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sábado, 18 de agosto de 2007

Un Enfoque Experiencial Aplicado al Abuso Sexual




DOLOR, CAOS Y RECUPERACION: UN ENFOQUE EXPERIENCIAL APLICADO AL ABUSO SEXUAL

Por Javier Armenta Mejia


“A mitad del invierno, encontré dentro de mi un verano invencible”
Albert Camus

Introducción

Este trabajo propone un enfoque terapéutico centrado en la persona y experiencial en el caso de adultos que buscan ayuda terapéutica y que sufrieron abuso sexual en la infancia.

Mas que una visión de los factores predisponentes, de la dinámica familiar o una extensa lista de las características psicopatológicas o de las formas y tipos de diagnóstico, este escrito se limita a la descripción del proceso terapéutico y de los factores que tanto en el terapeuta como en el cliente ayudarían a la resolución exitosa de una situación compleja y traumática como lo es el abuso sexual.

Tal vez y como una forma de iniciar habría que preguntarse por la persona que acude a la terapia y que fue víctima de una agresión sexual. Pensando en términos generales que la persona carga una historia traumática no resuelta que le impide vivir de manera adecuada en el presente, seria razonable entender que tipo de actitudes, conductas o expresiones del terapeuta podrían facilitar el ir poco a poco explorando el impacto de la agresión y asimilando o simbolizando la experiencia adecuadamente.

Desde la terapia centrada en la persona cabria preguntarse que ocurre con la tendencia a la actualización en el caso del abuso sexual. Y tal vez mas importante, que puede hacer el terapeuta para liberar o desbloquear un proceso de crecimiento obstruido, congelado o temporalmente disminuido.

En relación con el cliente también habría que pensar si las actitudes básicas del terapeuta se pueden aplicar de la misma forma que a otros procesos terapéuticos.

En este sentido, también podemos cuestionar que tan valido es enfocar esta problemática en términos exclusivamente de psicopatología, de anormalidad o peor aun, de enfermedad.



La Psicopatología vista desde adentro

Una de las características del trabajo de Carl Rogers (1951, 1957, 1961) fue la de establecer como fundamental en todo proceso terapéutico a la persona. En este sentido, pierden importancia y ocupan un segundo plano el terapeuta, el diagnostico y las técnicas terapéuticas. Mas allá de lo anterior que puede ser importante, se impone como fundamental el respeto a la dignidad de la persona, la comprensión de su mundo interno, la aceptación y aprecio positivo incondicional, el establecimiento de una relación autentica de persona a persona, y la creación con todo lo anterior de un espacio psicológicamente seguro donde el individuo puede retomar su propio crecimiento o su propia direccionalidad.

Debido a lo anterior, Rogers hace a un lado el diagnostico por su implicación de una relación desigual en donde el “experto” le dice al “paciente” que es lo que le sucede y que tiene que hacer para enfrentarlo.

Además, el diagnóstico puede funcionar como una forma de control social, psicológico o inclusive familiar donde se manipula o controla a la persona a través de una etiqueta clínica que puede tener efectos negativos en la valoración de la persona.

No obstante lo anterior y el rechazo abierto de Rogers (1951) a evaluar o juzgar al cliente, en la Terapia Centrada en la Persona no se niega la disfuncionalidad en los individuos, sino que todo esto es enfocado desde otra perspectiva.

El conflicto es entendido por Rogers (1989) como una incongruencia entre el “self” del cliente y su valoración organismica. De ahí que la inadaptación se de al sobreponer, limitar, disfrazar o distorsionar la experiencia organismica por ser incompatible con el concepto que la persona tiene de si misma. Lo anterior lanza a la persona metafóricamente hacia caminos que no son los propios, sino que han sido impuestos desde fuera del individuo. No es de extrañar que la capacidad de vivir satisfactoriamente se vea reducida en la persona.

A lo anterior podríamos agregar una perspectiva del desarrollo en donde una parte del campo fenomenico del infante poco a poco se diferencia y se convierte en el “si mismo” o “self”, probablemente uno de los principales determinantes en la conducta de las personas.

Si pensamos que el abuso sexual se da cuando el “self” se encuentra en estado de formación, la experiencia traumática se va a incorporar de manera distorsionada, negada o con una conciencia muy limitada. Además, existen una serie de factores que tal como lo establece Everstine y Everstine (1997) podrían complicar el efecto de la agresión. Entre estos podríamos enumerar a los siguientes:

· La edad del infante en el momento del abuso, ya que por cuestiones de maduración física o psicológica no es lo mismo un niño que ha sido victimado a los 3, 6 o 12 años.

· Desde una perspectiva fenomenológica otra cuestión importante serían las condiciones psicológicas del infante anteriores al abuso, ya que si existían problemas emocionales antes de la agresión, esto lo que va a hacer es agravar o generar mayor disfuncionalidad.

· Otro elemento seria el tipo de abuso que se dio: si hubo violencia o no, si la persona fue obligada a ver actos sexuales, si solo fueron caricias, hubo penetración u otro tipo de abuso.

· La experiencia subjetiva de todo lo anterior seria un elemento clave para poder entender el impacto que la agresión dejó en una persona. Un aspecto que hay que recordar es que las personas pueden sufrir el mismo tipo de abuso, pero reaccionar de manera diferente y procesar la experiencia de forma totalmente distinta. Todo lo anterior nos recuerda que el terapeuta debe escuchar de manera muy sensitiva al otro y no basarse en generalizaciones o en cuadros sintomáticos sobre el abuso y sus efectos. Lo importante aquí es como esta experiencia afecto a este cliente en particular y la forma en que él lo ha enfrentado, distorsionado o negado.
· Aunado a lo anterior se encuentra el número de agresiones, ya que conforme aumenta el número o la frecuencia, también pensaríamos en que el daño psicológico es mayor en el individuo.
· Tal vez uno de los aspectos que generan mas conflicto en la víctima sea el tipo de relación que se tenia anteriormente al abuso con el agresor: si este fue un extraño, la posibilidad de la recuperación es mayor que si era un amigo o un familiar. Mientras mas cercano y significativo sea el lazo con el agresor mayor probabilidad hay que genere culpa, sentimientos ambivalentes, una gran confusión, una perdida de confianza en los demás y la vivencia de un mundo inseguro u hostil.
· Cuando el abuso es descubierto, la reacción de los familiares puede representar tanto una ayuda cuando la respuesta es de comprensión, cuidado y afecto hacia el infante; o también puede ser otra situación negativa que se suma al abuso, si la actitud de la familia es de duda, incredulidad, ridiculización, rechazo afectivo o inclusive de agresión contra el menor.


Según Speirer (1990) el elemento central en la disfuncionalidad es la incongruencia y para enfrentarla el organismo puede:

a) ser selectivo en la percepción
b) disfrazar experiencias inaceptables para el self (total o parcialmente)
c) presentar una conducta de evitación

Lo anterior no produce disfuncionalidad en si mismo, sino que genera una merma o disminución en la capacidad para un funcionamiento pleno.

Si pensamos que el organismo reacciona como una totalidad organizada ante su campo fenoménico, la negación o distorsión de los sentimientos generados por el abuso afecta de manera inevitable a la persona.

También podríamos pensar que la persona no reacciona ante la realidad, sino a la percepción que tiene de esa realidad. De ahí que parte de la labor terapéutica consiste en adentrarse en el mundo fenoménico o en la realidad del cliente para desde ahí entender el impacto de lo que éste ha vivido y ayudar a reconstruir o simbolizar adecuadamente experiencias en extremo humillantes o dolorosas.

La psicopatologia también la podríamos entender como un proceso de desintegración de las distintas partes del “self”. Esta alienación de la experiencia organismica genera conductas seudoadaptativas y patrones defensivos que en el momento del abuso protegen al niño, pero que al paso del tiempo o en la edad adulta producen mayores complicaciones o un crecimiento obstruido.


Proceso de Cambio y “Focusing”

Carl Rogers (1989) establece que para que la terapia funcione adecuadamente deben existir las siguientes condiciones:

1.- Que dos personas estén en contacto psicológico.
2.- Que la primera persona, a la que llamaremos cliente, se encuentre en un estado de incongruencia, vulnerabilidad o de ansiedad.
3.- Que el terapeuta sea congruente en la relación.
4.- Que el terapeuta experimente un aprecio positivo incondicional hacia el cliente.
5.- Que el terapeuta experimente una comprensión empatica del marco de referencia interno del cliente.
6.- Que el cliente perciba, por lo menos en grado mínimo el aprecio positivo incondicional y la comprensión empática del marco de referencia del cliente.


Si las anteriores condiciones se dan, una serie de cambios constructivos de la personalidad se llevarán a cabo. Entre los más importantes tendríamos:

Una apertura a la experiencia, lo que implica una reorganización donde el cliente es menos defensivo. Como la percepción del cliente es menos rígida y tiene a su disposición mas datos, su conducta está mas anclada a la realidad.

También como hay una menor necesidad de distorsionar las situaciones, la persona es mas eficiente en la resolución de problemas. Aunado a lo anterior se da un mayor ajuste psicológico producto de los cambios en la estructura del “self´”. Y en ese mismo sentido debido a una mayor congruencia entre el self y la experiencia, la vulnerabilidad a la amenaza es menor.

Hay por otro lado una mayor congruencia entre el self ideal y el self real; la ansiedad y la tensión psicológica tienden a reducirse.

Otro de los cambios fundamentales es que el cliente tiene un grado mayor de aprecio hacia si mismo. El locus de la evaluación o de las decisiones son experimentadas dentro del cliente mismo. En consecuencia el cliente se experimenta con mayor seguridad y autodireccion.

Dicha autodireccion se rige por un proceso de valoración organismica. En el área interpersonal hay una percepción mas realista de los demás y la conducta del cliente se vuelve mas creativa, mas adaptada a cada nueva situación y mas expresiva de sus propósitos y valores. (Rogers, 1989).

Por otro lado, y desde una perspectiva experiencial, el Focusing es un método elaborado por Eugene Gendlin (1981,1996) como una forma de contactar y “llevar hacia delante” una experiencia sentida (felt sense).

Para algunos autores como Dave Mearns (1994) el Focusing es “básicamente ayudar al cliente a ser empático consigo mismo. Es una invitación no invasiva para que el cliente se dirija hacia el limite de su darse cuenta al explorar un asunto”.

El método de Gendlin (1990, 1996) tiene una relación fundamental con la experiencia corporal de las situaciones vivenciadas. Según Leijssen: (1998) “Al contactar cuidadosamente la experiencia corporal, la cual es vaga al principio, uno puede ponerse en contacto con la ´´experiencia sentida´´ de un asunto, problema o situación. A través de la interacción con símbolos, la experiencia sentida puede volverse mas precisa, puede cambiar y llegar a un cambio sentido (felt shift): la experiencia de un cambio real o de la resolución corporal de un asunto”.

A continuación se presentan los pasos del Focusing:
1.- Despejar un espacio
2.- Contactar la experiencia sentida del problema
3.- Encontrar un ancla
4.- Resonar el ancla con la experiencia sentida
5.- Preguntar
6.- Recibir

En el caso de personas severamente traumatizadas por el abuso, el paso 1 ayudaría a que el cliente al dirigir su atención hacia su cuerpo pudiera localizar que emociones, situaciones o recuerdos aparecen como problemas que se interponen al cliente para que este se pueda sentir bien. En este paso el cliente no entra en la emoción o situación problemática, sino que únicamente la detecta y permanece como observador.

El aporte de Ann Weiser Cornell (1996) de buscar la “distancia adecuada” funcionaria permitiendo que si la experiencia ha sido en exceso traumática y el solo hecho de contarla provoca pánico, terror o una extrema desorganización, el cliente pueda metafóricamente poner el problema o situación tan retirado como sea necesario para poder trabajar con él.

En el caso de que el cliente se encuentre psicológicamente anestesiado y que se le dificulte el sentir, como puede ocurrir con algunas personas abusadas sexualmente (Lew, 1988), esta insensibilización puede enfrentarse experiencialmente a través de ir acercando el problema tanto como sea necesario para no caer en una interacción cliente-terapeuta únicamente intelectualizada y en donde no haya un cambio registrado a nivel corporal.

Si el cliente al realizar el primer paso encuentra que hay demasiados aspectos o sentimientos problema, lo adecuado seria preguntar a nivel corporal cual de todos esos aspectos es el que mas pesa, sobresale o necesita ser atendido. Cuestión que es muy común en el abuso sexual ya que pareciera que después del abuso se han agregado otros sentimientos, problemas o dificultades (Bass y Davis, 1992).

Ya que el organismo selecciona una situación, el segundo paso consistiría en dejar que se forme una “experiencia sentida” del problema. Cuando se ha formado tratamos de describirla y de darle un nombre o ancla ( tercer paso). Permanecemos un poco con el ancla y vemos si concuerda en como el cuerpo la vivencia, es decir, resonamos el ancla con la experiencia sentida (4º. paso). Podemos checar una y otra vez con una palabra, una imagen, una metáfora o un símbolo y generalmente el cuerpo indicara a través de un “cambio sentido” cual ancla describe mejor la experiencia sentida.

Después podemos preguntar si esta experiencia tiene una cualidad emocional (5º. paso). Podemos preguntar también ¿Que es lo principal de todo esto que te esta afectando realmente? ¿De que se trata todo este asunto que te hace sentir tan_________? (palabra usada como ancla). ¿Qué es lo que todo esto necesita?. Este puede ser un paso opcional ya que muchas veces el “cambio sentido” se da o es registrado por el cuerpo al contactar o escuchar empáticamente nuestro interior. Weisser Cornell (1993) habla de lo importante que es “estar ahí” con el sentimiento que se ha encontrado. Una amistosa actitud de respeto y de curiosidad pueden hacer que podamos acercarnos o escuchar algo de lo que hemos huido, nos hemos escondido o simplemente no queremos aceptarlo.

La actitud mas importante en el focusing es la centrada en la persona: podernos escuchar a nosotros mismos en las partes dolorosas, vulnerables o humillantes con comprensión, respeto, aceptación y aprecio.

Finalmente el último paso del Focusing es una actitud de permitirte estar con la sensación que tengas en este momento y recibir el resultado de todos los pasos.

La anterior es una descripción injusta y sobresimplificada de un proceso experiencial complejo y de una gran riqueza. Quien desee profundizar en la teoría del Focusing puede consultar a algunos autores como Gendlin (1981, 1996), Alemany (1997), Weisser Cornell (1993, 1996), Mia Leijssen (1998) y Amodeo y Wenthworth (1999).

Resumiendo podríamos decir que en el caso del abuso sexual, el Focusing permitiría que el “experienciar” nuevamente funcionara adecuadamente. La reorganización e integración de los aspectos o partes fragmentadas del self se realizaría poco a poco y desde una perspectiva sistémica, los primeros aspectos que fueran simbolizados adecuadamente generarían mayor inestabilidad, que a su vez produciría nuevos aspectos para ser simbolizados e integrados constructivamente (O’Leary, 1999).


La Psicoterapia del Proceso Experiencial

Basada tanto en los principios de la terapia centrada en el cliente, en la corriente gestáltica, el existencialismo y en el modelo del procesamiento de la información, esta corriente experiencial se distingue por el papel activo del terapeuta y por una ciertra directividad en cuanto al proceso se refiere (Greenberg, Rice and Elliot, 1993).

A continuación se presentan algunos aspectos de esta corriente que se pueden aplicar en la psicoterapia de personas que sufrieron abuso sexual en la infancia.
Tal vez el elemento novedoso en esta corriente sea que aparte de los factores primarios relacionales (empatía, aprecio positivo incondicional y autenticidad) autores como Laura Rice (1984) proponen una serie de tareas cognitivo – afectivas que reprocesadas producirían una resolución de la situación problemática.

Entre las tareas que facilitarían el trabajo terapéutico en el abuso sexual se encuentran las de búsqueda experiencial, las de expresión activa y las de contacto interpersonal.


Tareas de Búsqueda Experiencial

Este tipo de técnicas implican que el terapeuta facilite el acceso del cliente a un funcionamiento experiencial en oposición a uno puramente intelectual o conceptual.

En el caso de personas abusadas sexualmente, significa ir gradualmente acercándose a un proceso vivencial de comprensión de la persona, de permitir que el cliente de manera segura y sin sentirse revictimizado, pueda contar lo que vivió y hacer una reconstrucción de lo que significa haber pasado por dicha experiencia.

A continuación se explica su aplicación dentro de un proceso terapéutico orientado al abuso.

a) Exploración empática: implica que el terapeuta trabaje de una manera sensitiva entrando al campo perceptual o al mundo fenoménico del cliente para desde ahí darse cuenta de los marcadores que señalan la ejecución de una tarea determinada.

Implica también el expandir el campo perceptual del cliente al dirigir su atención hacia aspectos relegados o no simbolizados de su propia experiencia.

Esta forma de la respuesta empática tiene un carácter no impositivo, a manera de una pregunta que se busca poner a prueba, dándole al cliente la ultima palabra sobre su experiencia (Armenta, 2001).

b) Facilitar la narración: si pensamos en la persona que sufrió el abuso sexual, el hecho de contar la historia de lo que le ocurrió aparece como una necesidad a lo largo de la terapia. Facilitar la narración de un hecho doloroso o avergonzante implica que el terapeuta se convierte en un acompañante empatico, respetuoso y cálido. Es a través de un discurso doloroso y cargado afectivamente que el cliente puede empezar a vivenciar o reexperienciar fuertes sentimientos que en el presente pueden ser integrados de manera funcional.
Generalmente la historia o la narración inicial de la persona es de dolor, impotencia, miedo, odio y desesperación. Esta narración también matiza o colorea otros aspectos de la vida de la persona generando patrones disfuncionales.

Cuando esta tarea se ha resuelto el cliente puede vivenciar una narración posterior al abuso que incluye la recuperación, la esperanza y un gradual involucramiento y satisfacción con la propia vida (Dolan, 1991).

c) Creación de significado: si pensamos que el “self” del cliente por el abuso se ha estructurado con partes negativas, ha sufrido una fragmentación o constantemente vive periodos de desintegración, el significado o sentido que la persona le da no solo a la experiencia traumática, sino a gran parte de su vida es de desesperanza, ansiedad, rechazo hacia si mismo y en general de una postura disminuida ante la propia existencia.

La vida, según Oscar Goncalves (1998) “es una narrativa, una historia coconstruida a través de un intenso intercambio dialéctico entre los individuos y su medio ecológico. Es sin embargo, una forma única de narrativa. Es una narrativa sin un inicio y final precisos. Los capítulos que la componen son frecuentemente elusivos, y los caracteres y figuras frecuentemente permanecen no muy claramente definidos. El significado y la estructura de la narrativa continua cambiando a través de una serie de extrañas vueltas y ciclos creativos”.

Parte de la labor terapéutica es ir facilitando que el cliente a través de una relación dialógica se reconstruya a si mismo y llegue a crear significados distintos a los iniciales. Los hechos ocurridos en el pasado no cambian, lo que adquiere una nueva interpretación es la reconstrucción o resignificación que adquiere la “historia de vida” en el presente (Bugental, 1965; Sadler, 1969).


Tareas de Contacto Interpersonal

También llamadas por Laura Rice (1984) los factores primarios relacionales: tanto la empatia, el aprecio positivo incondicional y la autenticidad van a generar un espacio psicológicamente seguro para la terapia y su desarrollo (Armenta, 2001).

La llamada “alianza de trabajo’’ implica un relación de mucha significación emocional donde la persona al percibir o ser receptor ante estas actitudes las empieza a internalizar y a reemplazar por las ‘’condiciones de mérito’’ y los caracteres obstructores de la terapia.

Rogers (1952) expresa magistralmente esta dimensión de la terapia cuando establece: ‘’Deseo sinceramente hacer tan segura esta relación como para que el cliente pueda relajarse, pueda arrojar sus defensas, y, lo que es mucho mas importante, pueda comenzar a comunicarse consigo mismo. Quisiera ser tan sensible a todas sus reacciones como para poder marchar junto a él, y poder acompañarle en todos sus rincones y resquicios de su experiencia, como un compañero comprensivo que le hace auténticamente segura la exploración de regiones anteriormente consideradas como muy peligrosas’’.

Entre las principales tareas interpersonales se encuentran las que se describen a continuación.


a) Proveer una “presencia” confiable: la persona que ha sido victima de algún tipo de abuso sexual ha visto deteriorado el sentimiento de confianza en los demás por la intensidad del daño que ha experimentado (Bass y Davis, 1992).
El terapeuta consciente de esta situación trata de crear una relación interpersonal saludable respetando la forma de reaccionar del cliente, ya que ésta puede ir desde la desconfianza, el miedo, la incredulidad o un patrón de acercamiento-aislamiento.
El facilitador trata de acompañar al cliente en su propio camino por tortuoso que parezca. Se mantiene al lado del cliente, no adelante ni señalándole hacia donde tiene que ir. Con el tiempo y al vivenciar la seguridad de la relación, el cliente aprende a aceptar en el terapeuta la experiencia emocional correctiva de un “otro” que escucha realmente, que es auténtico, que acepta a la persona sin condiciones y que viene a restablecer un lazo interpersonal de confianza en los demás.


b) Afirmación empática en la vulnerabilidad: este es un tipo de respuesta empática donde se busca hacer saber al cliente que se le acompaña en un momento de la terapia que puede ser de mucho dolor, desesperanza, terror o vergüenza.

Una persona que ha sufrido abuso generalmente experimenta este tipo de sentimientos al volver a contar la agresión y al contactar los sentimientos de repugnancia, de dolor, de odio o de terror (Lew, 1988).

La labor del terapeuta es la de ser un facilitador comprensivo que “está ahí”, que ofrece su entendimiento, su forma genuina de aceptar al cliente y a su experiencia por mas destructiva que esta sea.

c) Relación Dialógica: en este proceso centrado en la persona / experiencial quedan descartadas dos formas de relación. La primera la podríamos describir como una interacción surgida del modelo medico donde la persona es vista como “enferma” y en necesidad de un médico que la “cure”. El segundo tipo de relación es donde el terapeuta asume el rol de “experto” sobre la vida del cliente.

Ambas relaciones disminuyen el sentido de agencia de la persona al ubicarlo como “paciente” o como “no experto” acerca de su propia vida.

La alternativa que se propone es una relación de colaboración entre cliente y facilitador donde a través del diálogo de “persona a persona” se pueda crear un espacio que privilegie la “voz del cliente”, teniendo al terapeuta tan solo como acompañante y no como guía (Anderson, 1997).

La anterior forma de la relación terapéutica la podemos ubicar existencialmente como una relación Yo – Tu (Buber, 1970) o como un tipo de “presencia existencial” (Bugental, 1965).


d) Fortalecer y Reconstruir el “self”: si la persona que ha sufrido la agresión sexual vive en cierta medida una desintegración o fragmentación del self, esto le acarrea severos problemas en sus relaciones interpersonales, en su confianza en si mismo y en los demás, en su grado de aceptación de si mismo, y en general en la capacidad de dirigir y disfrutar de su proyecto de vida. Inclusive podríamos pensar que en algunos casos hay la vivencia de un “proyecto de vida” descartado, invalidado, saboteado, temporalmente suspendido o abortado.

La experiencia de la terapia lo que le provee al cliente seria que nuevamente y poco a poco, es la persona misma quien empieza a tomar decisiones, escoger direcciones y alternativas, y empieza a replantearse con el acompañamiento del terapeuta cual quiere que sea su nuevo “proyecto de vida”, que puede ser una continuación del que se había abandonado, o por el contrario, puede ser uno nuevo que le de significado y sentido a lo que el cliente hace en el momento actual.

e) Facilitar el experienciar: si pensamos como Gendlin (1981) que los procesos de cambio exitosos se caracterizan por una forma particular del procesamiento de lo vivido llamado “experienciar” , entonces parte de la labor del terapeuta es propiciar que las vivencias, sobre todo las problemáticas puedan ser reasimiladas y simbolizadas adecuadamente.

En este proceso ayudaría: seguir el ritmo de la persona, utilizar imágenes, metáforas o frases para describir la “experiencia sentida” del cliente y mantener o restablecer el contacto con la experiencia y la valoración organismica de la persona.
El cliente finalmente transitaría de un modo de experienciar rígido y distorsionado hacia formas de experienciar fluidas y en constante movimiento, se dirigiría mas que a la estabilidad u homeostasis, hacia un proceso de cambio permanente.

f) Restablecimiento de un mundo seguro: el mundo fenomenico o interpersonal es vivido por la persona abusada como un lugar peligroso donde por la vulnerabilidad del “self”, los otros aparecen como apáticos, o en el peor de los casos, como personas que potencialmente pueden dañar al cliente o infligir algún tipo de dolor sobre la persona. De ahí que por la percepción de un mundo inseguro o desintegrado, sea el cliente quien muchas veces se aisla de los contactos personales no para obtener seguridad, sino para evitar el peligro.

La terapia puede ser un lugar donde coincide la comprensión del mundo subjetivo de la persona, donde el cliente percibe un aprecio incondicional y donde a pesar de sus sospechas, no encuentra la catástrofe, la inseguridad o al “otro malévolo”. Lo anterior implica en la persona una reorganización de la percepción del mundo fenomenico como un lugar en el que se puede estar sin tantas defensas y sin el sentimiento de que el peligro acecha en cada instante.

Finalmente la sensación de seguridad o confianza sería un sentimiento vivenciado con mayor frecuencia a medida que avanza la terapia.


Tareas de Expresión Activa

Reconceptualizadas a partir de la psicoterapia Gestalt y del Psicodrama, este tipo de tareas implica que el cliente represente o actúe aspectos del ´´self´´ o de los otros para accesar los ‘’esquemas emocionales’’ disfuncionales.

Una vez evocados o experiencialmente presentes, éstos son reprocesados y sustituidos por nuevos esquemas emocionales de carácter constructivo o guiados por la valoración organismica.

Este tipo de técnicas por su intensidad requieren una alianza de trabajo fortalecida y la disposicion del cliente de participar en ejercicios vivenciales.

Las principales tareas de expresión activa adaptadas al trabajo terapéutico del abuso sexual serian las siguientes:

a) Diálogo de dos sillas: (para el self dividido) el objetivo de esta técnica es confrontar dos partes del “self” que son incompatibles, producen conflicto y que responden a diferentes “esquemas emocionales”. Generalmente una de las partes del self aparece como dominante, mientras que la otra es frágil o sufre los embates de la primera. En este proceso de disociación hay características del self no asumidas o aceptadas como parte de uno mismo. La negación de estas partes, curiosamente aumenta la división y el conflicto.

La resolución se da al permitirle a cada parte expresarse libremente y llegar a un acuerdo con la otra, donde ninguna de las dos pierda. Esta resolución implica la autoaceptacion de necesidades, deseos y sentimientos de la persona.

b) Reactuaciones: esta técnica se utiliza en las auto interrupciones o sobre regulación de las experiencias emocionales y de su expresión.

Significa por ejemplo, que un cliente que ha sido abusado y que narra la experiencia de la victimación, en el momento en que empieza a experimentar coraje, miedo, terror o repugnancia, repentinamente se bloquea emocionalmente, se aisla o anestesia afectivamente.

La resolución implica que el cliente reactúe la auto interrupción. El terapeuta generalmente le pregunta al cliente: ¿cómo logras dejar de experimentar (el coraje, la tristeza, el odio) en este momento?

Lo terapéutico de esta intervención es generar en la persona un sentido de mayor control de su experiencia emocional. Esto incluye ayudar a la persona a que se de cuenta de que “soy yo quien me bloqueo a mi mismo”. No son los otros, la situación o una cuestión que simplemente pasa.

Ya en este proceso la persona puede avanzar al expresar parcial o totalmente la emoción bloqueada, aceptar las necesidades no satisfechas que hay en este proceso y establecer un contacto interpersonal significativo con algunas personas.

c) La silla vacía: utilizada para lo que los gestaltistas llaman los “asuntos inconclusos” del pasado, representa una forma de integración o de cierre en el presente de situaciones difíciles o no asimiladas.

Parte de la problemática de las personas que han sido abusadas sexualmente es que en un intento de sobreponerse u olvidar lo sucedido viene un periodo de obstrucción o insensibilización en donde a la persona se le dificulta el sentir. Este mecanismo defensivo protege temporalmente a la persona, pero con el tiempo y con el resquebrajamiento de las defensas resurgen toda una serie de sentimientos que no fueron expresados en su momento. En esta técnica también el cliente puede tomar el rol del “otro significativo” y responder a lo que se le expresa.

Algunos autores piensan que poner al agresor en la silla vacía puede tener un valor terapéutico cuestionable, sobre todo cuando la agresión fue de un solo evento y por un extraño (Elliot, Davis y Slatick, 1998).

En relación con lo anterior podemos retomar la esencia del pensamiento centrado en la persona al recordar que va a ser el cliente el que determine que es lo que quiere expresar, hacia que personas y de que manera.

La integración intrapersonal que puede resultar del trabajo con la “silla vacía” es fundamentalmente para beneficio y crecimiento del cliente, no para olvidar, perdonar o, peor aun, entender al agresor.

En la medida en que el facilitador pueda trabajar con las emociones, muchas veces desbordadas del cliente y permitirle que las exprese libremente y de manera adecuada, el odio, el resentimiento, la desesperación o el constante miedo van a transformarse en situaciones dolorosas que en el presente son cerradas a través de llorar, gritar, golpear o expresar terapéuticamente lo que la persona necesite para su integración y crecimiento.



Del “niño interior” abusado al fortalecido: el proceso de la reintegración

Tal como Rogers (1951) pensaba: “seria un gran error suponer que el organismo evoluciona suavemente hacia la autorrealización y el crecimiento. Quizás seria mas correcto decir que el organismo progresa a través de la lucha y el dolor hacia la valoración y el desarrollo”.

El proceso de la reintegración psicológica realizado desde la terapia centrada en la persona, el Focusing o la terapia del proceso experiencial implicarían a una persona con una nueva organización del self. En esta reestructuración las experiencias sensoriales o viscerales del organismo son asimiladas pues hay una relación compatible con el concepto que se tiene de si. Esto provoca una estructura no defensiva, una mayor fluidez y un sentimiento gradual y valioso de “ser uno mismo”, de sentirse bien o sentir aprecio por lo que uno es.

La metáfora del “niño interior” (Bradshaw, 1995) que en el caso de las personas abusadas es un niño desprotegido, maltratado, humillado o con una serie de carencias, permite un acceso al mundo interno de la persona. El “niño abusado” a través de la terapia recibe la validación, el afecto, el apoyo y la comprensión de la que careció. Es debido a esto que al final de la terapia esta experiencia vivencial del niño tiende a transformarse en un nuevo niño, tal vez fortalecido, con deseos de vivir, contento y con muchas ganas por continuar su crecimiento.

La experiencia anterior se parecería en el plano mítico al personaje ET de la película “El Extraterrestre”. La terminación exitosa de la terapia y el estado emocional de la persona concordarían con este proceso de ET de volver a casa, de regresar después de haber estado perdido en un lugar que no le correspondía. Este regreso a casa, metafóricamente pudiera significar el volver a la experiencia de ‘’ser uno mismo’’, volver y retomar el propio camino cuando éste temporalmente se había perdido.


BIBLIOGRAFÍA


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Javier Armenta Mejía es psicólogo clínico. Trabaja en la escuela de Psicología de la Universidad Xochicalco, Tijuana, Baja California.



El Grupo Como Espacio de Crecimiento...


EL GRUPO COMO ESPACIO DE CRECIMIENTO Y DE ENCUENTRO:
UNA PERSPECTIVA CENTRADA EN LA PERSONA.


Javier Armenta Mejía

Revista Mexicana de Psicología Humanista PrometeoNúmero 50, primavera del 2007



Para Lulú Gardner y Mauricio Cerecer, por la amistad
y el cariño entrañable de siempre



"Entre las sombras que te aneganotro rostro amanece
Octavio Paz"




Introducción


El trabajo con grupos, cada vez mas en distintas áreas de la psicología, educación y psicoterapia se ha constituido como una forma o un modelo muy adecuado para la promoción del desarrollo, la prevención y el crecimiento sano del ser humano.

Partiendo de que el ser humano nace, vive y se desarrolla dentro de grupos, o estableciendo vínculos con los demás, abordaremos en este escrito cómo la facilitación grupal puede contribuir a nuevas y mejores formas de relación humana, y a procesos tanto inter como intrapersonales que promuevan seres humanos mas congruentes, responsables y en procesos de desarrollar sus potencialidades humanas (Henderson, 2006).


Quisiera establecer que lo que se presenta a continuación es una visión tentativa y que trata de describir cómo la facilitación grupal apuntala el crecimiento y actualización de las personas. Dicha descripción está hecha básicamente desde el enfoque centrado en la persona, (Barrett- Lennard, 2003, 2005; Hobbs, 1989; Lago, and MacMillan, 1999; Missiaen, 2002; Natiello, 2001; Rogers, 1951,1961; Schmid, 1996, 2001, 2005), y en ciertas partes integra aspectos o dimensiones de la terapia existencial (Jourard, 1967; Moustakas, 1968; Rispo, 2002; Ruitenbeck, 1968; Spinelli, 1989, 2006; Van Deurzen y Arnold, 2005; Van Kaam, 1966) y del enfoque colaborativo o construccionista social (Anderson, 2001,2007).


Todo lo anterior igualmente se plantea dentro de las limitaciones de mi comprensión de los grupos, de los límites de mi experiencia personal y de mi necesidad de ir integrando un todo coherente del trabajo grupal. Es decir, que igualmente podríamos encontrar otros modelos o estilos de facilitación grupal, lo que nos ubica dentro de la facilitación grupal en el plano de la diversidad, la pluralidad y en una actitud de diálogo e integración con los demás.


La facilitación grupal y la tendencia a la actualización


El eje direccional de esta forma de trabajo grupal lo constituye la propuesta de que todos los seres humanos estamos en un proceso continuo de crecimiento hacia formas de relación y de vida mas plenas.


La tendencia a la actualización según Rogers (1951) la podemos observar en todos los organismos vivos. Es una tendencia dinámica, que se ve afectada por el medio humano circundante, pero que no se puede destruir, sino únicamente verse temporalmente obstruida o bloqueada.


A partir de esta concepción de crecimiento y desarrollo sano, también en los grupos y a través de una serie de relaciones y vínculos, esta tendencia positiva se ve presente y cada participante la puede vivenciar en su persona y en relación con los demás. (Grobler, Schenck, and Du Toit, 2003). Incluso podríamos hipotetizar que la tendencia a la actualización es impensable en la soledad o el aislamiento total, que dicha tendencia necesariamente emerge en un ambiente relacional, dialógico o de inclusión de un otro significativo (Friedman, 1992). Las condiciones necesarias y suficientes propuestas por Rogers (1961) igualmente implican un ambiente relacional con un otro significativo, y es a partir de esta relación o vinculación humana, que el crecimiento, la reorganización, o el dirigirse nuevamente a la plenitud puede darse. Tal como establece Peter Schmid (1996) “el ser humano como persona, caracterizado por la autonomía y la solidaridad es inconcebible sin el espacio relacional en el que se puede actualizar su ser persona”.


Otra dirección del trabajo grupal es la concepción de la persona que funciona plenamente, entendida como una dirección hacia la que probablemente se pueden orientar las personas en su proceso de desarrollo personal y en el proceso que se da dentro de un grupo de terapia o encuentro. (Kemp, 1970; Rogers, 1961).


Adoptar como eje fundamental de la facilitación de grupo la tendencia a la actualización tendría ciertas implicaciones para la praxis:


- Una concepción del ser humano en donde no es visto como deficitario, patológico ni con una serie de mecanismos que no funcionan o están descompuestos; mas bien se entiende o se postula un ser humano en proceso de llegar o en camino hacia su plenitud, con una serie de potencialidades latentes para una vida mejor (Henderson, 2006; Purton, 2004).
- Una confianza en los recursos de la persona y en la creación de un ambiente relacional que promueva el desarrollo de la persona. (Rogers, 1961).

- Un énfasis en el trabajo con las partes sanas de la persona.
- Una actitud no-directiva en el trabajo grupal, o una actitud que va construyendo de manera colaborativa entre grupo y facilitador, el proceso, la estructura y la vida misma del grupo.
- La promoción y el establecimiento de un ambiente relacional seguro que permita el encuentro, el diálogo y el respeto hacia el otro. (Anderson y Gehart, 2007; Friedman, 1992).
- Un acercamiento fenomenológico para “estar con” la experiencia de la persona de una manera empática, respetuosa y valorando la auto determinación del otro. (Purton, 2004; y Spinelli, 2006)
- Un proceso centrado en la persona y en sus múltiples vínculos o contextos relacionales, donde la persona tiene la libertad de ir modificando partes de su identidad, y donde su proyecto existencial de vida puede reevaluarse o reestructurarse a través del encuentro significativo con el otro y consigo mismo. (Mearns y Cooper, 2005; Schmid, 2001).


La persona y el crecimiento bloqueado


En el enfoque humanista-existencial cuál es la comprensión de lo que en otras perspectivas es visto como trastorno, psicopatología o enfermedad? Es necesaria una visión diagnóstica o de categorías patológicas en el trabajo de grupo? (Rispo, 2002).


Basados en una concepción del ser humano que le da primacía a la tendencia al crecimiento, entenderíamos que es imposible negar que dicho crecimiento puede verse afectado negativamente por determinados factores en el medio ambiente humano de la persona.(Tudor y Worrall, 2006). Pero mas allá de esto que puede resultar evidente para muchos, cómo se concibe el sufrimiento humano que produce dolor o que genera existencias no plenas, aisladas, sin un sentido de su propia vida, en una lucha o actitud devaluatoria o agresiva frente al otro?


Una hipótesis tentativa y coherente con el enfoque humanista es hablar del “sufrimiento humano” mas que de categorías diagnósticas, de enfermedad o de psicopatología. (Gantt, 2000).
Dicho sufrimiento también lo entenderíamos como un proceso de alienación del organismo, donde éste cada vez más, se aleja de las experiencias vividas. De alguna manera, la persona y debido a sus experiencias de vida dolorosas, difíciles o profundamente traumáticas para su sentido de identidad, puede iniciar un proceso de separación, exclusión o invalidación de lo que su organismo vive o experimenta. El organismo de alguna manera se empieza a alejar de las experiencias organísmicas, en un intento de protegerse a si mismo. Si este proceso continua por algún tiempo, el resultado generalmente es la incongruencia del organismo, y un distanciamiento de la valoración organísmica, de lo que a nivel corporal la persona vive y experimenta, con la consecuente sensación de sufrimiento (Purton, 2004; Tudor y Worrall, 2006).


Igualmente podemos entender desde una postura fenomenológica-existencial todo lo anterior en términos de la autenticidad. “Una persona es inauténtica si está alienada de si misma y de los otros; es decir, del organismo experienciante y de las necesarias y genuinas relaciones” (Schmid, 2005). Otra forma de entender la alienación es como un intento fallido de la presencia significativa de un otro, (Gantt,2000) un resquebrajamiento en los vínculos con el otro, que dan paso a un aislamiento, ensimismamiento, o vinculación en donde no se incluye al otro, o se le incluye de manera superficial, en un vinculo endeble, suspicaz o basado en la apariencia y en una imagen que se desea mostrar, pero que no es congruente con lo que la persona vive, con sus sensaciones-sentidas (felt-sense). (Purton, 2004).


Del crecimiento bloqueado temporalmente en la persona, podemos pasar a la situación del grupo: Cómo en un grupo de encuentro o terapéutico, la persona alienada o inauténtica inicia un proceso relacional que lo acerca a su propia experiencia vivencial y a su propia congruencia? Qué actitudes y procesos tanto del facilitador como de los participantes permiten o facilitan el desbloqueo de la tendencia al crecimiento? Podemos confiar en la potencialidad del “encuentro personal”, para apuntalar e iniciar procesos en la persona que lo vinculan con los otros de una manera mas sana y responsable? Se puede trabajar dándole una primacía a la persona y a su realidad fenomenológica, desde una aproximación basada en el respeto, la cercanía y acompañamiento existencial, cuando muchas de las direcciones o enfoques psicoterapéuticos van encaminados hacia la resolución de problemas, la categorización de trastornos, y la pérdida, ausencia o invalidación de la “persona”, misma que desaparece o se desdibuja en medio de protocolos, historias clínicas y técnicas terapéuticas? (Joseph y Worsley, 2005; Mearns, 2004).


El proceso de facilitar un grupo


Qué es lo que sucede en un espacio donde se reúnen un grupo de personas con el objetivo de crecer, aprender de si mismos y reconstruir, reevaluar o construir un proyecto existencial? Es necesaria la distinción entre grupo terapéutico, de encuentro y de crecimiento? Desde una mirada fenomenológica, cual es la vivencia o la experiencia de cada uno de los participantes? Qué es lo que le permite a cada persona retomar el rumbo de su vida, replantearlo o irlo reconstruyendo poco a poco? Que importancia tiene el “otro” en este proceso relacional? (Gazda, 1968).
La propuesta básica de este texto es que la experiencia vivencial del encuentro, en un ambiente libre de amenazas y en un acompañamiento existencial de la persona, es profundamente significativa y puede permitirle a la persona, a partir de su propia libertad, la generación de cambios y transformaciones en su manera de ser, o en el rumbo o dirección de su propia vida, independientemente que se trate de un grupo de terapia o de encuentro (Lago, and MacMillan, 1999; Mearns and Cooper, 2005).

En este sentido, Garry Landreth (1990) presenta una descripción del proceso de facilitar un grupo en los siguientes términos: “Si voy a ser de ayuda para cada uno de los miembros de un grupo, debo hacer contacto con cada persona en todos los niveles de su experiencia en el tiempo que compartiremos juntos. Me gustaria poder contactar el mundo emocional de cada uno y escuchar profundamente sus pensamientos o descripciones. Me gustaría que la respuesta total de mi persona transmitiera para cada miembro, la profundidad de mi deseo por conocer y comprender, al nivel del que soy capaz, el mundo interno experiencial de sentimientos y pensamientos como son conocidos, experienciados, sentidos, expresados y vividos en el momento por cada una de las personas”


A partir de lo anterior, nos acercamos tentativamente a la experiencia vivencial y subjetiva de lo que puede significar “encontrarse” con un “otro”. Al igual que Van Kaam (1966) concebimos que “un encuentro humano auténtico siempre implica que estoy, al menos por algunos momentos totalmente presente para una persona, que estoy completamente con él. En un encuentro genuino, participo en la existencia de otro al que aprecio. Participar significa literalmente tomar parte en. Entonces, el encuentro conlleva que puedo compartir la vida del otro, su existencia, su forma de ser en el mundo”.


En el proceso de facilitar un grupo, mas que un mapa conceptual que nos señale las probables etapas en la vida misma del grupo, o las técnicas que se pudieran emplear, el énfasis está puesto en la vinculación relacional que se va construyendo poco a poco dentro del grupo, en el encuentro humano de personas que buscan su propio desarrollo y que pueden crecer a través de sus múltiples relaciones, mediante la comprensión, el acompañamiento, la construcción de nuevos significados en su vida; pero igualmente el crecimiento en el grupo se puede dar a través de la confrontación genuina y no agresiva o rechazante, el conflicto, la diferencia, y ocupando un lugar central en el grupo, un proceso dialógico, en el que podemos contactar, apreciar, entender y vincularnos con los demás como personas, como seres humanos solidarios y en búsqueda o en la realización de proyectos coexistenciales, donde el otro siempre está presente, y nos permite acceder a nuestra actualización, no a partir de un individualismo miope, sino de la receptividad e inclusión de un otro significativo. (Dominguez, Segura, y Barahona, 2005; Friedman, 1992). El crecimiento del “yo”, de alguna manera, viene y es facilitado por un “tu”, y por la trama dialógica entre ellos, vínculo donde a través de un “otro” comprensivo, cálido y auténtico, se da el crecimiento. La llamada o interpelación del otro, siempre me remitirán a un acercamiento al mundo vivencial del otro, y es a partir de la respuesta que se puede generar en un grupo de crecimiento o terapia, que se genera nuevamente el proceso de estar-con-el-otro, en su mundo, en su dolor, en su fracaso, en su soledad, y en la construcción de una nueva forma de ser-en-el-mundo, de un nuevo proyecto coexistencial o solidario (Rispo y Signorelli, 2005).


A lo anterior, habría que agregar que en el trabajo grupal desde el enfoque centrado en la persona, existe uno o varios facilitadores designados y que establecen un clima relacional seguro y no amenazante para facilitar el encuentro personal. Pero más allá de esto, a medida que el grupo va construyendo su estructura y estilo particular, va a ser el grupo mismo, el agente terapéutico o facilitador mas importante. Es decir, que el facilitador nunca ocupa el lugar central del proceso, sino que los mismos participantes a través de sus múltiples vinculaciones se convierten en facilitadores o acompañantes existenciales de las luchas ajenas. Este proceso en el que los mismos participantes facilitan el crecimiento del otro, genera un crecimiento en el participante que actúa momentáneamente como acompañante (Schmid, 1996).


Otro elemento dentro de la facilitación de grupo que en la práctica se ve con mucha frecuencia tanto en grupos de encuentro como de terapia, es lo que pudiéramos llamar “buen humor”, risa o momentos divertidos.


Las investigaciones de Fry y Salameh (1987, 1993) han demostrado que el buen humor y la risa pueden ser elementos terapéuticos en diferentes contextos y corrientes terapéuticas, y que tienden a desbloquear o permitir un acceso al desarrollo de nuevas capacidades constructivas en relación con la imagen de si mismo, de los demás, y de los “problemas” que se viven.


Desde la terapia existencial Rispo (2002) entiende el buen o mal humor en relación a la movilidad existencial de la persona. Implica la capacidad de ser flexible y reirse de si mismo con los demás, o por el contrario, la rigidez y dureza de aquel que ve en la risa del otro, un ataque o una amenaza para su identidad.


La creación de un buen humor terapéutico favorece un clima afectivo cálido, agradable y con momentos de un compartir lúdico. Asimismo genera un sentido de mayor pertenencia, y una aproximación a la realidad del otro, desde la distancia a la proximidad.


Sobra decir que el buen humor o la risa no puede emplearse como técnica, ni puede ser una estrategia impuesta sobre el grupo. Para que sea genuino, debe emerger en el proceso mismo del grupo.


El buen humor tal como lo establece Pablo Rispo (2002) “será siempre el vínculo necesario e inseparable para el encuentro de otro en la dimensión de EN-EL, del ser en el mundo (.......) quien como paciente puede alcanzar a reirse y compartir lo cómico que se puede dar en una sesión de grupo, es para que exista un anhelo de una manera de ser con el otro y de una aceptación implícita de un compartir un mundo emocional afectivo”.


Esta inevitable presencia y vinculación con el “otro”, descentramiento del propio egoísmo o individualismo, este tender un puente y salir de si mismo al encuentro frente a la interpelación de un prójimo, la encuentro bellamente expresada en el siguiente fragmento poético:

la vida no es de nadie, todos somosla vida —pan de sol para los otros,los otros todos que nosotros somos—,soy otro cuando soy, los actos míosson más míos si son también de todos,para que pueda ser he de ser de otro,salir de mí, buscarme entre los otros,los otros que no son yo si yo no existo,los otros que me dan plena existencia,no soy, no hay yo, siempre somos nosotros
Octavio Paz


Persona, diálogo y existencia


Probablemente uno de los objetivos fundamentales de un facilitador sea el de crear un ambiente relacional en el que cada uno de los participantes del grupo pueda irse involucrando y animando a romper su aislamiento y encontrarse con el otro, con su persona y con una nueva manera de ser en el mundo.


Una descripción en términos levinasianos, del papel del facilitador la encontramos en Worsley (2006) el cual establece que “la cercanía es conocer la dicha y el sufrimiento en y a través del Otro. Sin embargo, solo puedo hacer esto cuando estoy profundamente para-el-otro, mas disponible para él que para mi mismo. En ese momento se que la piel es una dimensión del rostro (visage), y al estar disponible contacto mi profunda y casi obsesiva responsabilidad para el otro. Esto es profundamente ético, pero también pre-ético porque es anterior a cualquier regreso a mi mismo. Y en mi obsesión, participo en el nacimiento del significado para él, y él para mi. Cuando regrese, todo será diferente”.


En esta concepción relacional o dialógica del ser humano, algunas ideas de la corriente construccionista social o postmoderna (Anderson, 2001; Anderson y Gehart, 2007) son bastante afines en cuanto a la dirección y la concepción de las personas-en-relación y de su sustento existencial en y a través del diálogo.


En un grupo terapéutico o de encuentro, cuál es la realidad de la experiencia vivida por cada participante? Tiene el facilitador acceso a una realidad mas objetiva? Vivimos en múltiples y variadas realidades existenciales? Los miembros del grupo, a través de este proceso relacional de estar-con-los-otros, construyen realidades mas sanas y que les ofrece mayor plenitud en sus vidas?


Los cuestionamientos anteriores de alguna manera nos hablan de aspectos epistemológicos que se ponen en juego dentro de un grupo, o de cualquier actividad que implique conocer o entender algo. Desde la fenomenología (Spinelli, 1989; Van Kaam, 1966) se establece que la realidad, es un intento de llegar a las cosas en si mismas. En este sentido, y de manera muy simplificada entenderíamos que la realidad de una persona, es como dicha persona vive o experimenta algo. La realidad sería la experiencia vivida. Desde la perspectiva del construccionismo social, es imposible tener acceso a una realidad objetiva y nítida, mas bien se propone que la realidad es un proceso comunal de construcción en el que participan las personas, en un proceso de ser co-autores de conocimientos y formas de concebir algo.


De lo anterior deducimos que en el trabajo de grupo, el facilitador nunca se siente en posesión de la verdad. Trabaja básicamente desde una postura que privilegia la humildad frente al otro, que construye el conocimiento aparejado con la incertidumbre y que igualmente entiende el proceso de un grupo como un acontecimiento único y en el que no conoce a-priori el rumbo, ni el destino de cada grupo o persona dentro de éste.


De ahí que su acercamiento a realidad del otro se da de manera empática, respetuosa de las múltiples y variadas experiencias vividas, y a partir de contactar el mundo como-es-vivido-para-el-otro. Cuando las diferencias surgen, que es un proceso natural, mas que ser visto como signo de conflicto, se establece el dialogo genuino como un medio de aproximación a la realidad del otro.


Dentro de un proceso dialógico, la actitud de no-saber implica no presuponer o dar por sentado ciertas cosas. Implica mantener una actitud de apertura y novedad frente al discurso del otro. La arrogancia de sentirse en posesión de la verdad, únicamente congela y aborta cualquier proceso de diálogo. Este enfoque basado en la “ignorancia del otro” implica desde la fenomenología irse aproximando al mundo interno, o a las experiencias vividas de las personas del grupo de la manera menos prejuiciada.


Otro elemento fundamental sería la actitud de aprender, es decir, el diálogo implica necesariamente una respuesta al otro, que trata de entender y conocer, pero a partir de lo que el otro dice, no de mi propios valores o convicciones. En un proceso dialógico siempre tenemos a personas receptivas a la realidad de un otro distinto, pero con la suficiente apertura para mantenerse aprendiendo dicha realidad. (Armenta, 2003).


En el proceso dialógico, que se mantiene como dinámico, cambiante e impredecible, se camina siempre al lado de la incertidumbre. La certeza total generalmente nos lleva a posturas rígidas en las que el diálogo tiende a complicarse. En la faclitación grupal, los participantes construyen, y deciden a partir de su libertad, la forma de expresión, el contenido, la forma de relacionarse con los demás, etc. Es decir, que la vida misma del grupo, se construye en el aquí y ahora, pero sobre todo en el “entre-nosotros”. Sobra decir que este proceso no es sencillo y lleva como acompañante a la incertidumbre.


En este mismo sentido, pero desde un acercamiento buberiano, Maurice Friedman (1992) considera que “la esfera del “entre” alcanza su completud en la vida del diálogo. Llegamos a la completud personal cuando respondemos al otro, sin pensar en nosotros, y logramos el diálogo genuino, no al dirigirnos a él, sino al permitir que el otro exista en su otredad y no como un contenido de nuestra experiencia o pensamiento. Podemos percibir al otro como completo y único solo a través de una actitud de acompañamiento, y no a través de una actitud reductiva, analítica o derivativa como las que existen hoy en día”.


Podemos tentativamente concluir que el diálogo es una condición primaria en el ser humano. No es una actividad que se realiza, un medio o un fin para conseguir algo. La persona desde un punto de vista ontológico es el diálogo mismo. El muy conocido ser-en-el-mundo, bajo esta concepción se torna ser-en-diálogo. La persona no es entendida como entrando o generando vínculos y procesos dialógicos; la persona es sus vínculos relacionales, su propia y originaria naturaleza dialógica. (Mearns y Schmid, 2006; Schmid, 2006).


La profundidad relacional: el desafio del encuentro con el Otro


Qué significa encontrarse con el otro en un nivel de profundidad relacional? Cuáles podrían ser algunas de las dimensiones de dicho encuentro? Qué implicaciones tiene la profundidad relacional para la psicoterapia, la facilitación de grupo o las relaciones humanas?


Mearns y Cooper (2005) definen la profundidad relacional como un “estado de profundo contacto y vinculación entre dos personas, en el que cada persona es completamente genuina con la otra, y puede comprender y valorar profundamente las experiencias de la otra persona”.


Es decir, que en términos de las condiciones necesarias y suficientes propuestas por Rogers (1961), en la profundidad relacional éstas se encuentran en altos niveles de expresión. El constructo de la profundidad relacional no modifica nada de las condiciones, sino que explicita varias dimensiones de las actitudes básicas.


A continuación se presentan algunas dimensiones de la profundidad relacional y la forma como pueden emerger en la facilitación de grupo. Habría que aclarar que la profundidad relacional es una gestalt, y que las dimensiones que aquí se mencionan brevemente, nunca se presentan de manera aislada, sino como un todo que engloba o abarca a la persona en ese momento existencial de su vida:


Presencia: entendida como una actitud donde tanto facilitador como miembro del grupo se encuentran experiencialmente disponibles, y en un proceso de “estar ahí” con los otros. Al estar presente, o respondiendo a la llamada o interpelación que puede hacer otro miembro del grupo, se involucra o hace contacto con vivencias, experiencias tanto propias como de los demás, en una actitud que acompaña desde la cercanía y la proximidad, y desde lo que la persona es, en ese momento existencial de su vida (Armenta, 2003).


Autenticidad: la profundidad relacional, por ir mas allá de una imagen de presentación o fachada superficial, implica que ambos miembros responden desde su experiencia genuina ante el otro. Lo podríamos entender también como un proceso gradual de irse acercando a la experiencia vivida, y a todos sus matices y dimensiones. Implica también un dirigirse hacia la congruencia y compartir dicha expresión con los demás miembros del grupo, si así lo decide la persona.


Comprensión empática: en este proceso la otredad del facilitador emerge como respuesta ante el llamado de la otredad del cliente. Esto implica necesariamente una comprensión empática del proceso que vive el cliente. Comprensión que abarca lo que el cliente dice, sus sentimientos, pensamientos, deseos o su proceso holístico de experienciar algo.


Afirmación: entendida como un proceso continuado y activo de aprecio, valoración, respeto y aceptación del otro. La confirmación del otro (Friedman, 1992) implica este proceso de reconocimiento de la individualidad, genuinidad y unicidad de la persona. Es una actitud del facilitador que se manifiesta por el aprecio de la persona tal como es. Lo anterior, de acuerdo a la teoria centrada en la persona, tiende a contrarrestar las condiciones de valor impuestas, y a generar procesos de mayor auto aceptación y congruencia de la persona.


Existencialidad: implica el sentirse tocado por las experiencias de la otra persona. De lo anterior se deduce que la profundidad relacional no se puede imponer, planear o diseñar para aplicarse. Es un proceso que surge de sentirse tocado personalmente y tocar las experiencias significativas de otro, y de la disponibilidad para compartir lo anterior.


Este encuentro con el otro, de alguna manera implica lo extraño, distinto, diferente, la radical otredad de la persona. Peter Schmid (2002) parafraseando al filósofo alemán Romano Guardini establece que el “encuentro significa que uno es tocado por la esencia de lo opuesto. Para que esto suceda, debe haber una apertura libre de propósito, una distancia que conduzca a la sorpresa, y la libertad de la iniciativa. En un encuentro inter-personal, tanto la afinidad como la alienación pueden ser experimentadas al mismo tiempo. Entonces, el encuentro es una aventura que contiene una semilla creativa, un descubrimiento hacia algo nuevo”.


Mutualidad: este encuentro en profundidad relacional en un grupo lo podríamos entender como una invitación abierta a la que cada participante responde de distintas maneras. Algunos entrarán en dicho proceso, mientras que tal vez otros decidan permanecer en otras áreas de mayor seguridad y de mas apariencia.


La mutualidad implica que si la relación es asimétrica, ya que el facilitador se encuentra para-el-cliente, en la profundidad relacional el contacto puede ser equitativo y recíproco en la humanidad que tanto cliente como facilitador comparten.


Intimidad: llegar a este nivel de encuentro con otro, significa que el ambiente psicológico ha sido lo suficientemente seguro y libre de amenazas para poder entrar libremente a él. De la misma manera, implica una calidez y cercanía con las vivencias del otro, en un proceso que respeta y aprecia al experiencia ajena en sus diversos matices.


Auto-determinación: cada participante del grupo siempre tienen un amplio espectro para decidir el nivel de profundidad, o la intensidad de la relación facilitadora. Se puede elegir permanecer en el nivel de la superficialidad o por el contrario, ir tentativamente avanzando hacia el nivel de la propia realidad existencial, lo que puede ser profundamente perturbador y confrontativo con la vida como hasta ese momento se ha vivido.


Centrado en la relación: este proceso mas que estar centrado en la persona del cliente, del grupo o del mismo facilitador, tiende a concentrarse en la relación dialógica establecida dentro del grupo; proceso que se entrama en las múltiples vinculaciones o relaciones que todos tenemos.


Inmediatez: diálogo y encuentro se realizan sin medios, técnicas o entrenamiento en destrezas. Es la vinculación sin intermediarios de un ser humano con la humanidad de otro. Relación que se construye en el presente y en un aproximarse cálido y respetuoso hacia la realidad de la otra persona.


Riesgo: en este proceso de encuentro con el otro, no hay seguridades ni certezas. Ambos participantes se arriesgan a una aventura nueva, confiando en la vinculacion con el otro y en la tendencia al crecimiento. Sin embargo, esto no es garantía en contra del dolor, la decepción, el sentirse lastimado o herido por el otro.


Tanto facilitador como cliente en este proceso en profundidad relacional están expuestos al cambio y la transformación personal.


Espontaneidad: el encuentro no puede darse de manera premeditada, estructurada o planeando su ocurrencia. Al igual que el diálogo, surgen de que cada persona puede contactar en su experiencia lo que vive existencialmente, y compartirlo honestamente con un otro significativo.


Vulnerabilidad: significa que la persona se presenta frente al otro, sin una postura defensiva o que trata de dar cierta apariencia, mas bien, es la invitación de una persona a entrar en una relación humana honesta, cercana y cálida, sin la necesidad de sentirse amenazado o tratando de protegerse. En este proceso relacional, la vulnerabilidad significa que el otro me afecta profundamente, y que por su importancia y significado, lo que ocurre dentro de esta relación, me afecta, toca o conmueve de manera significativa.


Humildad: el facilitador de grupo se aproxima a cada participante desde una postura que privilegia la humildad frente al otro. “Es por ello que en el diálogo me acerco a la realidad del otro de una manera tentativa, tratando de ver si mi comprensión es congruente con lo que la otra persona me expresa o siente. Ante la imposibilidad o arrogancia de llegar a conocer la verdad de la otra persona, asumo que mi aproximación hacia ella siempre será desde la humildad, desde una postura que trata de entender y se muestra falible; de ahí que me presente al encuentro con el otro como compañero que busca aprender o comprender a la otra persona desde un marco de referencia en donde el otro tiene la última palabra sobre su propia experiencia” (Armenta, 2003).


Esperanza: este tipo de encuentro en profundidad relacional, al permitirle a la persona contactar su realidad existencial de ese momento, también la contactan con un sentido de deseo o esperanza acerca de su vida, futuro o potencialidades latentes.


La persona, en contacto con su propio experienciar vive un sentido de esperanza acerca de sus relaciones o vínculos humanos, proceso que le permite mirar al futuro con mayor fluidez y flexibilidad, y en un proceso que construye y trabaja para su bienestar y el de las personas significativas en su vida.


Finalmente, quisiera mencionar que la profundidad relacional puede ser una experiencia emocional correctiva, que contrarresta y sana aprendizajes tempranos de abuso o rechazo. En este sentido, es una experiencia de una profunda sanación o reorganización emocional.


Igualmente, puede ser la profundidad relacional una experiencia vivencial que al conectar a la persona con un otro significativo, de la misma manera permite que los sentimientos de soledad o aislamiento destructivo, tiendan a desaparecer lentamente.


El encuentro en profundidad relacional también permitiría que las diferentes partes o configuraciones del self pudieran entablar un diálogo intrapersonal, que generaría mayor congruencia en la persona (Cooper, Mearns, Stiles, Warner & Elliott, 2004)


La potencialidad del encuentro personal en profundidad relacional, puede ser replicado o intentado fuera de un grupo de encuentro o terapéutico. La seguridad y satisfacción de contactarse en este nivel, genera que la persona intente esta nueva manera de ser-con-los-otros, con su grupo mas cercano afectivamente, generando nuevos procesos dialógicos, y mayor plenitud en la vida de la persona.

Quisiera terminar a modo muy personal, con un fragmento poético de A.R. Ammons, que me habla mucho acerca del otro, de esta profunda e inevitable relación dialógica:

No he sacado conclusiones, no he marcado límites
para abarcar y excluir, para separar el interior
del exterior: no he
trazado líneas:
asi como
los múltiples movimientos de la arena
cambian la forma de las dunas, que no será la misma
mañana,

asi quiero seguir, quiero aceptar
el pensamiento
conveniente, no cercar los comienzos ni los fines,
no levantar muros



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Javier Armenta es psicólogo clínico tijuanense egresado de Cetys Universidad. Correo electrónico: armentaxavier@hotmail.com

miércoles, 15 de agosto de 2007

La Aplicación del Focusing en Contextos Grupales.


LA APLICACIÓN DEL FOCUSING EN CONTEXTOS PSICOTERAPÉUTICOS GRUPALES
Por Luis Robles Campos. (*)

Julio 2007


(La segunda parte de este escrito "Talleres grupales de Experienciación", espero terminarla en Septiembre)
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-Introducción.

El Focusing es un proceso de exploración de la experiencia que ha sido señalado como esencial en el cambio psicoterapéutico (Gendlin y Cols., 1968; Gendlin, 1981, 1996). En este proceso se hace contacto y se interactúa con el ‘sentido corporal’ de nuestras complejas interacciones de vida, para conocer cómo se lleva, se siente, o se vivencia, de manera holística, un asunto, problema o situación, a fin de ir obteniendo un entendimiento más amplio y renovado acerca de su significado, y conseguir una experiencia de cambio terapéutico real o de resolución corporal del asunto con el cual se está trabajando.

El Focusing tradicionalmente ha sido presentado y estudiado en el contexto de una interacción entre dos personas, una que se focaliza en su experiencia y otra que guía o acompaña esa focalización (Gendlin, 1968; Gendlin, 1969, 1981b, 1984, 1996; Hendricks, 2001); y más recientemente también se ha expuesto como un procedimiento que puede ser practicado individualmente (Weiser Cornell, 1996; Hoffmann, 2004; Robles, 2006). Sin embargo, no ha sido tan ampliamente comentado en relación a sus características y su aplicabilidad en contextos grupales, a excepción de una docena de trabajos en los que se toca el tema con desiguales niveles de desarrollo y especificidad (Gendlin & Beebe, 1968; Gendlin, 1972; Weddig, 1974; Epperson, 1979; Marino, 1983; Hendricks, 1984; Lewis, 1985; Leijssen, 1992; Lee, 1997; Hinterkopf, 1998; Iberg, 2007).

Por lo anterior, y a través del presente artículo, intentaré contribuir a ampliar el conocimiento acerca de la aplicación del Focusing en contextos psicoterapéuticos grupales, refiriéndome a diversos aspectos de este proceso, tales como: características de las sesiones, el rol del facilitador y de los participantes, diversas consideraciones para llevarlo a cabo, sus dificultades y sus beneficios, etc.; y dando además ejemplos concretos de talleres grupales de experienciación. Todo esto, según mi breve pero reflexiva experiencia con grupos psicoterapéuticos que incluyen el uso del Focusing.


Características Generales de un Grupo de Focusing.
“Un grupo de Focusing es una estructura interpersonal que posibilita una focalización interior y la articulación de la experiencia para cada persona” (Hendricks, 1984). Sus características distan bastante de los tradicionales enfoques terapéuticos grupales que privilegian un tipo de interacción en que se desarrollan procesos de extroversión, cuando se invita a los participantes a hablar abiertamente acerca de sus vidas privadas, a opinar acerca de temas diversos o incluso a confrontar a otros participantes.

Un grupo de Focusing, por contraste, constituye un tipo especial de interacción, no sólo entre el facilitador y los participantes, o para los participantes entre sí, sino que también para la persona en relación con su propia experiencia; ya el proceso que se desarrolla se caracteriza principalmente por la introversión y la privacidad en la exploración experiencial que ocurre en compañía de otros. “El grupo está estructurado para facilitar la atención de las personas hacia sus propios procesos internos a través de la relajación, el silencio y el Focusing” (Hendricks, 1984). Aunque, por otro lado, esta característica en ningún caso implica una imposición o una regla inflexible, por lo tanto, siempre queda abierta la posibilidad de realizar tareas más activas como dinámicas, imaginería, o trabajo corporal, con la recomendación de tener el método experiencial (Gendlin, 1970, 1980, 1981a, 1996) como base de trabajo.


Constitución, Lugar y Duración.

Un grupo de focalización debe estar compuesto (idealmente) entre no menos de 4 y no más de 12 personas, para que sea posible atender, escuchar y responder adecuadamente a las necesidades de cada una de ellas. En el caso de tenerse contemplado la realización de actividades en pareja (dinámicas, sesiones de escucha dual) se recomienda obviamente constituir el grupo con un número par de personas.

Debido a las características de la exploración interior que ocurre con el Focusing, se recomienda realizar la actividad grupal en un espacio físico amplio, cómodo y principalmente silencioso, para evitar todo tipo de distracciones o interrupciones del proceso. Si es posible, se recomienda el uso de una sala alfombrada y con cojines o colchonetas para que los participantes puedan sentarse muy cómodamente o recostarse; pero si no es dable contar con una sala con estas condiciones, por supuesto se puede trabajar sencillamente en una habitación con sillas normales. Si el lugar escogido no es lo suficientemente silencioso, se sugiere usar de fondo música de relajación antiestrés (muy popular en nuestros días) para potenciar el proceso atencional hacia la experiencia, el cual debe ser calmo e ininterrumpido.

En cuanto al tiempo a utilizarse en cada sesión, generalmente basta con una hora y media de trabajo, en la que se destina al menos media hora para la parte en que se desarrolla el Focusing propiamente tal. El resto del tiempo se dispone para las demás actividades que constituyen la sesión, por ejemplo: las exposiciones psico-educativas para explicar y enseñar la técnica de focalización, o para introducir un tema específico, como el trabajo con dolor físico crónico, la transformación de la Crítica Interna, el apoyo con técnicas de respiración, etc.; o bien, para realizar una actividad de esparcimiento al cierre de la reunión, como: simplemente charlar, tomar té, organizar la siguiente cita, etc.; todas ellas igualmente valiosas cuando se trata de un encuentro entre personas.


El entrenamiento en habilidades de “focalización experiencial”.

La implementación de un grupo de Focusing requiere un entrenamiento en habilidades de “focalización experiencial” (Hendricks, 1984; Lee, 1997); o sea, una instrucción en cómo explorar la experiencia de tal manera de conseguir un conocimiento más amplio acerca de ella.

El entrenamiento en habilidades de focalización es esencial para poder concretar la experiencia grupal y puede ser hecho parcialmente al inicio de cada sesión (al menos durante unas cuantas sesiones) a través de un apartado educativo que debe incluir una clara referencia a dos aspectos: 1) la existencia y la importancia del significado implícito corporalmente sentido, y 2) las claves para atender, explorar y explicitar dicho significado.

Para señalar la existencia del significado sentido, es posible usar algún tipo de esquema muy sencillo, presentado en una pizarra o con diapositivas, acerca de cómo la experiencia no sólo está representada por pensamientos o conceptos claros y definidos, sino que también está constituida por aspectos que no están plenamente simbolizados y que sin embargo están presentes de forma sentida, concretamente en un “sentido corporal”, y que tal sentido tiene una amplia influencia en el emocionar, el pensamiento, lo somático y la conducta[1].

Se puede explicar cómo podemos llevar con nosotros algún tipo de sentimiento sin estar totalmente consciente de él, y que es posible llegar a conocer tal sentimiento atendiendo nuestra experiencia corporal. Señalar situaciones cotidianas acerca de esto resulta muy conveniente. Por ejemplo, cuando olvidamos algo al salir de casa, todo “nuestro cuerpo sabe” que hemos dejado algo atrás o que no nos hemos ocupado de algún asunto, y durante algunos momentos podemos no saber de qué se trata específicamente, sin embargo, cuando prestamos atención esa sensación de olvido (que concretamente ocurre en el cuerpo) podemos llegar a conocer qué era aquello que habíamos olvidado. Nuestra experiencia explícita se hace más amplia al simbolizar aspectos que durante algún momento permanecieron implícitos, y por lo tanto, la complejidad subjetiva cambia positivamente de manera global.

Para señalar las claves para atender, explorar y explicitar el significado implícito puede resultar conveniente señalar que “el Focusing es un proceso especial de autoatención” (Robles, 2006), una manera particularmente afectiva de acercamos a nosotros mismos. Leijssen (1998) se refiere a la cualidad afectiva de este especial proceso atencional como una “actitud de Focusing”:

“Lo vago, lo no-formado, lo que aún no está en palabras, sólo puede darse a conocer cuando se le aproxima de una manera específica… (Se) requiere una actitud de espera, de una silenciosa y amistosa presencia hacia lo que todavía no se ha dicho, siendo receptivo hacia lo que aún no se ha formado. Para lograr esto será necesario suspender temporalmente todo lo que la persona ya sabe acerca de eso, y estar cognitivamente inactivo” (Leijssen, 1998).


Resulta de ayuda enlistar algunas sugerencias aún más concretas acerca de cómo desarrollar esta actitud de Focusing, por ejemplo: prestando atención al sentir corporalmente sentido; atendiendo ese sentir ininterrumpidamente, haciéndole compañía sabiendo que se trata de una parte de nosotros mismos, tratando de poner en palabras o imágenes lo que captamos de ese sentir, teniendo una actitud compasiva hacia aquello que surge, etc. Lo anteriormente propuesto se puede presentar justo al inicio de cada sesión y puede ser reforzado con algún pequeño material escrito. También se pueden introducir breves sugerencias que complementen este aspecto del entrenamiento una vez terminada la actividad de focalización en cada sesión, recogiendo las impresiones de cada persona acerca de lo vivido.

De lo anterior se desprende que, la actividad experiencial misma es uno de los componentes esenciales del entrenamiento. Por esto, el facilitador debe consultar acerca de las características de la experiencia que cada persona tuvo durante el Focusing; si fue posible atender ininterrumpidamente la experiencia interna, y si no lo fue, consultar cuales fueron las dificultades; o bien, si la persona fue capaz o no de relacionarse amistosamente con sus sentimientos. Por ejemplo, en un taller una persona me contaba que estuvo en todo momento diciéndole “Te odio, sale de aquí” a eso que sentía dentro de sí (a pesar que mis instrucciones sugerían justamente lo contrario), luego le expliqué que cuando tratamos con rechazo aquello que hay en nuestro interior, generalmente se siente más intensamente desagradable, pero que cuando le damos cariño a esa parte de nosotros mismos, inmediatamente se siente un alivio; invitándola posteriormente a comprobar tal apreciación. Hendricks (1984) también se refiere al valor que tiene conocer las dificultades de los participantes durante el proceso sobre el entrenamiento de las habilidades de focalización experiencial:

“Describir una dificultad con precisión es en sí una forma de focalización. Esto implica, atender la sensación acerca de la dificultad y encontrar palabras que capten exactamente la forma del problema a partir de ella”. (Hendricks, 1984).


A veces, anticipar cuál va a ser el tipo de trabajo que se realizará durante la sesión ayuda a que las personas se conduzcan con menos obstáculos durante la experiencia, y contribuye notablemente a la adquisición de las habilidades de focalización. Por ejemplo: “Hoy vamos a usar la imaginación, tendrán la oportunidad de visualizar sus sentimientos de una forma concreta, así que en algún momento les voy a pedir que dejen que se forme una imagen a partir de lo que sienten en su interior…”; o bien: “En esta sesión haremos una dinámica en que vamos a expresarnos con el cuerpo, como si no existiesen las palabras y sólo pudiéramos comunicarnos con movimientos corporales”.


El Rol del Facilitador.
El facilitador de cualquier grupo terapéutico tiene una gran responsabilidad sobre el tipo de interacción que acontece no sólo entre él y los distintos participantes, sino que también entre los participantes entre sí. Lo anterior es particularmente cierto para el facilitador de un grupo de Focusing, ya que su principal tarea es garantizar privacidad y seguridad a cada participante contra cualquier tipo de intervenciones, demandas o condicionamientos externos que socaven la experiencia auténtica y sentida, como análisis y críticas de otros participantes, o exposiciones innecesarias producidas por él mismo.

Gendlin (1972) señala que el facilitador tiene dos responsabilidades centrales en el proceso de un grupo experiencial: 1) “proteger el derecho de cada miembro a ser escuchado.” y 2) “proteger la pertenencia de cada miembro si ésta es amenazada”. Por su parte, Leijssen (1992), enfatiza en el rol del terapeuta el proteger la privacidad de los integrantes del grupo:

“…Es esencial que el terapeuta deje claro que los clientes que deseen hacerlo, pueden mantener sus experiencias en secreto. La posibilidad de compartir algo con otros, o llevarlo más allá en presencia de otros, sólo se debe considerar después de esta aclaración”. (Leijssen, 1992).


El desarrollo de una actividad de focalización en grupo se estructura de tal manera que cada participante esté centrado, la mayor parte del tiempo, sólo en su propia experiencia; proporcionando al grupo suficiente tiempo y silencio para que esto ocurra. El mismo facilitador permanece en segundo plano como un acompañante del proceso (Leijssen, 1992), sencillamente reflejando la expresión de los participantes con un estilo de respuesta centrado-en-la-persona, sin aventurar otro tipo de interacción (Hendricks, 1984). Por supuesto, este estilo de respuesta debe tener un carácter experiencial; esto significa que los reflejos, las sugerencias, las instrucciones y las preguntas, deben “apuntarse” al significado sentido del participante con el fin de hacerlo más claro o más profundo y, en síntesis, llevarlo más allá (Gendlin, 1968; Lee, 1997).

El facilitador debe configurar los aspectos de la alianza terapéutica experiencial (Watson & Greenberg, 2000), enfatizando cuando sea pertinente los objetivos, las tareas y el vínculo terapéutico, de un modo similar (pero no igual) en que lo haría en un contexto individual de psicoterapia. El comienzo de las primeras sesiones es el momento adecuado para formular, junto a los participantes, los objetivos que se pretenderá alcanzar, y las tareas a través de las cuales se perseguirán esos objetivos. Para cubrir estos aspectos, generalmente yo pregunto a las personas qué desean lograr con los talleres: conocerse más a si mismas, relacionarse mejor con las personas, cambiar algún hábito de conducta, etc., y a su vez, ellas me comentan en sus propias palabras aquello que necesitan. Para cubrir esto que se constituye en los objetivos de trabajo, generalmente les consulto a los participantes qué tipo de actividad les gustaría realizar, y les sugiero unas cuantas, de un modo general. También, en el transcurso mismo de las sesiones, les voy comentando los diferentes talleres que podemos hacer para cumplir los objetivos (o sus expectativas, que pueden ir cambiando a medida que ocurre el proceso). Por lo tanto, siempre manejo de antemano un set de posibles talleres a realizar. Obviamente, lo que llega a constituirse en los objetivos y las tareas de la experiencia grupal es una decisión más bien democrática, se considera la opinión de la mayoría.

En cuanto al vínculo terapéutico, éste se empieza a conformar a partir de las primeras interacciones entre el facilitador y los participantes (a veces derivados de terapia individual) y se desarrolla a lo largo de todo el proceso de sesiones, en la medida que el facilitador pone en práctica un tipo de interacción caracterizada por la Presencia[2], la Aceptación Positiva Incondicional, la Empatía y la Autenticidad.

El ritmo da la intervención es otro aspecto fundamental en un grupo de Focusing, por lo cual el facilitador debe estar siempre atento a la velocidad con que va dando las distintas instrucciones, sugerencias y preguntas, de modo que pueda permitir a cada participante formularse la intervención de un modo experiencial; esto es, atendiendo cómo la proposición funciona o resuena en su propia experiencia. Es necesario destacar que las intervenciones hechas por el facilitador se formulan también experiencialmente. Él debe estar consciente de sus sentimientos acerca de la situación para discriminar el clima general del grupo: si están profundamente conectados, o sencillamente distraídos, si es necesario ser más específicos en las instrucciones, o si se requieren más espacios de silencio. Todo esto es potencialmente conocible (aun cuando los participantes están en silencio y con los ojos cerrados), si se está bien relacionado con el lenguaje corporal y gestual.

“Es de importancia crucial para el terapeuta mirar cuidadosamente y mantenerse en contacto con lo que pasa con cada participante. El ritmo con que el terapeuta da las nuevas instrucciones, así como la naturaleza de las intervenciones depende de lo que pasa en el grupo” (Leijssen, 1992).

También es importante que el facilitador no sea repetitivo en la entrega de las intervenciones y vaya creando un lenguaje rico en analogías y metáforas que favorezcan el proceso de focalización de cada persona. Por ejemplo: “Acércate a eso despacio, como si lo estuvieses acariciando suavemente”, o “Permanece junto a esa sensación, como si se tratara de una persona que necesita compañía”, etc. Para lograr ese manejo, por supuesto, es necesario conocer ampliamente las posibilidades de la técnica y la amplia gama de posibilidades experienciales que pueden tener las personas durante este proceso.

No está de más decir, acerca de las instrucciones, que deben ser sencillas, fácilmente comprensibles para los participantes. También es importante mantener un equilibrio en la cantidad de instrucciones y sugerencias que se dan. Si el facilitador da demasiadas instrucciones puede hacer que los participantes sólo lo atiendan a él en lugar de centrarse en su propia experiencia. Lo contrario también puede ser contraproducente, si se dan muy pocas instrucciones la persona puede sentirse abandonada en el proceso de exploración y desorientada acerca de cómo llevarlo a cabo. Hendricks (1984) señala, sin embargo, que es esperable que los participantes logren cierto grado de autonomía acerca de las intervenciones del facilitador en la medida que se desarrolla el proceso grupal:

“A medida que los miembros aprenden a focalizar, ellos pueden ignorar las instrucciones (del facilitador) y formular las suyas propias o seguir en su propio ritmo. Sin embargo, una mínima estructura de alguien dando instrucciones es importante.” (Hendricks, 1984).

Otro aspecto fundamental en el rol del facilitador de un grupo de Focusing es aquel que se relaciona con la necesidad de crear un ambiente cálido y contenedor y cercano hacia cada individuo del grupo. Robert Lee (1997) se refiere a la cerca cercanía física como uno de las variables claves para crear tal ambientación:

“En el Focusing, la proximidad con el cliente puede ser muy importante para que el terapeuta/guía se de cuenta del proceso interno del cliente y para que éste se sienta contenido. Por esta razón, a veces yo pido cambiar asiento con la persona que está cerca del cliente al que estoy a punto de pedirle ir más profundo...” (Lee, 1997).


Por su parte, Neil Friedman (2000), también consigna la cercanía física como un elemento potenciador de los procesos psicoterapéuticos grupales, más específicamente, al sugerir la integración del Focusing con otras intervenciones centradas-en-el-cuerpo. Por ejemplo, en un contexto grupal donde las personas focalizan silenciosamente, sentarse cerca de algún integrante que tiene dificultades para focalizar, o que tiene sentimientos abrumadores, para hacerle compañía mientras respetuosamente se le toma un brazo, ayuda a crear un ambiente de cercanía y contención. Ese pequeño gesto de contacto físico puede contribuir a que la persona sienta más claramente aquello que está atendiendo. A veces, este mismo tipo de contacto es posible realizarlo cuando el facilitador hace una ronda de preguntas que debe ser contestada por cada participante por separado, en tales ocasiones, acercase y tocar cuidadosamente a las personas, puede contribuir a potenciar el proceso de simbolización de la experiencia que se espera ocurra con el Focusing (sobre todo si las personas están experienciando con los ojos cerrados o vendados).

Finalmente, y quizás más importante aún, es llamar a las personas por sus respectivos nombres cada vez que hacemos preguntas individualmente dirigidas, o cuando reflejamos la expresión de sentimientos que cada una de ellas comparte de manera espontánea. Llamar a las personas por su nombre en un contexto grupal es un tipo de interacción definitivamente valiosa.


El Rol de los Participantes.

La actividad de los participantes de un grupo de Focusing siempre debe responder a un compromiso personal, y en ningún caso constituir una respuesta a una imposición externa, emanada de otra persona (el facilitador u otro miembro del grupo) o institución. Hendricks (1984) enfatiza incluso que cada participante debe tener claro que no tiene ningún tipo de compromiso ni siquiera en cuanto a la asistencia a las sesiones. Por supuesto, lo anterior es perfectamente posible cuando se trata de grupos conformados voluntariamente; pero aún cuando sea el caso de grupos institucionalmente establecidos (como cursos obligatorios de desarrollo personal de una universidad, por ejemplo), la participación en la actividad terapéutica y la posibilidad de compartir el resultado de ésta tiene que ser siempre un asunto libremente decidido; principio que debe estar en conocimiento de cada uno de los participantes.

Los miembros de un grupo de Focusing tienen la posibilidad de hacerse parte de una “experiencia compartida” de un tipo esencialmente privado de exploración emocional, pudiendo elegir o no si desean compartir tal vivencia. En caso que un participante del grupo elija compartir su experiencia abiertamente, se espera que los demás le escuchen en silencio, o bien, realizando intervenciones no invasivas, como preguntas que apunten a los sentimientos expresados por la persona o señalizaciones de comprensión empática. Por supuesto, es el facilitador quien expresará oportunamente sugerencias para que este tipo de interacción entre los participantes tenga lugar. Las intervenciones de carácter valórico o enjuiciativo que un participante pueda hacer con relación a la experiencia de otro deben ser “reguladas” también por el terapeuta, tratando de responder empáticamente a ambos participantes.

Este tipo de intervención aceptante y empática hacia la experiencia de todos los participantes, generalmente contribuye a que éstos interioricen el tipo de interacción más favorable para el proceso grupal y de cada individuo.


Materiales.

En un grupo de Focusing se pueden utilizar diversos materiales para facilitar la exploración de la experiencia. Por ejemplo, se pueden ocupar antifaces para cubrir los ojos mientras se realiza la focalización experiencial, como una forma de evitar las distracciones con los otros participantes, con el facilitador o con cualquier otro estímulo visual que pudiera sacar a la persona fuera de su foco de atención. También se puede ocupar música adecuada al tipo de actividad que se esté realizando (ejercicios de relajación previos, el Focusing propiamente tal, dinámicas que implican un mayor nivel de interacción corporal). Por supuesto, el volumen de la música no debe ser un elemento perturbador, por eso es recomendable poner el equipo o los parlantes a una distancia adecuada de los participantes.

Otros tipos de materiales muy valiosos para las actividades de un grupo de experienciación, son aquellos que facilitan la expresión no verbal de los participantes (Leijssen, 1992, 1998), por ejemplo: papel blanco y lápices de colores, arcilla, plastilina de color si vamos a trabajar con niños o adolescentes, etc.

También es posible entregar material escrito para potenciar el entrenamiento de las habilidades de focalización experiencial. Este material debe ser particularmente breve y sencillo, y contener sugerencias claves para realización del Focusing. Se debe dejar en claro que en ningún caso se trata de una lectura obligatoria y que queda en la decisión de cada uno utilizarlo o no.


Dificultades durante el proceso.

El proceso de un Grupo de Focusing, al igual que el proceso de otros tipos de grupos psicoterapéuticos, no está exento de dificultades en su desarrollo. Por supuesto, se hallan presentes las mismas dinámicas interaccionales propias de la configuración relacional de cualquier grupo: los participantes que hablan demasiado y los que hablan muy poco, o los que emiten juicios acerca de las experiencias de los otros, etc. Sin embargo, en un Grupo de Focusing surgen nuevas dificultades que son propias del tipo de trabajo terapéutico que se realiza, aquel donde se promueve una detenida exploración de los aspectos aún no conceptualizados de la experiencia; una exploración que para muchas personas puede resultar nueva, extraña, difícil o incluso frustrante.

Así, es posible que en un Grupo de Focusing nos encontremos con personas que tienen muchos problemas para identificar y atender una sensación corporal con sentido. Se supone que en el entrenamiento de las habilidades de focalización experiencial se haya explicado bastante bien qué es esto; por ejemplo, haciendo referencia a expresiones populares que dan cuenta de una sensación con significación (“Tengo un nudo en la garganta”, “Siento el pecho hinchado de tanto orgullo”, “Apenas pienso en eso se me retuerce el estómago”, “Siento un vacío aquí adentro (en el pecho)”, “Se me apretó el corazón de tanta tristeza”, etc.). Pero aún habiéndolo explicado bien, muchas personas se sienten desorientadas cuando se les habla de atender un “algo sentido”, entonces, para aquellas personas es mejor simplificarles las cosas y preguntarles cosas como: “¿Hay algún sentimiento acerca de eso que no hayas expresado lo suficiente o que otras personas no hayan comprendido?”, “¿Cómo podrías explicar ese mismo sentimiento usando otras palabras?”, o “Si pudieras colocar ese sentimiento en una imagen, ¿cómo sería?”. A veces, ser insistente acerca de atender una cualidad corporal puede ser más entorpecedor que beneficioso, ya que muchas personas pueden hallar una serie de nuevos detalles experienciales haciéndoles preguntas y dándoles instrucciones sumamente sencillas y directas.

Otra dificultad. Puede que en ciertos momentos las instrucciones no se ajusten de manera alguna a la experiencia que uno o varios participantes tienen; ya que “las distintas personas en un grupo representan muchos tipos diferentes y únicos de experiencias” (Iberg, 2007). Por lo anterior, es necesario dar diversas instrucciones que se acomoden a diversos tipos de procesos experienciales, por ejemplo, sentimientos abrumadores, sentimientos demasiado vagos, sentimientos de vulnerabilidad, la incapacidad de conseguir un “asidero” a partir de la experiencia sentida, etc. Si se trabaja con imágenes, siempre es necesario dar instrucciones para aquellas personas que tal vez no han logrado visualizar nada y sólo permanecen atendiendo su experiencia; o bien entregar instrucciones para distintos tipos de imágenes: con carácter agresivo, vulnerable, confuso, u otro. Por ejemplo, cuando se trabaja con aspectos de la Crítica Interna, las personas tienden a visualizar, a partir de las mismas instrucciones, imágenes tan diversas como: una niña pequeña, un padre maltratador, una confusa masa de sentimientos, un puente cortado, o incluso a ellas mismas; por lo tanto, se debe estar preparado para ofrecer diversas formas de acercamiento a tan diferentes formas de experienciar que cada persona tiene: “Tal vez puedas sentir qué necesitas hacer con eso que has encontrado ¿Alejarlo de ti, acercarte para conocerlo mejor, cobijarlo…?”.

Otras personas, a pesar que atienden ininterrumpidamente su experiencia, no logran hacerlo de un modo afectivo (por lo menos al principio), por lo tanto, tienen grandes dificultades para poner en pensamiento o en palabras todo aquello que sienten, y en consecuencia se pueden sentir muy frustradas por no logran realizar la actividad experiencial con la facilidad que parece tener el resto. En estos casos es bastante conveniente permanecer cerca de esas personas y brindarles mayor compañía durante su proceso. Por ejemplo, si hay una persona con estas dificultades, nos podemos sentar al lado de ella y se le puede tomar un brazo mientras explora sus sentimientos. La cercanía física y el contacto físico, como ya se citó arriba, son factores de ayuda y potenciadores del proceso terapéutico.

Otro tipo de dificultad, menos habitual en todo caso, es cuando algún participante experimenta como desagradable la experiencia de focalización. Hay personas han estado tanto tiempo alejadas de sus sentimientos que cuando los vuelven a atender de la manera en que lo hacemos con Focusing experimentan fuerte tensión muscular y hasta dolores de cabeza. Las escasas veces que he presenciado esto me he permitido acercarme a las personas (con su consentimiento) para aplicar calor con las palmas de mis manos en su cabeza, cuello u hombros; lo cual las ha ayudado a permanecer más cómodamente mientras realizan el Focusing. Esto, por supuesto, lo hago muy discretamente, sin interrumpir la actividad grupal.


Beneficios del proceso grupal.

La participación en un grupo de Focusing presenta variados beneficios. De modo general podemos decir que, en primer lugar, constituye un espacio único en que las personas pueden ponerse en contacto consigo mismas y expresarse de un modo seguro y no impuesto; algo con lo cual no todas las personas cuentan en su cotidianidad. Segundo, enseña a las personas con un bajo nivel de experiencing o que tienen dificultad para focalizarse en su experiencia, a desarrollar nuevas habilidades de conocimiento personal. Tercero, contribuye a potenciar los resultados obtenidos en la psicoterapia individual, si el participante del taller simultáneamente realiza las dos actividades. Cuarto, entrega herramientas sencillas que la persona puede utilizar en su diario vivir para reducir estrés o tomar decisiones (si intenta practicar Focusing a solas). Pero más importante aún, la participación en un grupo de Focusing reinstaura la autoridad de la persona como única experta en su propia experiencia, lo que la diferencia de la participación en otros tipos de grupos donde es el terapeuta o los demás participantes quienes evalúan la experiencia de la persona.

Lee (1997) señala más concretamente que el Focusing como intervención psicoterapéutica tiene un efecto positivo directo sobre la dinámica de grupo:

“En la psicoterapia de grupo en general hay una tensión dinámica entre seguridad y profundidad. Si las cosas van demasiado profundo, el grupo se siente inseguro y puede disolverse. Si el grupo está demasiado seguro, se aburre y se percibe como no valioso… Las intervenciones de Focusing (sin embargo) mantienen un balance entre profundidad y seguridad” (Lee, 1997).


Por otra parte, el Focusing, como proceso psicoterapéutico, produce una serie de cambios en diversos niveles de la experiencia individual. En el ámbito corporal, la más conocida en una reducción de la tensión corporal. También puede producir alivio en diversas manifestaciones de síntomas de enfermedades, y atenuar el dolor físico. Desde un punto de vista cognitivo-emocional, el Focusing facilita la emergencia de nuevas y más adaptativas formas de percibir y significar los problemas, las cuales no son posibles con el simple hecho de “analizar” los problemas o al sencillamente “hacer catarsis” para desahogarse de ellos. El Focusing, desde una óptica subjetiva, ayuda a las personas a vivir más plenamente en el presente, a desarrollar mayores niveles de aceptación hacia si misma y hacia los demás, e incluso, a inaugurar o potenciar la experiencia de su espiritualidad; por nombrar sólo algunos beneficios.


NOTAS AL PIE DE PÁGINA


[1] En el Anexo A de este escrito podrá encontrar el esquema que yo uso habitualmente en un Grupo de Focusing con personas con depresión. Por supuesto las referencias específicas del esquema deben ajustarse según la necesidad de cada grupo.
[2] Presencia: Capacidad de estar presente en el aquí y el ahora con y para el otro (en este caso, los participantes del grupo de Focusing). La Presencia es referida por algunos autores como la base esencial de cualquier proceso psicoterapéutico (Rogers, 1990; Geller & Greenberg, 2002; Schmid, 2002).



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(*) Luis Robles Campos:
Psicólogo, Universidad de Tarapacá, Arica – Chile.
Focusing Trainer acreditado por The Focusing Institute, New York- USA.
luisrobles1977@gmail.com