le acomoda, es algo que le resuena bien, o es algo que le incomoda?”.

Finalmente, se hace la invitación para que los participantes traten de ver cómo serían ellos mismos más allá de ese sentimiento, qué nueva sensación de vida es la que aparece tras explorar el Sentimiento de Trasfondo, qué es lo mejor de la nueva sensación, etc.

El resultado del taller, no necesariamente implica un cambio experiencial profundo, pero sí acerca a los participantes a aspectos de su experiencia que nunca antes habían atendido, y que les entregan una imagen más amplia acerca de su disposición hacia la vida. Aquellos participantes a los que el taller les resulta particularmente significativo, tienden a darse cuenta de sus viejos patrones de creencias acerca de la vida en sus vidas cotidianas, pudiendo modificar sus positivamente sus actitudes: “Ahora ya no me enojo tanto con mis hijos, me acuerdo que es mejor vivir en paz, que no tengo que tratar que todo sea perfecto…”


9) Re-Descubriendo Nuestra Espiritualidad.
Este taller está basado en el trabajo de Elfie Hinterkopf (1998) acerca de la integración de la espiritualidad en psicoterapia. Para ella “la espiritualidad es una parte básica de la experiencia humana” (p.1), y por lo tanto, es inherente a cualquier persona, sea religiosa o no, y tenga o no tenga fe en algún tipo de deidad. Esta definición amplia y flexible acerca de esta dimensión de la experiencia incluye la vivencia potencial de un proceso personal de crecimiento en el cual ocurre un cambio positivo en el significado acerca de uno mismo, de los otros y de la vida en general, situada en un contexto cósmico
[1]

Para iniciar la actividad se pude señalar a los participantes que las personas tenemos diferentes formas de experienciar nuestra espiritualidad; que algunos no creen en Dios pero sí tal vez en una “sabiduría universal” o “de la naturaleza”, y que aquellos que creen en Dios lo hacen de diferentes maneras, quizás practicando algún tipo de religión o de una manera personal y reservada; pero que finalmente todos tenemos algún sentimiento acerca del hecho de existir junto a otros seres (vivos e inertes) en la amplia infinitud del universo.

La parte experiencial se puede iniciar invitando a los participantes a conectarse con su interior para preguntarse: “¿Cómo me siento con Dios en este momento de mi vida?” o “¿Cómo me experimento a mi mismo siendo parte de la humanidad, de la tierra y del universo, en este momento de mi vida?” Es posible chequear este sentimiento de manera detallada: “¿Cómo es ese sentimiento dentro de mi? ¿Lo veo de alguna forma, color, aroma?”, “¿Qué es lo mejor acerca de esto que siento?”, ¿Qué es lo peor acerca de esto que siento?”, etc. Es importante enfatizar que no debe haber apuro para formular una respuesta para estas preguntas, que todo el proceso se puede realizar muy lentamente (quizás un taller extenso dividido en dos partes).

Los participantes pueden expresar sentimientos de todo tipo acerca de su sentir acerca de Dios o de su ser parte del universo, por eso, otro tipo de preguntas muy útiles para este taller pueden ser: “Si este sentimiento negativo (o positivo) estuviera expresando una necesidad mía, ¿qué sería?”, “¿Qué me dice este sentimiento acerca de mi relación con Dios?”, “¿Qué dice este sentimiento acerca de mi lugar en la vida y el universo?”, “¿Este sentimiento me sañala que necesito relacionarme de un modo diferente con Dios o con la vida?”, etc.

Cuando los participantes han expresado lo que experiencian al focalizar estas preguntas, y se han develado diversos sentimientos relacionados (cómo se sienten acerca de los sentimientos que aparecen, desde qué experiencias pasadas se están configurando esos sentimientos, etc.), puede resultar muy valioso invitarlos a atender su sentir acerca de ser un ser único e irrepetible entre los seres humanos, o entre los miles de millones de seres vivos en el planeta Tierra. Lo anterior puede contribuir a que las personas tengan una sensación de mayor conexión consigo mismas, con los demás, con la vida, con la naturaleza, con el universo, y con Dios.

Otras variaciones de este taller pueden incluir la experienciación del significado acerca de símbolos, expresiones o relatos de carácter espiritual, como por ejemplo, alguna enseñanza de Jesús, Buda, u otra persona significativa en el contexto de una practica espiritual.


Comentario final.

El propósito central de este artículo ha sido contribuir a ampliar el conocimiento acerca de la aplicación del Focusing en contextos psicoterapéuticos grupales. Por supuesto, las reflexiones que expongo sólo corresponden a mi propia visión acerca del tema, y aún cuando ésta está limitada a mi conocimiento y experiencia sobre el mismo, creo que aportan algunos elementos modulares sobre el tema en cuestión.

Espero que más facilitadores se sientan motivados a incluir el Focusing en su trabajo de grupos, ojalá probando otras variaciones a las temáticas y sugerencias aquí propuestas.


Notas al Pie de Página.


[1] Esto se refiere a lugar que tiene la propia existencia en el amplio contexto de la creación universal; considerando que somos parte de la humanidad, de los seres vivos, del planeta Tierra, del universo, e incluso de alguna deidad o ente primigenio creador de todo lo existente.



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lunes, 20 de agosto de 2007

Terapia centrada en el cliente: en psiquiatría.



LA TERAPIA CENTRADA EN EL CLIENTE
EN UN CONTEXTO PSIQUIÁTRICO:
DEL DIAGNÓSTICO AL ENCUENTRO CON LA PERSONA

Person centered therapy in a psychiatric context:
from diagnosis to personal encounter


Javier Armenta Mejía
Centro de Estudios Universitarios Xochicalco
[1]


RESUMEN
El presente escrito aborda un enfoque centrado en la persona en el tratamiento de personas con psicosis o que tienen bloqueos en el contacto psicológico. Se revisa el trabajo de Garry Prouty sobre la preterapia, a la vez que se establece una diferencia con el tratamiento tradicional psiquiátrico.
Indicadores: Terapia centrada en la persona; Preterapia; Fenomenología.

ABSTRACT

This text explains the use of a person-centered approach in the treatment of persons that have been diagnosed as psychotics or that are contact-impaired. It reviews Garry Prouty’s pre-therapy, at the same time that it distinguishes it from traditional psychiatric treatment.
Keywords: Person centered therapy; Pre-therapy; Phenomenology.


INTRODUCCIÓN
Después del estudio Wisconsin, llevado a cabo por Rogers, Gendlin, Kiesler y Truax (1967), y aparte de algunas contribuciones individuales, ¿en qué consiste la postura del enfoque centrado en la persona frente al llamado “paciente psiquiátrico”? ¿Existe una perspectiva basada en la comprensión empática y en un acercamiento fenomenológico al mundo interno del cliente que se diagnostica como “enfermo mental”? ¿Cómo se aplica en la práctica dicho enfoque y cuáles son sus diferencias con la terapia centrada en la persona común?


Este escrito explora brevemente la aplicación de la terapia centrada en la persona en el trabajo con personas diagnosticadas por el modelo médico como esquizofrénicos o psicóticos. Se presenta de manera breve el trabajo de Prouty (1994, 1998), basado en la terapia centrada en la persona y en una perspectiva fenomenológico-existencial.


EL MODELO MÉDICO Y EL “PACIENTE PSIQUIÁTRICO”

Desde la perspectiva psiquiátrica, y basándose en el modelo médico de la enfermedad, la persona en su atención psiquiátrica es primeramente evaluada; después se elabora a un diagnóstico diferencial, para finalmente establecerse, con base en lo anterior, un tratamiento específico, todo ello tomando como referencia imprescindible, la mayoría de las veces, al Manual Diagnóstico y Estadístico de las enfermedades mentales (DSM-IV) (American Psychiatric Association, 2000).
Esta postura, que parece muy racional y lógica desde una perspectiva humanista (Cain y Seeman, 2002; Dunn, Holmes y Newness, 2001), muestra sin embargo una serie de cuestiones muy criticables, como las siguientes:

· La evaluación y el diagnóstico al que se llega tienden muchas veces a confundirse con la persona (Moreira, 2001); es decir, se olvida que se está, primero y de manera fundamental, ante una persona, y después, secundariamente, ante un trastorno psicótico. Esto, que pareciera tan simple e inofensivo, tiene profundas implicaciones en la forma y en la calidad del trato hacia la persona que experimenta una psicosis o un trastorno severo.

· Con el paso del tiempo, el diagnóstico pasa a ocupar una gran parte de la identidad o autoconcepto de la persona; por ejemplo, se deja de ver a ésta y a sus múltiples dimensiones, y únicamente aparece la imagen o la etiqueta de un diagnóstico determinado, invalidando otras áreas sanas de la experiencia vivida de esa persona.

· Se realiza un pronóstico de la situación de la persona basándose en datos y marcos de referencia muchas veces ajenos o externos a su particular experiencia. Pareciera, paradójicamente, que quien sufre un brote psicótico es “explicado y entendido” sobre el fundamento de una teoría que no tiene nada que ver con la vivencia particular de dicha persona.
· Muchos de los comportamientos de la persona tienden a ser vistos o entendidos a través del diagnóstico, y sobra decir que dicho diag-nóstico se perpetúa a través del tiempo.

· La persona tiene relativamente poca injerencia en su propio tratamiento. Es como si sólo los “expertos” fuesen quienes pueden decidir acerca de la vida de esta persona y de lo que puede o no puede hacer.

· Muchos tratamientos psiquiátricos se enfocan al área farmacológica, sin conceder atención a los aspectos psicoterapéuticos, y mucho menos a las cuestiones del crecimiento personal de quien sufre una psicosis.

Las anteriores cuestiones son algunas de las críticas que se han hecho al modelo médico en el tratamiento de la enfermedad mental (Joseph y Worsley, 2005). Cabe mencionar también que algunos teóricos del enfoque centrado en la persona, como Sommerbeck (2003), ven posible y adecuada la complementariedad del modelo médico y la terapia centrada en la persona. Su trabajo se propone elucidar la forma en que un terapeuta con esta última orientación puede trabajar de manera congruente en una institución que se adhiere al modelo médico de la enfermedad.

Bajo este trasfondo, las preguntas que se plantean aquí son, a saber: ¿Cuál es la alternativa terapéutica que establece el enfoque centrado en la persona? ¿Es posible trabajar bajo un modelo terapéutico que valora la dignidad y la libertad de la persona dentro de un contexto psiquiátrico? ¿Como puede ocurrir un acercamiento fenomenológico a la experiencia vivida de la persona diagnosticada como enfermo mental? ¿Es posible hablar de crecimiento, de tendencia a la actualización o de salud en esta población? ¿De qué elementos o recursos se puede valer un facilitador o terapeuta para trabajar a favor del crecimiento y el de-sarrollo sanos de la persona que sufre psicosis? (Levitt, 2005; Mearns, 1994; Sommerbeck, 2003; Thorne y Lambers, 1998).


LA ACTITUD FENOMENOLÓGICA

Si se piensa que la fenomenología es el esfuerzo de volver a las cosas en sí, de aproximarse lo más clara y fielmente a la percepción de una situación, pero a partir de la situación misma, entonces en la psicoterapia con la persona psicótica esto se vería en la medida en que el terapeuta o facilitador realiza un acercamiento a la “realidad vivida” de la persona desde el marco de referencia de la persona misma, y no de la teoría o los instrumentos psicodiagnósticos. La dirección que hay que seguir es la del mismo cliente; hay que “regresar al cliente” tantas veces como sea necesario, para desde ahí poder entender la experiencia interna y muchas veces idiosincrásica de la persona (Schmid, 2005).

Un actitud fundamental en esta aproximación fenomenológica sería la comprensión empática, ya que se trataría de acercarse al mundo interno del cliente para desde ahí entenderlo lo más posible y de una for-ma tentativa y aproximada (Deurzen-Smith, 1997; Moustakas, 1988).

Son fundamentales varios pasos o reglas en el método fenomenológico. Entre ellos es posible mencionar la epoche, que sería el esfuerzo de “hacer a un lado nuestros prejuicios de las cosas, suspender nuestras expectativas […] y concentrarnos en los datos de la experiencia” (Spinelli, 1989). Según Moreira (2001), “colocar entre paréntesis el conocimiento teórico del significado de los síntomas psicóticos, por ejemplo, significa dudar para darse cuenta [...] Se trata de poner en suspenso este conocimiento teórico con el fin de intentar reconocerlo a partir del punto de vista del significado para el paciente”.

Otro elemento importante sería la descripción, entendida como una aproximación mediante la cual se trata de permanecer con la experiencia más cercana al suceso vivido, y no con un afán de explicar teóricamente los hechos.

Finalmente, en el paso de la ecualización, se tratan todos los datos de la experiencia de igual manera, sin establecer un orden jerárquico en cuanto a cuál es más significativo. Aquí tendrían igual peso todas las dimensiones de la experiencia vivida por la persona.

La aplicación práctica de este método lleva a recordar varias líneas de acción terapéutica fundamentales:

· Lo más importante es la persona y su experiencia de vida. El terapeuta, la teoría, el diagnóstico y el pronóstico son secundarios (Rogers, 1951, 1961; Schmid, 2005).

· Para realmente acercarse a la experiencia vivencial de la persona se debe permanecer lo más cercanamente posible, a través de la comprensión empática, a la experiencia del cliente, por más que ésta sea muy particular, diferente, o incluso que esté en contra del sentido común o la lógica.
· Tomar la experiencia del cliente como la base fundamental desde la cual se parte en el trabajo terapéutico, se convierte en una consecuencia lógica de considerar a todo organismo como digno de confianza y en un proceso de crecimiento, en muchos casos obstruido o estancado, pero nunca interrumpido totalmente (Levitt, 2005).

Desde el punto de vista de la psicología crítica, que aborda de manera precisa la enfermedad mental y las distintas alternativas frente al modelo deshumanizante de la psiquiatría tradicional, Sanders (2005) señala que una de las mejores formas que esta corriente de trabajadores de la salud mental ha encontrado para ayudar a personas con sufrimientos crónicos y severos es la de ofrecer relaciones humanas a) que se caracterizan por intervenciones fenomenológicas e interpersonales; b) establecidas por personal no profesional; c) que se relacionen con el cliente como personas y no como profesionales expertos, poderosos y distantes; d) donde los trabajadores de la salud ayudan a los clientes a entender el significado implícito en sus experiencias; e) valoran las experiencias de las personas, tratándolas con respeto, y f) en comunidades orientadas al soporte o al crecimiento, más que en instituciones médicas.

Nuevamente, aparecen en esta corriente aspectos de carácter fundamental, como el establecimiento de una relación de persona a persona en un clima psicológico no amenazante, en el cual cliente es tratado con respeto, dignidad y con la confianza de que se halla en un proceso de reencontrar su sentido de proactividad, o de asumir la responsabilidad por su propia existencia.


TENDENCIA ACTUALIZANTE Y ENFERMEDAD MENTAL

El enfoque centrado en la persona propone como eje central de su trabajo a la tendencia actualizante, entendida como un proceso en el cual el organismo busca mejorar, mantener o actualizar sus potencialidades (Rogers, 1951, 1961).

Para aquellos que trabajan bajo el modelo médico, la sola mención de esta tendencia a intervenir con los llamados “pacientes psiquiátricos” produce desde la más plena incredulidad, hasta reacciones de un franco rechazo o una suspicacia teórica.

El problema es que si el modelo médico se ha enfocado tanto en la psicopatología, el hecho de hablar de un modelo de crecimiento hu-mano que aborda o trata situaciones tan severas como la esquizofrenia o las psicosis, produce una franca disonancia cognoscitiva por no poder asociar a la persona que experimenta una psicosis procesos tales como la actualización, el desarrollo o el resurgimiento de potencialidades. De alguna manera, el modelo del déficit o la carencia se establece como la única vía para muchos trabajadores de la salud mental.

Pero en el caso de una persona que experimente esquizofrenia u otro trastorno severo, ¿qué ocurre con la tendencia actualizante? ¿Por qué algunas personas comienzan procesos psicóticos y permanecen en ellos por años? ¿Qué son las alucinaciones o cómo se abordarían desde este enfoque dirigido al crecimiento y desarrollo sano?

De Nicola (cfr. Moreira, 2001), en un lenguaje existencial, define a la enfermedad como el “congelamiento del proceso del ser, alejamiento de la responsabilidad de existir, aprisionamiento en un mundo particular y alejamiento de un modo compartido”. Las frases anteriores describen cómo la tendencia a la actualización podría reaccionar al verse obstruida o temporalmente bloqueada. Podría definirse la psicopatología, por consiguiente, como un “bloqueo de la posibilidad de comunicación e integración consigo mismo, de la posibilidad de ser quien se es y de la posibilidad de salud concebida de forma intrínseca e inherente a la persona” (Moreira, 2001).

Algunos teóricos del enfoque centrado en la persona, como Schmid (2005), se orientan más hacia una dimensión o perspectiva dialógica del ser humano. En este sentido, el ser humano no sólo establece relaciones con los demás, sino que de alguna manera la persona está constituida por esta serie de vínculos. De acuerdo a ello, más que hablar de psicopatología y desorden, se podría aludir a procesos de alineación o falta de autenticidad. Señala Schmid (2005): “Una persona se vuelve inauténtica si está alienada de sí misma y de los otros, es decir, del organismo experienciante y de las necesarias relaciones genuinas. El sufrimiento psicológico es generalmente el resultado”.

De lo anterior se deduce que es en un proceso vivencial y entramado en una relación genuina con otro –en este caso el facilitador– que la persona se vinculará nuevamente y tal vez aprenderá nuevas formas de salir o abandonar su alineación, optando o decidiendo por formas más satisfactorias de relacionarse consigo mismo y con otros significativos en su ambiente inmediato (Cain y Seeman, 2002).

A continuación se describe brevemente la llamada “preterapia”, cuyo único fin es el de desbloquear y permitir un mejor funcionamiento de la tendencia natural de la persona hacia un mejor funcionamiento, el resurgimiento de las potencialidades del individuo y un proceso de reintegración intra e interpersonal.

El proceso terapéutico: algunas consideraciones

A partir de la concepción de la terapia como proceso podemos entender que para una persona que experimenta o vive una psicosis, uno de los elementos centrales va a ser la relación que establezca con el facilitador, y mediante la cual, a través de un restablecimiento del contacto psicológico y posteriormente de la percepción de las actitudes “necesarias y suficientes” se podrá llevar a cabo la lenta o incipiente reconstrucción del mundo interno de la persona. (Gendlin, 1996; Greenberg, Lietaer y Watson, 1998).

Autores como Swildens proponen algunas fases por las que puede pasar el proceso terapéutico en la psicosis. Estas constituyen una aproximación fenomenológica al mundo interno del cliente, y nunca un programa estructurado que la persona deba recorrer ordenadamente. Las fases son las siguientes: (Swildens, citado por Berghofer, 1996).

Fase de pre-motivación: como primera fase se caracterizaría por un retraimiento y desconfianza hacia la persona del facilitador. La persona prácticamente puede estar en una suerte de autismo existencial, y no tener interés o gusto por la terapia. Incluso puede haber un rechazo abierto al proceso terapéutico. La persona se encuentra de alguna manera completamente ensimismada, y se ha retraido de las relaciones con los demás y con el mundo en general. Pareciera que únicamente vive en su mundo interno, con todas las complicaciones que esto pueda traer.

Fase sintomática: aquí la persona presenta mucha de la sintomatología llamada psicótica. Lo importante es recordar que para la terapia centrada en la persona, los llamados síntomas también presentan una dimensión constructiva al no permitir una desorganización mayor o la existencia de un mundo interno mas caótico o desorganizado.

Fase verbal: aquí algunos sentimientos empiezan a ser expresados poco a poco y de manera particular. Los síntomas de la fase anterior empiezan a reducirse o a transformarse lentamente, dando paso a una etapa mas enfocada a la expresión de lo que la persona piensa, siente o vive.
Fase existencial: la mas importante de las fases para Swildens, implica preguntarse como se puede vivir de manera significativa con este trastorno.

Algunas otras cuestiones prácticas dentro del proceso terapéutico que necesitan tenerse en cuenta para poder facilitar o desbloquear la tendencia actualizante en la persona con psicosis son:

Regulación de la cercanía-distancia: implica un respeto y una regulación por la forma, muchas veces cambiante en la que la persona con psicosis se aproxima al facilitador. De la misma manera significa la aceptación de la persona cuando establece mas distancia. El terapeuta debe considerar este proceso de acercarse-alejarse como propio del cliente, y no tomarlo como una cuestión que la persona dirige hacia el facilitador. Es decir, ante la proximidad, el alejamiento o una actitud fria o rechazante de la persona con psicosis, el facilitador muestra la misma respuesta: un esfuerzo empático y una valoración de la persona, independientemente de la conducta que presente en ese momento.

Formación de límites: si pensamos que dentro de un mundo interno caótico, desorganizado o incoherente la persona puede vivir una ausencia de límites tanto internos como externos, la presencia de un “otro” que establece tentativamente una relación humana que facilita un proceso de crecimiento previamente obstruido o temporalmente abortado, da como consecuencia que la misma persona en este proceso de reconstrucción y reorganización de sus experiencias inicie también la reorganización de sus límites tanto intra como interpersonales.

Síntomas psicóticos: un elemento fundamental para que se pueda establecer una relación genuina entre cliente y facilitador es que el terapeuta pueda aceptar como reales los síntomas que presenta una persona. Esto significa que si el cliente expresa: “yo puedo volar todas las noches y mi cuerpo poco a poco se diluye en el espacio”. Aquí el facilitador puede entender que se enfrenta a un pensamiento que contradice la física y el sentido común, pero también debe entender, y esto es lo mas importante, que para esta persona esto constituye algo real, parte de su experiencia vivencial, que al ser seguida o reflejada empáticamente se comprobará que contenía aspectos vivenciales y fidedignos, pero transformados en un lenguaje aparentemente confuso, incoherente y “fuera de la realidad”.

El “si mismo” en proceso de reorganización: mucho del trabajo de Prouty (1994, 1998) se orienta a explorar como el self pre-expresivo a través de ir entrando en contacto psicológico con el facilitador, puede tentativamente ir integrando aspectos o dimensiones anteriormente anuladas o que debido a experiencias de mucho sufrimiento o dolor habían permanecido fuera de la conciencia.

La cuestión existencial: orientada básicamente a encontrar un sentido a la propia vida, sobre todo bajo las circunstancias de experimentar psicosis. Significa también un enfrentamiento de la persona con situaciones límite, donde su propia capacidad de responder y encontrar dicho sentido, se ven auxiliadas por un ambiente psicológicamente seguro como la terapia.


LA PRETERAPIA DE PROUTY

Basado en la terapia centrada en la persona, en algunos conceptos del enfoque experiencial de Eugene Gendlin (cfr. Alemany, 1997), y bajo una perspectiva fenomenológico-existencial, surge la preterapia de Garry Prouty. El elemento del cual parte es la primera de las seis condiciones de la terapia enunciadas por Rogers (1957), es decir, que dos personas –cliente y terapeuta– se encuentren en contacto psicológico. Esta condición, poco profundizada por Carl Rogers, es retomada y ampliada en profundidad, sobre todo al pensar en procesos de terapia con personas psicóticas.

Prouty establece que la persona que vive una psicosis se encuentra temporalmente fuera de contacto psicológico con los demás, o que el contacto es deficiente o está bloqueado. Incluso, la misma preterapia puede ser entendida como una teoría acerca del contacto en sus diferentes dimensiones.

Desde el enfoque fenomenológico, la denominada empatía existencial se aplica por igual a cualquier persona, y tiene una gran relación con el trabajo terapéutico con clientes que experimentan psicosis o alguna enfermedad terminal. Prouty (1998) define la empatía existencial como «dar testimonio del sufrimiento humano con humildad y aceptación. Es una apertura a la agonía y destrucción que está más allá de la sanación. Es ahí donde la última respuesta es el “estar con” […] Es el terapeuta derrotado que finalmente se da cuenta que lo único que tiene para ofrecer es su propia humanidad». De ahí la importancia fundamental que tiene en el proceso de la terapia la vinculación entre cliente y facilitador, vinculación –o relación dialógica, como algunos la han llamado– que surge de la presencia genuina de un facilitador que busca entender el mundo interno del cliente y aceptar por igual sus experiencias de vida; a esta relación, a la que se le ha llamado “encuentro”, ha sido recientemente definida por Mearns y Thorne (2003) como un “trabajo en profundidad relacional”.

La pregunta es cómo el facilitador puede transitar o acompañar existencialmente al otro, desde la etapa en donde hay un bloqueo en la comunicación o contacto, hasta el encuentro profundo con el otro, con sus propias potencialidades y su propio proceso de plenitud.

Es a partir de esta carencia o bloqueo del contacto psicológico con la persona psicótica que surgen los reflejos como el medio o el puente que puede restablecer el contacto psicológico con la persona, con los demás y con el mundo.

Fiel al pensamiento rogeriano, el enfoque de la preterapia no se basa en la clasificación de los síntomas, en la estructura y directividad, ni mucho menos en una exhaustiva lista de las partes enfermas de la persona, sino, por el contrario, nuevamente busca establecer un contacto psicológico con la persona y con su mundo interno y particular, para desde ahí reintegrar partes de la experiencia de vida que por ciertas razones se han invalidado, negado o mantenido fuera de la conciencia (Joseph y Worsley, 2005; Levitt, 2005). A continuación se presentan los reflejos de contacto y las funciones que constituyen el eje central de la preterapia.

Reflejos de contacto

Se aplican cuando el contacto es insuficiente o está bloqueado, y por ende no se puede empezar un proceso terapéutico. Este tipo de reflejos son muy literales, concretos y casi minimalistas. El efecto que tienen al ser establecidos o mantenidos por un tiempo es la posibilidad del cliente de vincularse y establecer un contacto afectivo, comunicacional o con la realidad tal como la percibe. Este tipo de reflejos pueden ser de varios tipos:

Reflejos situacionales (Rs). Es una aproximación a lo que la persona realiza, a la conducta que tiene en determinado momento o al ambiente inmediato en el que se encuentra entonces. Este tipo de reflejos facilita el contacto con el mundo o la realidad externa. Ejemplos de ellos son los siguientes: “Estabas hablando agitadamente y de repente has callado y te has encogido”, “Miras por la ventana fijamente”, etc.

Reflejos faciales (Rf). El terapeuta observa la expresión de la persona –sobre todo su cara–, buscando algún tipo de afecto, aunque sea en un nivel preexpresivo. Este tipo de reflejos facilitaría con el tiempo la expresión de algunas emociones. “Hoy sonríes bastante” o “Pareces un poco preocupado” podrían ser ejemplos de este tipo.

Reflejos palabra por palabra (Rpp). En el caso de una persona que experimente esquizofrenia y cuyo vocabulario contenga muchas frases incoherentes, ensalada de palabras o neologismos, el terapeuta refleja “palabra por palabra”, recibiendo la comunicación como algo válido. Esto le da a la persona la oportunidad de extenderse o ampliar algo de lo que ha dicho, tal como se muestra en el siguiente ejemplo:

Cliente: Ellos vienen [palabras inaudibles] por las noches, siempre vienen, y así me quedo.
Terapeuta: Ellos vienen por las noches, siempre vienen y así te quedas.
Cliente: Ellos me llevaron y me dieron algo [frase inaudible] para no sufrir.
Terapeuta: Te llevaron y te dieron algo para no sufrir…

Reflejos corporales (Rc). Si la persona muestra posturas rígidas o particulares, como puede ser en el caso de la catatonia, el terapeuta reflejaría verbalmente o a través de su cuerpo la postura de la persona.

Reflejos reiterativos (Rr). Este tipo de reflejo tiene como principio el que si alguna comunicación empática o reflejo del facilitador sirvió, se vuelva a aplicar.

Un aspecto importante de este trabajo es que el terapeuta debe sentirse cómodo, aun cuando muchas veces haya un mínimo progreso, o un progreso que se va construyendo paso a paso. Otra cuestión es que el facilitador debe sentirse a gusto en una postura existencial de acompañamiento del otro, y no en una postura protagónica por cuya virtud se le vea como experto, poderoso y en posesión de la verdad sobre la vida del cliente. A continuación se presenta una pequeña viñeta tomada de una transcripción de Prouty (1998), en donde la cliente, Dorothy, es una mujer ya mayor, y una de las que manifiesta una grave regresión en un hospital psquiátrico. En este fragmento, el terapeuta escucha algunas frases dentro del discurso un tanto confuso y tiende a reflejarlas. En este ejemplo se ve claramente el aspecto literal, sumamente concreto de este trabajo, y de los reflejos del facilitador:

Cliente: Ven conmigo.
Terapeuta: Ven conmigo (Rpp) [Dorothy me llevó a la esquina del cuarto de día. Estuvimos ahí en silencio por mucho tiempo. Como no me podía comunicar con ella, observé sus movimientos corporales y traté de reflejarlos].
Cliente: Frío [Dorothy pone su mano en la pared].
Terapeuta: (Rpp/Rc) Frío [Pongo mi mano en la pared y repito la palabra. Dorothy ha tenido sostenida mi mano en este tiempo, pero cuando hago el reflejo, me aprieta. Ella empieza a decir algo confuso. Yo cuido sólo de reflejar las palabras que puedo entender. Lo que dice empieza a tener sentido].
Cliente: Ya no sé que es esto [Toca la pared] [Contacto con la realidad]. Las paredes y las sillas ya no significan nada [autismo existencial].
Terapeuta: (Rpp-Rc) [Tocando la pared] Ya no sabes que es esto. Las paredes y las sillas ya no significan nada para ti.
Cliente: [Dorothy empieza a llorar] [Contacto afectivo] [Después de un rato empieza a hablar nuevamente. Esta vez con más claridad] [Contacto comunicacional]. No me gusta aquí. Estoy tan cansada... tan cansada.
Terapeuta: (Rpp) [Tocando suavemente su brazo; esta vez fui yo quien apretó su mano e hice el reflejo] Estás cansada, muy cansada [Dorothy sonrió y me dijo que me sentara en una silla frente a ella mientras me peinaba].

Funciones de contacto
El contacto incipiente y tentativo que se construye en el vínculo interpersonal entre cliente y facilitador tiene como consecuencia que la persona pueda reintegrar, muchas veces de forma tentativa, el mundo interno anteriormente disociado o alienado. De ahí que algunas de las funciones que tendría este contacto psicológico con un “otro significativo” sean las siguientes:

Contacto con la realidad. Se describe como un darse cuenta del mundo. Específicamente, de gente, lugares, cosas y sucesos. No implica una realidad privilegiada a la que tenga que adaptarse la persona. Es un proceso de salir de un aislamiento existencial en el cual la persona se introduce cada vez más en su realidad interna, abandonando el contacto con los demás y con el mundo. Implica también un proceso en el que sale de su propia alienación o fragmentación y empieza paulatinamente a integrar y a integrarse al mundo cotidiano.

Contacto afectivo. Se describiría como el darse cuenta de las emociones y sentimientos y de los diferentes matices e intensidades que pueden tener. Implica una incipiente apertura al propio organismo y una mayor confianza en cómo el organismo o la propia persona enfrenta las cosas y cómo reacciona a través de sus sentimientos.

Contacto comunicacional. Es la simbolización del contacto con la realidad y con los demás que la persona realiza a través de su expresión verbal. Esto apuntala el sentido de pertenencia, y en el caso de algunas personas que han vivido la psicosis, implicaría un regreso a la vida, o a vivir la propia existencia no aislado ni fragmentado, sino en contacto con algunos otros significativos.

Desde la fenomenología existencial, Portner, Prouty y Van Werde (2002) ofrecen las siguientes sugerencias para el trabajo con personas esquizofrénicas o con algún tipo de psicosis: tratar de responder a la experiencia directa de lo que “está ahí”, lo que se percibe de manera inmediata, así como de responder al sentido natural o realista cuando éste se encuentre presente en los clientes. El terapeuta, en este tipo de trabajo terapéutico, necesita observar y escuchar.

Finalmente, y a manera de conclusión, es posible decir que la terapia centrada en la persona se puede aplicar al individuo que sufre o vive una psicosis. Podría también concluirse que la preterapia de Prouty, más que un nuevo método terapéutico, es una extensión y profundización del trabajo rogeriano, pero aplicado a personas que experimentan un trastorno severo como la psicosis. Elementos fundamentales de la terapia centrada en la persona, como la tendencia a la actualización, las condiciones necesarias y suficientes, la no directividad y el encuentro o presencia, permanecen tanto en la terapia común como en esta nueva aplicación.


REFERENCIAS
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Levitt, B. (2005) Embracing non-directivity. Reassessing person-centered theory and practice in the 21th. Century. Ross on Wye (Inglaterra): PCCS Books.
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Portner, M., Prouty, G. y Van Werde (2002). Pre-therapy. Reaching contact-impaired clients. Ross on Wye (Inglaterra): PCCS Books.
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Thorne, B. y Lambers, E. (1998). Person-centred therapy. A european perspective. London: Sage.




[1]Facultad de Psicología, Apartado Postal 2887, 22000 Tijuana, B.C., México, correo electrónico: armentaxavier@hotmail.com. Artículo recibido el 24 de octubre de 2005 y aceptado el 16 de marzo de 2006.

sábado, 18 de agosto de 2007

De la Intervención a la Facilitación en las Crisis:

DE LA INTERVENCIÓN A LA FACILITACION EN LAS CRISIS:
UN MODELO CENTRADO EN LA PERSONA

Javier Armenta Mejía

Revista del Consejo para la Enseñanza e Investigación en Psicología CNEIP Vol. 7, No.2 Julio – Diciembre 2002


RESUMEN

El presente articulo propone algunas ideas acerca de la aplicación del enfoque centrado en la persona en situaciones de crisis. Se establece un modelo tentativo para el trabajo terapéutico en las crisis, básicamente desde una perspectiva orientada al crecimiento. Se explican algunos de los principios de la facilitación de las crisis basándose en un enfoque de recursos o de las competencias y no en un enfoque diagnóstico. Se revisan brevemente algunas actitudes del enfoque centrado en la persona y ciertos elementos existenciales que actúan como recursos del terapeuta al trabajar en la facilitación en crisis.

Indicadores: Intervención en crisis; Facilitación; Terapia centrada en la persona.
**********

UN ENFOQUE FENOMENOLÓGICO

Son aproximadamente las tres de la madrugada. El teléfono suena y del otro lado de la línea se oye una voz de mujer llena de desesperación y de cansancio. Dice tener 54 años, haber perdido a su esposo hace un año y estar a cargo de sus tres hijas adolescentes. Comenta que no le pesa trabajar, sino sentirse impotente y en ocasiones inútil, como una carga.

"Lo de mi esposo fue muy duro, pero como que todos nos unimos y yo me puse a trabajar para sacar adelante a mis hijas. Esto nunca me pesó y hubiera hecho eso y lo que fuera porque ellas estuvieran bien. ¿Sabe?, hace como seis meses me atropelló un camión y me rompió las dos piernas. Desde entonces la desesperación no me deja. Mi hija de dieciséis años tuvo que dejar la secundaria y ponerse a trabajar en una maquiladora. Nosotros no somos de aquí y no tenemos a nadie en la ciudad. He empezado a pensar que tal vez pueda ayudar más a mis hijas estando muerta que aquí en esta silla, sin poderme mover. Ya son tres operaciones y el doctor dice que no me asegura que pueda caminar pronto; que debo esperar por lo menos seis meses para valorar en cuánto tiempo mis piernas tendrán la fuerza para volver a caminar. Ya lo he pensado en varias ocasiones, e incluso lo intenté hace como dos meses. Se me hizo fácil tomarme un frasco de pastillas. Sólo pensaba en aligerarles a mis hijas esta carga y terminar con la maldita desesperación".

Crisis, emergencia y salud: ¿una tríada discordante?

La anterior trascripción es parte de una llamada real a una línea de intervención en crisis y sirve a manera de un acercamiento vivencial a lo que puede significar en la vida cotidiana de una persona el enfrentamiento con una situación que la desorganiza externa e internamente. Ubicados dentro de tal contexto de crisis y de su manejo terapéutico, podría plantearse una serie de cuestiones desde una perspectiva del crecimiento personal o de los recursos constructivos del individuo en crisis.

Esta orientación podrá parecer ingenua, simplista o inclusive hasta arriesgada a aquellos que optan por modelos de intervención en crisis basados en enfoques diagnósticos, cognitivos o de resolución de problemas (Aguilera y Messick, 1978; Bergman, 1990; Capuzzi y Golden, 1988; Ellis y Newman, 1996; Hafen y Frandsen, 1986; Rosenfield, 1997; Wolbert y Baldwin, 1981).

En este sentido, las preguntas que quisiera plantear como trasfondo de este escrito son las siguientes: ¿Se puede "intervenir" o facilitar las crisis? ¿Cómo se acompañaría a un individuo en crisis desde una postura centrada en la persona? ¿Qué sucede con la tendencia actualizante en la crisis? ¿No será peligroso confiar en la capacidad del ser humano para resolver sus problemas? ¿De qué recursos se puede disponer para --más que intervenir-- facilitar y acompañar al otro en su crisis? ¿Se puede mezclar la autodirección y la autodeterminación a la mitad de una crisis? ¿Se puede ser no directivo en la crisis? ¿Cómo puede un facilitador convertirse en un recurso más para que la persona resuelva su crisis?

La tendencia actualizante y la crisis

El enfoque centrado en la persona, surgido a partir del trabajo clínico de Carl Rogers (1942), toma como elemento fundamental a la tendencia actualizante, definida como un proceso permanente y constante en que "el organismo tiene una tendencia a mantener y desarrollar al organismo experienciante" (Rogers, 1951). Más de cuarenta años de trabajo terapéutico de Rogers con individuos y grupos, como facilitador o catalizador de los recursos de la persona, lo llevaron a confirmar la hipótesis de la tendencia actualizante, que sirve como el punto o el eje central desde el cual se articulan las "condiciones necesarias y suficientes del proceso terapéutico". Es decir, que la empatía, el aprecio positivo incondicional y la congruencia sirven como elementos que destraban, desbloquean o liberan la tendencia natural del ser humano al crecimiento y a la salud (Cain y Seeman, 2002).

La hipótesis provisional y tentativa que podría establecerse en relación con el manejo centrado en la persona de las crisis podría ser la siguiente: Dadas las condiciones para asumir el marco de referencia interno del cliente, aceptar a la persona en su totalidad, establecer una relación de aprecio positivo incondicional y ser un acompañante congruente en dicha relación, la persona en crisis podrá ir desde la desorganización interna de la crisis hacia una reorganización o integración de la experiencia y de sus elementos amenazantes.

Aunque dicha proposición parece simplista, el presente escrito tiene como meta establecer o explicar lo que implica dicha hipótesis de trabajo terapéutico.

Si se revisa lo que se entiende por crisis, se encuentra que puede definirse como "una combinación de situaciones de riesgo en la vida de una persona que coinciden con su desorganización psicológica y necesidad de ayuda. La crisis representa tanto el peligro de una mayor vulnerabilidad al trastorno mental, como la oportunidad para el desarrollo de la personas (Gómez del Campo, 1999). Las crisis representan momentos de la vida de una persona en donde se pierde el statu quo; son básicamente un periodo de enfrentamiento con 10 no familiar, lo imprevisto, amenazante o profundamente doloroso. Desde esta postura, sería absurdo pensar que las crisis son un sinónimo de psicopatología o de enfermedad (Rubin y Bloch, 2001); antes bien, son espacios que generalmente requieren de la persona una mayor utilización de sus recursos. También una crisis representa un momento de vulnerabilidad en que la conciencia de los recursos de que se dispone puede obstruirse, minimizarse o inclusive, temporalmente, funcionar de manera imperceptible (Merry, 2000).

Así, el funcionamiento de la persona en crisis se puede caracterizar por lo siguiente:

Campo perceptual rígido y limitado por el impacto del evento: la persona puede vivir la crisis como si no tuviera otras opciones, o como si la forma en la que experimenta las cosas no pudiera sufrir una modificación. Pareciera que la visión o el horizonte de la vida se congelara y la crisis matizara temporalmente el estado emocional de la persona.

Desorganización del self: si la crisis es un periodo de vulnerabilidad, la desorganización es la consecuencia lógica de vivir dentro de una crisis. Dicha desorganización ocurre por los elementos amenazantes que tienden a atacar la consistencia o el concepto que la persona tiene de si misma.
Sentimientos amenazantes: aquí podría incluirse una lista tan extensa y tan particular como lo es cada individuo. Los sentimientos amenazantes o dolorosos dependerán de la persona que vive la crisis, de su historia de vida y de su manera de enfrentar otras crisis.

Falta de contacto con las experiencias organísmicas: como la crisis crea vulnerabilidad, este periodo de inestabilidad se ve caracterizado por no estar en contacto totalmente con lo que la crisis genera en la persona. El recorrido hacia la salud es permitir que nuevamente la vivencia organísmica de la situación quede integrada a la totalidad del individuo.

Dificultad para simbolizar la experiencia vivida: que se podría entender como una dificultad temporal para integrar la crisis; es una especie de no aceptación de lo que se está viviendo o de los sentimientos que se experimentan, y en donde el individuo enfrenta la crisis con lo que tiene en ese momento. La conducta, tal como pensaba Rogers (1951), es fundamentalmente "el esfuerzo intencional del organismo para satisfacer sus necesidades tal como las experimenta, en el campo tal como lo percibe". De ahí que ante la misma crisis podrían tenerse las más diversas reacciones, dependiendo de la manera en que ocurre la percepción de dicha crisis y de lo que la persona puede hacer para resolverla.

A partir de lo anterior, se ve la importancia de la facilitación en la crisis, ya que, precisamente porque la persona sufre una desorganización, es más receptiva a la ayuda externa. La facilitación efectiva o el acompañamiento en la crisis funcionaría como un tipo de prevención primaria de trastornos posteriores o de disfuncionalidad en las personas (Everstine y Everstine, 1983).

Debe recordarse que las crisis son situaciones que están presentes a lo largo de la vida del ser humano y que algunas son inevitables. El hecho de estar vivo implica que en algún momento la persona atraviese por momentos de crisis o se enfrente a lo que Emmy van Deurzen (1998) llama las "paradojas del vivir". El enfrentamiento saludable de dichas crisis y su integración generaría personas con más recursos para una vida mejor vivida, al igual que la no resolución o la falta de integración puede propiciar una merma en la capacidad para un vivir más pleno.

En un sentido existencial, todos --facilitadores o clientes-- estamos expuestos de igual manera a las crisis. No existe, desde una perspectiva humanista, la distinción o separación entre los facilitadores saludables y los clientes en busca de ayuda. La realidad es que ambos comparten en el proceso del vivir su humanidad, su búsqueda de una mayor plenitud. Son, más que diferentes, "compañeros de viaje" en la travesía llamada vida (Rubin y Bloch, 2001; Van Deurzen, 1998; Yalom, 2002).

Por otro lado, a diferencia de la psicoterapia, la facilitación en crisis es un proceso intensivo, generalmente limitado en el tiempo, anclado en la búsqueda de soluciones realistas y que trabaja con lo más urgente en el momento (Hoff, 1978).

El proceso de la facilitación en crisis tendría como objetivo el permitir una reorganización del self de la persona, quien probablemente, por la situación que vive, puede experimentar sentimientos que van desde la tristeza, el dolor, la angustia o la desesperación, hasta la culpa, el castigo o la pérdida del sentido de la vida (Lukas, 2000).

Entendiendo la situación de una persona en crisis y desde este enfoque, seria de vital importancia crear un clima psicológico no amenazante donde se facilite: a) la expresión de los sentimientos de la persona; b) la integración de los elementos amenazantes de la crisis; c) la aceptación de la persona y de su forma particular de reaccionar; d) la búsqueda conjunta de soluciones alternativas, y e) la valoración de la dignidad y el respeto del individuo en crisis (Merry, 2000).

RECURSOS PARA EL ACOMPAÑAMIENTO EXISTENCIAL

La propuesta básica de este escrito es que, desde una perspectiva centrada en la persona, toda crisis puede ser facilitada o acompañada existencialmente. Tal postura se encuentra brevemente descrita en los siguientes puntos, que serian como hilos o partes de una gran totalidad, que aquí se separan para una mayor comprensión, pero que en la relación con el cliente aparecen juntos, de manera total, y que engloban a la persona del facilitador, lo que realiza en la crisis o su manera de "estar con" el cliente.

Comprensión empática

Tal vez uno de los elementos centrales del proceso terapéutico sea el hecho de que el terapeuta trata de entender el mundo del cliente desde la perspectiva del cliente mismo. Implica un esfuerzo por abandonar una evaluación externa o un juicio sobre aquél y su situación. Es entender lo que la crisis significa para la persona en ese momento y los sentimientos que todo ello le generan (Yalom, 2002).

Los resultados de escuchar verdaderamente al otro son terapéuticos. Implican adoptar una percepción muy fina para poder ir adentrándose en el mundo de significados y de sentimientos de la persona. En este sentido, la empatía funciona a través de una constante sintonización del mundo subjetivo del otro. Aunque la comprensión empática llegue a ser exacta en relación con lo que la persona experimenta, hay que recalcar que finalmente el entendimiento del terapeuta siempre es tentativo, no impositivo, y que siempre concede al cliente la última palabra en cuanto a sus vivencias (Haugh y Merry, 2001; Sánchez, 1999).

Vanaerschot (1990, 1993) señala como resultados de la comprensión empática: a) el sentirse valorado y aceptado como persona, b) el sentirse confirmado en la propia existencia como una persona autónoma con su propia identidad, c) el aprender a aceptar los sentimientos propios, d) el disolver la alienación y e) el aprender a confiar en la propia experiencia.

La empatía, además de servir como un proceso que le permite a la persona verse más claramente, puede ayudar a "deconstruir" una serie de experiencias que la persona vive como angustiantes, dolorosas o difíciles (Watson, Goldman y Vanaerschot, 1998).

Remitiéndose a la transcripción presentada al principio de este trabajo, en donde después de aproximadamente cuarenta minutos de escuchar a la mujer, y teniendo el presente autor una visión sumamente restringida de los recursos externos que tenia la persona ya que no contaba con nadie en la localidad, se dispuso a seguir escuchándola para tratar de entender el impacto que todo eso había tenido para ella. Entre la parálisis momentánea sentida y la incongruencia de decirle que no se preocupara o de darle una alternativa que hubiera leído en cualquier libro, pero inválida en ese momento existencial de su vida, este autor acompañó a la persona en su desesperación y desfallecimiento. Al final de casi una hora en la que prácticamente la intervención fue mínima y de un carácter empático o clarificador, y ante el hecho de que posiblemente la persona no hubiera obtenido la ayuda que buscaba, la mujer dijo: "¿Sabe?, a lo mejor puedo enfrentar esta desesperación si escribo en un cuaderno todos los días cómo me siento, como si fuera un diario. Yo creo que sólo así puedo seguir, porque cuando esta desesperación me llega, es como si me asfixiara". Finalmente, la mujer agradeció el que se le hubiera escuchado. Sin embargo, al colgar el teléfono, este autor entendió con bastante sorpresa que en tal situación la solución la había encontrado ella y que él nada más había sido un "otro" que escuchaba con interés y con aceptación. En efecto, ya Rogers (1961) señala que "es el cliente quien sabe qué es lo que le afecta, hacia dónde dirigirse, cuáles son sus problemas fundamentales [y] que lo mejor sería confiar en la dirección que el cliente mismo imprime al proceso".
Aceptación del cliente

Trabajar en un servicio de intervención en crisis significa encontrarse con las más diversas situaciones de urgencia, que para un terapeuta o facilitador pueden llegar a ser agobiantes.

El aprecio positivo incondicional postulado por Rogers (1951) implica considerar al cliente como una persona digna por derecho propio. Es entender que el "otro" es diferente a uno y que su forma de ser y de actuar merece respeto.

La aceptación no es un tipo de aprobación; ésta puede ser tan nociva como el rechazo mismo. La aceptación significa que la persona --independientemente de cómo sea, de sus elecciones, de su forma de pensar o de su forma de enfrentar la crisis-- merece respeto y comprensión, así como la confianza de que sus potencialidades están en un proceso de resurgir (Ackerman, 1997; Rubin y Bloch, 2001).

En este mismo sentido, "El desarrollo del potencial humano privilegia la experiencia del encuentro como el principio de creación que se basa en una presencia, es decir, en reconocer a la persona tal como es" (Jarquín, 2000). Tal vez, como señala Lietaer (1984), el aprecio positivo incondicional puede ser una actitud terapéutica controversial, sobre todo en los círculos terapéuticos basados en un modelo de enfermedad o donde el terapeuta se asume como el que dirige, soluciona, ayuda o saca al otro de su crisis.
Autenticidad

Si se considera la situación terapéutica como una relación de "persona a persona", se entenderá que el terapeuta no puede representar un papel o presentarse ante el cliente con una máscara o como un experto (Wyatt, 2001; Yalom, 2002). Rogers (1951) pensaba que, en su encuentro con el cliente, el terapeuta debía ser él mismo, lo que significa que no debía aparentar o tratar de dar una buena impresión; por el contrario, debía simplemente entrar a la relación terapéutica de manera genuina y auténtica.

El terapeuta se convierte en un recurso terapéutico fundamental en razón de su autenticidad. Esta le permite ser transparente, es decir, reaccionar honradamente y compartir sus sentimientos, si es que ello es terapéuticamente constructivo para el cliente (Cain y Seeman, 2002; Sánchez, 1997).

En relación con la transparencia y la autorrevelación del terapeuta, puede reconocerse, con Jarquín (2000), que "... el otro existe significativamente en tanto me abro a él. En el trabajo de facilitación y psicoterapia es fundamental, ya que el cliente podrá lanzarse a explorar, en la medida que surge la posibilidad de ser arrojado a una forma de existencia más plena y más auténtica, sobrepasando su estilo antiguo de vivir, cargado de miedos y sentimientos inútiles que le hacen patinar y hundirse en un terreno movedizo, sin fin ni sentido". De ahí la importancia de que el terapeuta pueda presentarse en esta relación de manera congruente y ser él mismo a través de un encuentro interpersonal. Es en esa nueva relación auténtica y profundamente personal que los viejos aprendizajes de humillación, desconfianza, decepción o defensa van perdiendo validez a la luz de una nueva manera de estar con un "otro" significativo. El aprendizaje interpersonal que la persona realiza le ofrece una forma más saludable y funcional de ser y estar con los demás que son significativos en su vida.

La relación dialógica

Un elemento fundamental dentro de todo proceso que se señale como facilitador del crecimiento de la otra persona es la relación que se establece como medio o catalizador del crecimiento personal del cliente en crisis (Bárcena y Melich, 2000). Para que se establezca esta relación, que privilegia a la persona del cliente y al diálogo genuino con el otro, se abandonan los modelos diagnósticos o aquellos que consideran al terapeuta como "poseedor de la verdad" o conocedor privilegiado del cliente y de su vida (Yalom, 2002). Desde una perspectiva existencial, "ya no tenemos ante nosotros a un enfermo que hay que curar, a un ignorante que hay que enseñar, a un indigente que hay que salvar, sino a una persona que es una presencia dirigida al mundo" (Jarquín, 2000). En este sentido, podemos establecer que en dicha relación facilitadora el diálogo es "una forma especial de acercamiento en donde las personas están en contacto el uno con el otro y comparten lo que experimentan sin tratar de conseguir un resultado; cada uno apreciando al otro como una fuente separada de experiencia y de valoración; ambos diciendo lo que realmente quieren expresar" (Yonteff, 1998).

En la relación dialógica, el "encuentro" no es una acción planeada, una técnica depurada o un recurso para aplicárselo al cliente; muy al contrario, ocurre al realizar un acercamiento humilde a la realidad del "otro"; es una forma empática de tratar de entender, de dejarse llevar o ser guiado por el cliente mismo, y a la vez "estar presente", con todo lo que genuinamente es uno en ese momento (Cain y Seeman, 2002).

Este tipo especial de relación es un encuentro interpersonal, no una relación de experto a consultante, y mucho menos de terapeuta a enfermo, sino de persona a persona; es un estar aquí y ahora para el "otro". Cabría agregar que hay tantas formas de entender o de llevar a la práctica la relación dialógica como personas o facilitadores existen. Tratar de copiar estilos, de parecerse a la forma en que un terapeuta particular crea espacios de facilitación y encuentro, sólo puede conducir a ser copias desgastadas o malhechas de otros. En última instancia, es perder la propia dirección siguiendo la de otro. Aquí, nuevamente, se debe buscar hacia adentro para encontrar el propio estilo y la propia manera de ser un agente que promueva un diálogo y un encuentro genuinos.

Algunos autores como (por ejemplo Yonteff, 1998) establecen como características de la relación dialógica algunas de las siguientes:

Inclusion: el facilitador, adoptando una postura fenomenológica, trata de entrar y compartir el mundo interno del cliente sin perderse en él, sino anclado en su propia experiencia organísmica (Mahrer, 2002).

Confirmacion: al adentrarse en el marco de referencia interno del cliente, de alguna manera se confirma --al nivel de un entendimiento y aceptación plena-- toda la experiencia de esa persona. La confirmación del cliente no sólo ocurre a partir de lo que "es" en un momento dado, sino que, parte del proceso del acompañamiento, es una gradual confirmación, a modo de un destello a lo lejos, de lo que la persona "puede ser", de sus recursos o potencialidades latentes o no asumidas como propias. Tal como afirma De Barbieri (1996) desde una perspectiva logoterapéutica: <>.

Compromiso al dialogo: el facilitador está presente y en contacto con lo que emerge entre cliente y terapeuta. Siempre hay una actitud receptiva o de valorar y aceptar por igual cualquier comunicación de la persona y de su proceso. El compromiso al diálogo congruente implicaría que en este proceso el mismo facilitador, al ser un acompañante receptivo, dispuesto e involucrado, puede verse cambiado él mismo en el proceso.

La no-directividad en una crisis

Es posible caracterizar una crisis como un periodo en donde la confusión, el caos o el desequilibrio es una constante. La lógica diña que ante la falta de estructura es necesario adoptar una dirección y darle forma al caos reinante. Inclusive sería terapéutico salir de esa desorganización interna y externa. El problema es cómo se llega a una estructura y a una dirección tales que le permitan a una persona empezar a asimilar o resolver una crisis. Algunos terapeutas optan por aconsejar al cliente, y tal vez sus intervenciones sean del tipo: "Yo creo que tú no debes sentirte así porque ...", "Lo que tú tienes que hacer es ...", "Para estar mejor debes hacer lo que yo te digo" u otras similares.

Bastaría con agregar que, tanto en la psicoterapia como en la intervención en crisis, los consejos difícilmente ayudan a las personas. Además, un tipo así de terapeuta no trabaja con los recursos de la persona; toma el control del proceso y trata de dirigir al otro desde lo que él cree que es lo mejor, o desde sus valores o elecciones.

El aspecto fundamenta] que debe recordarse es que hay que trabajar con la persona, pero no en su lugar, pues ello genera dependencia hacia el terapeuta, que curiosamente se considera a si mismo omnisciente y bondadoso ya que se dedica a "solucionar" o "arreglar" la vida de las personas. Para el enfoque centrado en la persona, la forma de abordar el problema es a través de un trabajo en colaboración. El cliente y el terapeuta trabajan juntos sobre las posibles alternativas; incluso el terapeuta puede ofrecer su visión de las cosas, pero aclarando que es su manera de ver algo y no la solución correcta o la que el cliente debe intentar.

Finalmente, la dirección que debe tener un proceso terapéutico --o, en este caso, una facilitación en crisis-- es la dirección del cliente, no la del terapeuta. En la medida en que el cliente pueda decidir y seguir rumbos congruentes con su forma de ser, en esa misma medida crecerá su sentimiento de autovaloración, retornará el control o será agente activo sobre el rumbo de su propia vida.

La reorganización del self: del dolor obstinado al diálogo compasivo

Debido al impacto de la crisis, la persona puede vivir o experimentar sentimientos dolorosos, incómodos o desorganizados. Tal tipo de sentimientos --podría suponerse-- generan procesos en donde el concepto que la persona tiene de si (self) se ve afectado negativamente y repercute en las otras áreas de su vida (Greenberg y Paivio, 1997; Rubin y Bloch, 2001).

Parte de la labor de facilitación es, como se mencionó anteriormente, un acompañamiento existencial en el que, a través de la creación de un espacio emocionalmente seguro y libre de amenazas, la persona pueda realizar un trayecto de integración que va desde la percepción de un dolor que no tiene fin, hasta un diálogo compasivo que le permita asimilar la experiencia de la crisis (Greenberg, 2000).

En este proceso, ayudaría a la integración de la crisis el recurso de la clarificación, toda vez que por los mismos sentimientos --muchas veces desbordados--, la persona puede experimentar un mundo interno caótico o inclusive aterrador. Escuchar empáticamente e ir clarificando los sentimientos y percepciones de la persona genera un proceso gradual para reacomodar la forma en que todo esto se ha asimilado.

Otro elemento de suma importancia es la confrontación; como la intervención en crisis es un tipo de trabajo intensivo, el terapeuta se vuelve más activo que en la psicoterapia tradicional. La confrontación tiene como objetivo hacer ver las discrepancias entre lo que el cliente dice y hace, entre el self real y el ideal, entre el sentimiento y la conducta.

La confrontación aparece muchas veces como un regaño o como una expresión del enojo o de la impotencia del terapeuta. Sobra decir que esto no es confrontación, y mucho menos es terapéutico.

Puede entenderse la confrontación desde el enfoque centrado en la persona como una forma particular de la comprensión empática. En este sentido, el terapeuta ofrece su percepción de una incongruencia de manera tentativa, no impositiva, con respeto y con el propósito de que el cliente explore un área determinada.

En la facilitación de la crisis la confrontación tiene como objetivo que la persona reconozca lo que hace o a lo que contribuye en un proceso disfuncional. A partir de "darse cuenta" de que el problema se mantiene en parte por algo que el mismo cliente hace, surge la posibilidad de dejar de hacer "más de lo mismo" y de encontrar nuevas formas de enfrentamiento mas constructivas y funcionales.

En el proceso de un diálogo interno compasivo, cabría resaltar la importancia que para la integración de la persona tienen las "configuraciones del self", entendidas como partes de la totalidad del concepto que la persona tiene de si misma.

Mearns y Thorne (2000) definen a las configuraciones del self como "un constructo hipotético que denota un patrón coherente de sentimientos, pensamientos y conductas simbolizadas o presimbolizadas por la persona como reflejo de una dimensión de la existencia interna del self". La labor del terapeuta consiste en crear un espacio seguro para, utilizando la comprensión empática, empezar a explorar las áreas o aspectos de la crisis que no encajan con el autoconcepto del cliente y le producen sufrimiento. Y cuando se piensa en esas áreas problemáticas, hay que recordar que no es la totalidad de la persona, sino únicamente una parte, una configuración del self.

En dicho proceso, cuando una persona dice que ha perdido toda esperanza de vivir, que siente que no vale la pena seguir aquí, el terapeuta puede entender la situación y acercarse a la persona consciente de que lo que valida a través de la comprensión empática no es la totalidad de esta persona, y que --aunque ni la misma persona lo experimenta en este momento-- hay más partes del self que probablemente no tienen este nivel de desesperanza o desilusión (Cain y Seeman, 2002; Gendlin, 1996).

Desidentificación, acercamiento y focalización

Dentro del focusing (Gendlin, 1996), uno de los elementos que se podría aplicar a la facilitación de crisis seria el de la desidentificación, sobre todo en procesos que pueden paralizar, aterrar o generar sentimientos de una gran intensidad. Lo anterior implica que si un incidente ha sido en extremo traumático y doloroso, probablemente el solo recuerdo o narración de lo sucedido regrese a la persona a la situación de angustia o pánico que vivió. Ante ello, la opción terapéutica es crear una mayor distancia con el suceso para poder iniciar un trabajo terapéutico (Leijssen, 1998).

La desidentificación significa transitar, por ejemplo, desde la experiencia de una persona que puede decir "Me siento aplastado o acabado" hacia una construcción de la experiencia que dice: "Una parte de mi (o hay algo en mi que) se siente aplastada o acabada". Como se ve, se respeta el sentimiento, pero se crea una mayor distancia emocional que posibilita un trabajo terapéutico de integración. Así, crear una mayor distancia no significa negar, invalidar o distorsionar el dolor o lo que la otra persona vivió, sino permitirle integrar una experiencia traumática de la manera menos dolorosa y sin volver a reexperimentar lo sucedido o sentirse traumatizada nuevamente. En el caso de que la persona no pudiera contrarrestar los sentimientos de una experiencia traumática (insensibilización), el lineamiento terapéutico sería acortar la distancia y acercar la experiencia lo necesario para poder integrarla (Greenberg y Paivio, 1997).

Podría concluirse que en este tipo de situaciones el elemento que hay que buscar, tal como lo dice Weisser-Cornell (1996), es el de la "distancia adecuada" a fin de poder "llevar la experiencia hacia adelante" para realizar una mejor integración intrapersonal (Mahrer, 2002).

Retroalimentación y autorrevelación

La retroalimentación y autorrevelación implican que el terapeuta puede participar activamente en el proceso terapéutico ofreciendo honradamente su percepción del cliente o de su situación, sin privilegiar su postura sobre la de éste, sino ofreciendo únicamente su punto de vista. La retroalimentación del terapeuta también puede ocurrir a través de la autorrevelación (self-disclosure), en la que comparte con el cliente aspectos de su historia personal, siempre y cuando ello sirva a éste y no sea una necesidad del propio terapeuta.

Movilización de recursos

La aparición de una crisis se enfrenta de manera más efectiva cuando la persona puede tener una red de apoyo social, como sus familiares cercanos o sus amigos, quienes pueden apoyarla emocionalmente o simplemente escucharla y estar presentes en los momentos críticos. En efecto, una crisis vivida aisladamente o en completa soledad puede agravarse o hacerse más intensa.

El papel del terapeuta es conectar a la persona con los recursos de que ésta disponga: desde los recursos internos, que generalmente la persona en crisis no ve o no cree tener, hasta los recursos externos, como su contexto social inmediato o incluso algunas instituciones que puedan brindarle apoyo.

Agencia y reconstrucción narrativa

En este proceso, el facilitador camina al lado del cliente, pero no lo guía ni le impone sus propias elecciones; antes bien, busca que a través de la relación terapéutica el cliente vaya retornando su capacidad de decidir hacia dónde va y de qué manera lo hace (Guttmann, 1998; Lago y MacMillan, 1999).

El enfoque centrado en la persona concuerda de manera fundamental con algunos autores posmodernos, quienes han establecido que en todo proceso terapéutico el cliente es el experto (Anderson y Goolishian, 1996). Curiosamente, desde hace más de un siglo se ha considerado al terapeuta como maestro, guía o erudito, y esto ha generado procesos terapéuticos que menoscaban la capacidad de autonomía y de decisión de la persona.

En esta perspectiva hermenéutica, y siguiendo a Paul Ricoeur (1991), se podría decir que "la comprensión de si es narrativa de un extremo a otro. Comprenderse es apropiarse de la propia vida de uno. Ahora bien, comprender esta historia es hacer un relato de ella, conducidos por los relatos, tanto históricos como ficticios, que hemos comprendido y amado. Así nos hacemos lectores de nuestra propia vida". Es decir, que desde esta perspectiva posmoderna o narrativa "el trabajo del terapeuta consiste en unirse a los clientes en el desarrollo de una nueva historia de la vida de éstos que les ofrezca una visión algo diferente de su situación" (Lax, 1996). De lo anterior se desprende la importancia que la "identidad narrada" tiene en todo proceso de cambio. En ese mismo sentido, en la medida en que el terapeuta pueda ser un facilitador que comparte el poder, que crea una relación igualitaria de persona a persona, que respeta y que colabora en las decisiones del otro, el cliente irá de la pasividad o la dependencia hacia la responsabilidad en sus elecciones.

Tal vez seña útil preguntarse "qué cambiaría si una persona a la que se ha situado dentro de un relato opresor --que es contado-- lograra que se le reconocieran o se le devolvieran sus derechos de narradora de historias y se encontrara en libertad de contar su propia vida y llegar a ser su propia autora" (Epston, White y Murria, 1996). Lo anterior, de alguna manera, seña parecido a la concepción del enfoque de la psicoterapia existencial, en donde la terapia no busca cambiar a las personas. Se busca, como afirma Jarquín (1996), "una experiencia de encuentro en la que se propicia que la persona busque desde si misma un marco de referencia congruente que enriquezca su horizonte para iluminar su proyecto-mundo y un modo de ser-en-el-mundo que le favorezca ser congruente con su misión de persona y ser auténticamente ella misma" (2).
La facilitación de una historia de crecimiento

Una crisis no es un evento neutral en la vida. Generalmente puede empeorar el funcionamiento individual o puede fortalecer a la persona al ser resuelta efectivamente.

Tomando en cuenta lo anterior, los trabajadores de la intervención en crisis deben tomar conciencia de que la intervención inmediata y adecuada le ofrece a la persona una oportunidad de crecimiento y un funcionamiento más pleno, reduciendo también la aparición posterior de trastornos más resistentes o de carácter crónico.

La posibilidad de construir o de reconstruir el significado o el sentido que una crisis tiene para un individuo se plantea como un elemento fundamental en la historia que la persona cuenta acerca de su propia vida (Bárcena y Melich, 2000; Guttmann, 1998). La posibilidad de ayudar o acompañar en la construcción de historias de vida que tomen en cuenta el dolor, la desesperación o la angustia, pero que también incluyan las ganas o la fuerza con la que se luchó, la esperanza, los recursos de la persona, e inclusive lo que la crisis vino a ofrecerle o a enseñarle, se erigen como un punto clave de todo proceso terapéutico orientado a la solución de problemas, a la salud o al crecimiento del ser humano.

Más que cómplices de historias diagnósticas, que enfatizan lo que le falta a la persona, sus carencias, sus áreas "enfermas" o su psicopatología, se tiene siempre la alternativa de optar por modelos mas funcionales y que al final le ayudan a tener una mejor vida y no le empobrecen el sentido de valoración de sí misma (Lukas, 2000; Mahrer, 2002; Yalom, 2002).

From intervention to crisis facilitation: A person centered model

ABSTRACT

This paper proposes some ideas about the application of the person centered approach in crisis situations. It establishes a tentative model to work therapeutically in crisis, basically from a growth-oriented perspective. It explains some principles of crisis facilitation based on a resource or competency approach, not a diagnostic one. It reviews briefly some person centered attitudes and some existential elements that operate as therapist's resources when dealing with a crisis.
Keywords: Crisis intervention; Facilitation; Person centered therapy.

(2) En cursivas en el original (N. del E.).


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Javier Armenta Mejía
Centro de Estudios Universitarios Xochicalco (1)
(1) Av. Morelos 1793, Col. Independencia, Apartado Postal 2887, 22130 Tijuana, B.C., tel. 6646-387307, Correo electrónico: armentaxavier@yahoo.com.mx. Articulo recibido el 30 de mayo y aceptado el 10 de junio de 2002.

Citation Details
Title: De la intervención a la facilitación en las crisis: un modelo centrado en la persona.Author: Javier Armenta MejíaPublication: Ensenanza e Investigacion en Psicologia (Magazine/Journal) Date: July 1, 2002Publisher: Consejo Nacional para el Ensenanza e Investigacion en PsicologiaVolume: 7 Issue: 2 Page: 341(18)